Hilferding y Lenin sobre capital financiero y socialismo

La gran empresa capitalista allana el camino hacia la socialización, pero no por esto se supera la dificultad que supone, para un gobierno revolucionario, incorporar a las masas al control y administración de los medios de producción estatizados. Si ese control y administración quedan a cargo de una burocracia, la transición al socialismo estará bloqueada, y reaparecerán, inevitablemente, nuevas formas de explotación.

Hilferding y Lenin sobre capital financiero y socialismo

Autor: Rolando Astarita

En una nota anterior (aquí) analizamos la noción de capital financiero de Hilferding y su relación con el llamado enfoque de la financiarización. En esta entrada abordamos una cuestión más particular, que es la relación que establece Hilferding, y que retoma Lenin, entre el dominio del capital financiero y las condiciones económicas y sociales para la construcción del socialismo. Comenzamos con el planteo de Hilferding en El capital financiero (en adelante ECF).

Capital financiero y socialismo en ECF

Según Hilferding, el dominio del capital financiero sobre la economía mejora las condiciones para que un Estado obrero avance en la construcción del socialismo. Escribe: “El capital financiero pone progresivamente la disposición de la producción social en manos de un pequeño número de asociaciones capitalistas. (…) Con arreglo a su tendencia el capital financiero significa la creación del control social sobre la producción. La lucha por la desposesión de esta oligarquía constituye la última fase de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. La función socializadora del capital financiero facilita extraordinariamente la superación del capitalismo. Tan pronto como el capital financiero haya puesto bajo su control las ramas más importantes de la producción, basta que la sociedad se apodere del capital financiero a través de su órgano consciente de ejecución, el Estado conquistado por el proletariado, para disponer inmediatamente de las ramas más importantes de la producción” (pp. 416-417, ECF, Madrid, Tecnos, 1963).

Amplía su argumento con el ejemplo de Alemania: “La posesión de seis grandes bancos berlineses significaría ya hoy la posesión de los sectores más importantes de las grandes industrias y en el tiempo de transición, mientras el arreglo capitalista resultase todavía oportuno, significaría también facilitar extraordinariamente la política del socialismo en sus principios” (p. 417). También: “Si el capital financiero crea así, en cuanto a la organización, las últimas condiciones para el socialismo, políticamente facilita la transición” (ibídem). Explica que la acción de la clase capitalista, en la época imperialista, “indica necesariamente al proletariado el camino de la política independiente de clase, que solo puede terminar con la definitiva superación del capitalismo” (ibídem).

En estas formulaciones subyace la idea de que el capital financiero es, en sentido histórico, progresivo frente al capitalismo de la libre competencia (véase más abajo en Lenin). La contradicción –señalada por Marx y Engels– entre una producción cada vez más social, y la apropiación privada, adquiría, en la visión de Hilferding, su forma concreta en el dominio del capital financiero del conjunto de la economía capitalista. Aunque, por otro lado, articulaba esta idea con los enfoques del reformismo. Según Hilferding, las crisis económicas se debían a desproporciones entre las ramas, por lo que el Estado capitalista podría atenuarlas mediante políticas monetarias y fiscales. 

Desarrollos posteriores, el capitalismo organizado       

El sesgo de Hilferding hacia el reformismo socialista-burgués se acentuó con el estallido de la Primera Guerra. En 1915 sostuvo que la intervención del Estado en la economía beneficiaba tanto a los capitalistas como a los trabajadores, y planteó que se había abierto una nueva etapa, la del capitalismo organizado, donde el Estado tendría un rol mucho mayor que el que había tenido hasta ese momento.

[Nos basamos en J. Greitens, “From Finance Capital to Organized Capitalism: Socialization in Rudolf Hilferding’s Writings Under the Influence of Ferdinand Tönnies”, capítulo en The First Socialization Debate (1918) and Early Efforts Towards Socialization, 2009].

