Homero Simpson y la extrema derecha

Es comprensible sentirse como Homero Simpson y alejarse de la política, pero esto limita nuestra comprensión del proceso democrático

Homero Simpson y la extrema derecha

Autor: Jean Lenin Corona

Bienvenida al mundo, Victoria.

No me parece descabellado caer en el error de Homero Simpson cuando no nos asumimos como sujetos políticos: muchas veces suponemos que el oficio no siempre noble de la vida partidista, burocrática y electoral -la grilla- es el universo total en el que se toman las decisiones que nos conciernen y vinculan a todas las personas. Hay quienes asumen como una verdadera virtud estar lejos de la vida política. A veces no les falta razón.

Por otro lado, están quienes profesan que todo lo político es personal y viceversa. Qué horror: el ciudadano total -una persona con intereses públicos únicamente- es la distopía de cualquier filosofía política que se precie de valorar al individuo ya sea en primer o segundo término, más o menos dice Norberto Bobbio.

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En uno de mis capítulos favoritos de Los Simpson -faltaba más: es de las primeras diez temporadas-, El regreso de Bob Patiño, Homero, ante el reclamo de sus compañeros de trabajo por escuchar el programa de Tino Burgos, comentarista radiofónico abiertamente de derecha, conservador, reaccionario y republicano, comenta que él no es político, que las personas que votan le parecen raritas, pero que ese Burgos le llegaba al corazón.

A lo largo del episodio, la retórica de Tino Burgos va moldeando la opinión de Homero y la ciudad mientras lo escucha.

Desayunando con la familia, el comentarista se refiere al alcalde Diamante como un corrupto, mujeriego analfabeto, alcohólico y gastócrata del cual Springfield nunca se podrá deshacer. Acusa su permanencia en el poder a la presencia de una élite progresista en la ciudad.

Lo escucha en el auto con Lisa, cuando Tino Burgos comienza a interactuar con Bob Patiño, este le agradece por mostrar que los republicanos no son malas personas, es más, se desmarca de George H. Bush en el acto.

No sólo Homero muestra interés, los parroquianos con los que comparte cervezas en la taberna de Moe, lo escuchan cuando acusa al sistema de justicia de liberal y tendencioso respecto a los buenos hombres conservadores por el encarcelamiento de Bob Patiño y exige su liberación.

Finalmente, logra convencer al comité del Partido Republicano de postular a Patiño para competir por el puesto de alcalde con Joe Diamante.

Mueve al electorado a las urnas. Entre la bufalada que se volcó por Patiño, al grado de considerar plausible el resultado de 100% a 1% con el margen de error del 1% en favor de este, el despolitizado Homero, a quién no le interesa la política, votó por quién intentó asesinar a su hijo. Quizá peor, ganó el voto de Krusty, quien a pensar de inculparlo en un asalto, le gustó la idea de reducir los impuestos.

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No les contaré más del capítulo, llegué al punto.

Hay que tener mucho cuidado con los discursos de derecha. Son mañosos, diría Polo Polo.

El error en el que cae Homero no está en votar por Bob Patiño: es un mal padre toda la serie con contados momentos de amor paterno que nos hacen disculparlo y seguir viendo la caricatura. No veo por qué es peor votar por quién intentó asesinar a tu hijo que ahorcarlo recurrentemente y exponerlo a peligros al crear complicidad con él ocasionalmente.

Tampoco lo está en si realmente es conservador o no, hay capítulos en los que se vuelve líder de un sindicato, alcalde rebelde de la parte más desfavorecida de la sociedad y otros tantos en los que es un comentarista crítico de la izquierda o le entrega una millonada al pueblo hermano de Cuba a través de Fidel Castro.

Lo interesante aquí es su rechazo inicial a la política. Sin darse cuenta, el consumir los contenidos de Burgos moldean su opinión al grado de cambiar su desdén por la democracia y llevarlo a reafirmar su visión del mundo a través del voto.

Es fácil caer en el error de no asumirse político y ser movilizado por la derecha.

Los argumentos conservadores, al abogar por un viejo orden y la seguridad, se vuelven más plausibles: es complicado entender hacia dónde nos lleva el cambio y si ese lugar aún me permitirá vivir bien.

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La retórica es más simple con la derecha que con la izquierda. La izquierda liberal, en la que todas las expresiones y diversidades caben, se enreda muy fácil en los términos que les permiten articularse como opción política.

Mientras la izquierda exige desde el lenguaje la inclusión de todas, todos y todxs; la derecha se conforma con todos.

Paradójicamente, para algunas personas se vuelve más fácil incluirse y asumirse como derechista que enredarse en la izquierda y cualquiera de sus apellidos que la vuelven identitaria y gregaria.

Peor aún, cuando la derecha se decide, puede convencerte de defender una idea elitista de la democracia, en la que se reduce a esta a una serie de privilegios y prebendas que benefician a un grupo de partidos; los cuales, por cierto, invirtieron toneladas de dinero, tinta y papeletas en centralizar la participación ciudadana por décadas en lugar de llevarla a las colonias o ya tan siquiera, que todos los votantes sepan leer y escribir.

A la mayor parte del electorado le cuesta encontrarse dentro del espectro político. El modelo de democracia vigente en México y la mayor parte del mundo, permite que la participación política se pueda suprimir a acudir a las urnas cada tres, cuatro o seis años. El resto del tiempo, no importa qué pase en el Congreso y el Ayuntamiento.

La derecha, al abogar por la permanencia, se beneficia cuando a las personas no les interesa generar el cambio. El otro lado distópico del ciudadano total es la ausencia de interés.

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Hay contadas ocasiones cuando la ciudadanía se politiza. No está mal.

La marcha por la democracia del pasado domingo 18 de febrero movilizó más de 90 mil personas en la Ciudad de México. Muchas de ellas declaraban que su presencia no era en detrimento de López Obrador o en apoyo a Xóchitl Gálvez, sino que iban por la democracia.

Sin embargo, quienes convocaron a la marcha son actores políticos de primera línea. Que no por ser opositores son el diablo, sino por sus mañosas tácticas para aglutinar a personas sin agendas dentro de sus agendas.

30 años después de emitido el episodio, es fácil saber por qué Homero hubiera ido a esa marcha sin darse cuenta.

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Foto: X

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