Llegó corriendo y se detuvo frente al Monumento. Contenta, eufórica, acomodaba su pelo enmarañado. Su amiga corría enajenada detrás de ella. Se inmovilizó a la distancia necesaria, sin mirar otra cosa que su teléfono celular. La chica despeinada dice:
– ¿Aquí estoy bien?, ¿Saco la lengua?
Su amiga, a los gritos, desaprueba la idea y, siempre observándola a través de la pantalla, responde:
- ¡Sonreí!
Al instante:
– ¡Listo! ¿La envío?, ¡Ahora sácame a mí!
Invierten posiciones. Luego, se alejan de la misma manera en que llegaron, en busca de otro objetivo.
Ser mirados es la consigna. Ser mirados para existir.
Existir en la época actual, es existir en las redes sociales donde la relación con el otro queda reducida a un intercambio de imágenes que intentan traslucir estados de felicidad absoluta y donde todos parecerían tener una vida de una estrella hollywoodense.
De manera silenciosa, el vínculo entre las personas se ha ido desvirtuando. El mirar a los ojos a alguien, ha quedado atrás. El mirar de hoy, se define por una mirada refugiada y escondida detrás de una pantalla. El espectador invisible dá signos de su presencia a través de un icono, a mi criterio poco agradable, un pulgar levantado (me gusta) o en posición inversa (no me gusta).
Y si, los avances de la tecnología lo han hecho posible. Todo, absolutamente todo, puede ser fotografiado, filmado, relatado y “compartido”, casi en el mismo instante en que sucede. Sólo se requiere tener un teléfono y señal de internet. Si esto no sucede, las personas parecen entrar en un estado de desconcierto y desolación. El momento vivido deja de tener valor si no puede ser mostrado a los demás.
Ya, desde que llega un niño al mundo, y porqué no desde que está dentro del vientre de su madre, hay una obsesión por el retrato, por la captura de imágenes: Ecografías en 4D, que les anticipará a los padres cómo es la cara de su hijo, gran enigma que hoy en día no puede esperar nueve meses. Los padres llegan a pagar mucho dinero por éstas las que, lejos de brindar algo más que las tradicionales en lo que a la salud respecta, se promocionan por ofrecer alta definición en imágenes del bebé, particularmente del rostro. Sin embargo, como todo objeto que propone el mercado como garante de felicidad o satisfacción plena, nunca colma lo que promete y muchas personas dicen haberse sentido impactadas, defraudadas, al ver estas imágenes comprimidas, modificadas por el medio en que se encuentran, del rostro del bebé. ¡Tan sólo había que esperar un poco más!
Luego, al nacer llegara la segunda etapa: el niño se enfrentará a las cámaras. Será filmado, fotografiado y compartido, virtualmente claro, en casi todos sus momentos.
Para las nuevas generaciones, difícil es concebir un mundo fuera de los avances tecnológicos.
De manera literal, la compulsión a la captura de imágenes, muestra a los padres de hoy ofrecer a sus hijos una sola mano, y ustedes se preguntaran ¿Por qué? La respuesta es simple: porque con la otra sostienen su teléfono celular el que, en el mejor de los casos, lo está filmando o fotografiando al niño. Digo en el mejor de los casos porque, para tomar un ejemplo concreto, más negativo es aún que una madre esté amamantando, sosteniendo con un brazo al niño y con la mano del otro, escribiendo incansablemente mensajes en su teléfono celular. Entonces, volviendo al primer caso de un niño fotografiado o filmado, una mirada distraída y repartida, entre lo que el camarógrafo quiere obtener de la escena y el pequeño que, como todo bebé atento a los signos de amor, no deja de mirar a los ojos a esta madre o padre pero también a este dispositivo electrónico, tan preciado en el contexto familiar, que lo intenta captar insistentemente en una escena digital.
Como se suele decir: el problema son los excesos. El problema comienza cuando el interés por la captura de imágenes, desplaza a la vivencia en sí misma, cuando el interés por mostrar la escena, cobra más importancia que el momento vivido. El registro virtual excesivo es más dañino aún en los niños. A los niños, la captura de estas imágenes no les suman. A los niños, les son inigualables, irremplazables, las experiencias vividas. Dos brazos que le hacen “upa”, una madre que mientras lo amamante acaricie su rostro y lo mire a los ojos, le cante, le hable y trasmita cosas que jamás en la vida, aunque no las recuerde, olvidará.
*Psicoanalista