Ese curso del pensamiento de Hilferding es profundizado con el estallido de la revolución alemana. Así, en una intervención ante el “Congreso general de los consejos de obreros y soldados”, en 1918, sostiene que el socialismo debería aplicarse en todas las áreas en las cuales la concentración capitalista, los cárteles y trusts ya habían preparado la economía organizada. Para eso, era necesario transferir gradualmente el control sobre las grandes corporaciones a la comunidad. Los sectores a ser intervenidos debían estar suficientemente maduros para la socialización, y sus bienes debían ser de elevada importancia económica. La conexión entre el capital industrial y el capital bancario había llegado a un punto tan elevado en Alemania, que había concentrado el poder en un número pequeño de grandes bancos. Por lo tanto, con la socialización (que Hilferding identifica con la estatización) de las industrias del carbón y el hierro, y partes de la industria pesada, la clase obrera tendría el poder no solo sobre el capitalismo industrial, sino también sobre el bancario. En ese marco, planteó que los capitalistas deberían ser compensados por las expropiaciones. En la Comisión para la socialización, que se había formado en noviembre de 1918, y era dirigida por Kautsky, precisó que no debía volverse a un capitalismo como el de la preguerra, pero tampoco debía producirse un cambio radical al capitalismo de Estado. Solo algunas ramas de la economía debían ser socializadas; y debían introducirse elementos democráticos en la economía.

Algunos años más tarde, y como cabeza de la Comisión encargada de redactar el programa para el Partido Socialdemócrata reunificado, así como en intervenciones ante el Congreso del partido, desarrolló el concepto del capitalismo organizado. Consistía en el reemplazo del principio capitalista de la libre competencia por el principio socialista de la producción planificada. La economía controlada y planificada por el Estado sería la base para ejercer una influencia consciente en la sociedad. Es que el Estado era la única organización de la sociedad consciente y a la que le estaba concedida la fuerza coercitiva. En consecuencia, habría que transitar, de la mano del capital industrial, comercial y bancario, desde el capitalismo de la libre competencia al capitalismo organizado de la mano del capital industrial.  

Siempre según Hilferding, la conducción de una empresa ya no era asunto del dueño privado, sino una cuestión de la sociedad. Para los negocios individuales, la concentración de las corporaciones significaba la eliminación de la libre competencia. La teoría económica burguesa siempre había dicho que solo la libre competencia promovía la economía, la innovación tecnológica y el progreso. La principal acusación al socialismo era que buscaba anular la competencia y la iniciativa privada, sin proponer con qué reemplazarlas. Pero los que estaban preocupados por el desarrollo de la moderna administración empresarial ahora buscaban formas para que la libre competencia de los intereses privados fuera reemplazada por la planificación metódica y con un abordaje científico.

Por lo tanto, la dirección de la empresa se convertía en un asunto objetivo y estrictamente científico. El problema central era cómo los negocios y la organización de Estado iban a interactuar para permitir que el Estado democrático provocara la organización consciente de la economía, en aras del interés general. La democracia económica significaba la subordinación de los intereses privados a los intereses de la sociedad. El carácter regulado y consciente de la economía entraba en conflicto abierto con el principio antagónico de la propiedad. “Este conflicto es resuelto por la transformación de una economía organizada jerárquicamente en una que es organizada democráticamente”. Consideraba que con la supresión de la monarquía y de los privilegios de la democracia se podía cambiar el control, vinculado a la propiedad privada, de las grandes corporaciones. Pero la creación de la democracia económica sería un proceso de larga duración histórica, y enormemente complicado, que no avanzaría por medio de una revolución, sino por un desarrollo orgánico prolongado, o sea, evolutivo. En el capitalismo organizado el Estado se orientaría hacia la defensa del bien común. Hilferding rechaza la revolución, el derrocamiento revolucionario del poder, y busca transformar la economía en el largo plazo por medio de un Estado democrático. En muchos de estos planteos encontramos lo esencial de la tradicional argumentación socialdemócrata reformista y estatista burguesa. También constituyó el mensaje de los partidos comunistas.  

Lenin sobre capital financiero y construcción socialista

Es claro que Lenin rechazó la idea de que el capitalismo podía ser transformado paulatinamente, desde el mismo Estado capitalista, en alguna suerte de “democracia económica”. Sin embargo, sí toma la idea de que el dominio del capital financiero genera mejores condiciones para la transformación socialista que debería encarar un eventual gobierno obrero revolucionario. Así, en su folleto sobre el imperialismo cita aprobatoriamente a Hilferding cuando este dice que el objetivo de la política del proletariado no puede consistir en el “ideal reaccionario” de restablecer la libre competencia, sino en la completa eliminación de la competencia “con la supresión del capitalismo” (Lenin, Imperialismo fase superior del capitalismo, p. 75; la cita de Hilferding está en p. 416 del ECF). Poco más abajo sostiene que el ideal de la democracia pacífica “arrastra objetivamente hacia atrás, del capitalismo monopolista al capitalismo no monopolista, y es un engaño reformista” (p. 76; énfasis agregado). Está sugiriendo entonces que el monopolio, y el capital financiero, son históricamente progresivos. Lo cual está en línea con la idea de que la concentración del capital en manos de los bancos facilitaría, objetivamente, la socialización de los medios de producción a un futuro gobierno de la clase obrera. También es acorde con la idea de Marx y Engels sobre que la política de la clase obrera no podía consistir en volver desde la gran propiedad capitalista a la pequeña producción.

Más tarde, en El Estado y la revolución, Lenin dice que el Correo es “un modelo de empresa socialista” (p. 51. t. 33, OC, Moscú, Progreso, 1981-1988). Y precisa que “es hoy una empresa organizada al estilo de un monopolio capitalista de Estado. El imperialismo transforma poco a poco todos los trusts en organizaciones de este tipo” (ibídem). Suprimiendo a la burocracia capitalista, “el mecanismo de la administración social ya está preparado” (ibídem). Poco después: “Organizar toda la economía nacional como lo está el Correo, para que los técnicos, los capataces, los contables y todos los funcionarios en general perciban sueldos que no sean superiores al salario de un obrero, bajo control y dirección del proletariado armado…” (p. 52, ibídem). También: “Contabilidad y control, esto es lo principal que se necesita para ‘poner a punto’ y hacer que funcione bien la primera fase de la sociedad comunista. (…) El capitalismo ha simplificado en extremo la contabilidad y el control de esto, reduciéndolos a operaciones extraordinariamente simples de inspección y anotación, al alcance de cualquiera que sepa leer y escribir, conozca las cuatro reglas de la aritmética, y pueda extender los recibos correspondientes” (pp. 103-104, ibídem).

La realidad pos toma del poder, control y administración obrera

Lenin pensaba que la transformación socialista estaría simplificada por el hecho de que el capital financiero monopolista había llegado a tal grado de simplificación de la contabilidad y el control de la economía –“operaciones extraordinariamente simples de inspección y anotación”- que con un mínimo de preparación cualquier trabajador podría asumirlas.

Pero no fue eso lo que ocurrió. La conducción y administración del Estado proletario fue más difícil de lo previsto, como el mismo Lenin hubo de reconocerlo. Así, en su intervención ante el XI Congreso del Partido Comunista, en 1922, se preguntaba qué se necesitaba para avanzar en el tránsito al comunismo y se respondía que faltaba “cultura en la capa de comunistas que ocupan los puestos de dirección”. Presenta como ejemplo el hecho de que la “gran máquina burocrática” de Moscú, conformada por 4.700 comunistas, no era dirigida por estos, sino los comunistas eran dirigidos por el antiguo personal burgués, o pequeñoburgués. En un plano histórico más general, anotaba el líder bolchevique, “si el pueblo conquistador es más culto que el vencido, impone a este su cultura. En caso contrario, ocurre que el último impone a este su cultura”. Y agregaba que los comunistas eran dominados “por una cultura ajena” (p. 103, t. 45, OC). Agregaba: “… generalmente los burgueses conocen las cosas mejor que nuestros mejores comunistas, que tienen todo el poder, todas las posibilidades, y que no saben dar un solo paso con sus derechos y su poder” (p. 104, ibídem). En conclusión, llamaba a los comunistas a estudiar, y dejar de lanzar “a diestro y siniestro” órdenes y decretos que no conseguían nada. La política de fortalecer el capitalismo de Estado –entre otras medidas, se buscaba atraer a especialistas para avanzar en la administración de las empresas estatizadas- se ubicaba en este marco.

Las tareas de conducción y administración eran difíciles, incluso para los comunistas, personas que, en última instancia, tenían la convicción y la disposición a esforzarse. ¿Qué decir entonces de la meta socialista, la incorporación al control y administración de los medios de producción, y de las instituciones revolucionarias, de las masas trabajadoras? Era real que la concentración de la economía por las grandes unidades productivas capitalistas, y los bancos, podía acelerar la transformación socialista. Por ejemplo, es más fácil tomar el control de un gran supermercado que superar la propiedad privada de, digamos, 150 o 200 pequeños comercios. Pero la estatización de la gran empresa era solo una parte de la tarea. La socialización de los medios de producción es incorporar a las masas trabajadoras al control y conducción. Y para esto, no bastaba con la centralización alcanzada por el capitalismo. Volviendo al ejemplo del Correo, esta no era una empresa socialista por haber sido estatizada. Para tener tal carácter debería ser administrada por los propios trabajadores de correos. De ahí la insistencia en la educación, en lo cultural. En uno de los últimos escritos, “Sobre la cooperación”, de enero de 1923, Lenin pone el acento en el trabajo cultural, en especial para organizar a los campesinos en cooperativas. “Esta revolución cultural es hoy suficiente para que nuestro país se convierta en socialista”.

Reaparición del capitalismo

No se trató solo de las dificultades para el control efectivo de los revolucionarios –por no hablar de las masas- de la economía y de las instituciones surgidas de la revolución. Es que, además, realizado el reparto de la tierra, la Rusia soviética se había hecho más pequeñoburguesa, campesinos y artesanos producían para el mercado, y por todos lados resurgía la economía mercantil.  

Esta cuestión se discutió en el VIII Congreso del Partido Comunista, en marzo de 1919, a raíz de la propuesta de Bujarin de cambiar el programa partidario de 1903, quitando todo lo que se refería al viejo capitalismo. Ese programa describía cómo la producción para el mercado devenía en producción capitalista, y cómo con esta se desarrollaban la concentración y centralización del capital. Bujarin argumentaba que, dado el dominio del capital monopolista financiero, ya no tenía sentido hacer referencia a esos procesos.

La propuesta de Bujarin fue rechazada por Lenin y la mayoría del Congreso. El argumento central fue que el capitalismo que se había descrito en el programa de 1903 era el mismo que había en 1919, en la República de los Soviets, y esto ocurría por la descomposición y bancarrota del imperialismo. Lenin sostiene entonces que había fenómenos heterogéneos, esto es, el dominio del capital financiero no era homogéneo y total. “En realidad vemos fenómenos heterogéneos. En cada provincia agrícola, al lado de la industria monopolizada existe la libre competencia. En ninguna parte del mundo ha existido ni existirá el capitalismo monopolista sin la libre competencia en toda una serie de ramas. (…) Si Marx decía de la manufactura que era una superestructura de la pequeña producción en masa, el imperialismo y el capitalismo financiero son superestructuras del viejo capitalismo. Desmoronen la cúspide y aparecerá el viejo capitalismo. Mantener el punto de vista de que existe un imperialismo puro, sin el viejo capitalismo, es pintar como querer” (p. 164, t. 38 OC).

Plantea que con la crisis del capitalismo y la revolución se habían suscitado “toda una serie de fenómenos básicos más elementales del capitalismo” (p. 163, ibídem). Cita como ejemplo el desbarajuste del transporte en el sistema imperialista donde había un retorno “a las formas más primitivas de producción mercantil” (p. 163, ibídem). En seguida reconoce que ese renacer del capitalismo, de la producción mercantil, dificultaba la transición al socialismo:

“Si tuviéramos delante un imperialismo puro, que hubiese transformado radicalmente al capitalismo, nuestra tarea sería cien mil veces más fácil. Tendríamos un sistema en el que todo estaría subordinado únicamente al capital financiero. Entonces no nos quedaría más que quitar la cúspide y dejar el resto en manos del proletariado. Esto sería agradabilísimo, pero la realidad es otra. En realidad, el desarrollo es de tal naturaleza que nos obliga a proceder de un modo completamente distinto. El imperialismo es una superestructura del capitalismo. Cuando éste se desmorona, nos vemos frente a la cúspide derrumbada y a los cimientos desnudos. Por eso, nuestro Programa, si quiere ser exacto, debe presentar las cosas tales y como son” (pp. 164-165, ibídem, énfasis agregado). El viejo capitalismo se había desarrollado en toda una serie de ramas hasta transformarse en imperialismo. Pero también había un “inmenso subsuelo del viejo capitalismo” (p. 165). El campesino medio y pobre, así como el pequeño productor artesanal de mercancías, eran una extendida realidad en la Rusia soviética de los 1920. Incluso en Europa Occidental, si bien era posible que las revoluciones se realizaran de manera más fácil, la reorganización de las economías, en la transición al socialismo, exigirían “un período largo, de muchos años”. He aquí entonces una segunda razón por la cual la simplificación de la transición al socialismo que supuestamente habría significado el dominio del capital financiero debía ser matizada.

¿Represión o revolución cultural?

El planteo de Lenin de trabajar por una revolución cultural y fomentar las cooperativas como una forma de transición hacia el socialismo, se inscribía en orientación de largo plazo que apostaba a la adhesión voluntaria de las masas campesinas y pequeñoburguesas al régimen revolucionario. Pero esto era imposible si el partido Comunista no aceptaba las reglas de la democracia soviética –dirigía el partido más votado en las elecciones de los soviets- y si no había libertad de opinión y prensa. No hay revolución cultural en un país amordazado. Era necesario la libertad de crítica y debate. Pero esto es lo que no ocurrió. Cuando en marzo de 1921 los marineros y obreros de la fortaleza naval Kronstadt pidieron la libertad de elección en los soviets –era el programa de Lenin en El Estado y la revolución– fueron brutalmente reprimidos (véase aquíaquíaquí). Y la política represiva no se limitó a Kronstadt. Como botón de muestra véase esta intervención de Lenin en el XI Congreso del partido, en 1922: “Por preconizar públicamente el menchevismo, nuestros tribunales revolucionarios deben fusilar, de lo contrario, no serían nuestros tribunales…” (p. 96, t. 45, OC). Y agregaba que llevarían “al paredón” a los que no se abstuvieran de dar sus puntos de vista opuestos a la línea del partido. Hasta donde alcanza nuestro conocimiento, esa posición fue aceptada por la mayoría de los delegados. Sin embargo, era imposible avanzar en el trabajo cooperativo, en la administración “desde abajo”, en la revolución cultural, en medio de la represión generalizada.

En conclusión

La afirmación de Hilferding, compartida por Lenin, de que el capitalismo monopolista financiero generaba condiciones muy favorables para la socialización, debió ser relativizada. La gran empresa capitalista allana el camino hacia la socialización, pero no por esto se supera la dificultad que supone, para un gobierno revolucionario, incorporar a las masas al control y administración de los medios de producción estatizados. Si ese control y administración quedan a cargo de una burocracia, la transición al socialismo estará bloqueada, y reaparecerán, inevitablemente, nuevas formas de explotación. La explotación de las masas trabajadoras por parte de una burocracia estatal no deja de ser explotación. Es lo opuesto a la emancipación del trabajo asalariado que procuran los socialistas. Además, los problemas se agravan si el gobierno, o la dirección revolucionaria, apelan al ahogo de las corrientes críticas u opositoras. La represión no convence a nadie, y sin convencimiento no hay construcción socialista posible.   

Por otro lado, los “socialismos burgueses”, en el sentido del “capitalismo organizado” que visualizaba Hilferding, en ningún lado han suprimido la explotación del trabajo asalariado. A lo sumo, atenuaron desigualdades de los ingresos y la riqueza, como ha ocurrido con los capitalismos de los países nórdicos. Por último, la estatización de los medios de producción no impide el surgimiento de formas de explotación pequeña y mediana. Incluso suponiendo que los grandes capitales suprimen la competencia y controlan los precios y la producción, ello no impide que la pequeña producción –pocos asalariados, medios de producción escasos-, o el pequeño y mediano capital mercantil, resurjan permanentemente después del triunfo de una revolución. De ahí la importancia que puedan tener, bajo un gobierno revolucionario, las formas sociales intermedias, como las cooperativas de producción y comercio, con participación voluntaria de sus miembros.

Por Rolando Astarita

Columna publicada originalmente el 21 de agosto de 2024 en el blog del autor.


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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