Los estudios sobre la figura intelectual de Gabriela Mistral han crecido en lo que llevamos de siglo. Las investigaciones han ido más allá de las conocidas desde la crítica literaria bien fundada de autores como Roque Esteban Scarpa, Jaime Quezada, Luis Vargas Saavedra y Naín Nómez, entre otros. Las investigaciones más recientes se han enriquecido desde los estudios culturales, por nombrar algunos textos, menciono: “El proyecto de Lucila” (2005) de Ana Pizarro, “Dirán que está en la gloria” (1997) de Grínor Rojo, y distintos artículos de Soledad Falabella a partir del Poema de Chile.
Algo menos observado ha sido el interés que han puesto algunos destacados filósofos chilenos en su obra. Para Jorge Millas y Luis Oyarzún, es una suerte de sibila a la cual acuden constantemente, visitándola cuando pueden. Son recordados los discursos de Oyarzún en los funerales de la poeta. El filósofo Juan Rivano es uno de sus principales textos críticos de la década del sesenta le toma prestada la frase “clase herodiana” para referirse a los que están al servicio del colonialismo. Me atrevo a decir que los mayores trabajos filosóficos sobre la poesía mistraliana son “De árboles y Madres” (1984) de Patricio Marchant y “Soberbiamente transgresora” (2005) de Susana Munnich.
Marta Contreras ha afirmado que Gabriela Mistral es nuestra madrea poética, yo me atrevería a ir más allá todavía y nombrarla como nuestra madre intelectual, siguiendo las palabras escritas por Contreras: “Chile tiene una madre poética cuya escritura misma es el nido o suelo en el que se cría su vida”. En lo que sigue señalaré algunas ideas mistralianas relevantes para los debates al interior de la filosofía de nuestra América: del indio, de la tierra y la memoria.
La cuestión en torno al indio es paradojal dada su valoración por la lengua hispana, aunque en esto es similar a autores como Vasconcelos o Mariátegui. Ciro Alegría la ha reconocido como una hermanastra mestiza. Mistral es solidaria en la denuncia de la explotación del indio y es consciente del reconocimiento a su dignidad, en sus palabras: “Antaño sobre este planeta estaban las poblaciones y las razas acampadas en los solares de sus antepasados, eran unos asentamientos donde sus descendientes se congregan por plan, lengua y costumbre. Hasta que las invasiones, por gana de más tierra ajena daban el zarpazo agrimensor”. En otro texto de 1931 dice: “Solo lo que sea, el español prefirió la conquista a la fundación y la fundación urbana al establecimiento rural, y el laboreo de la mina al lento logro del surco”. También en “Celebración del 12 de octubre en las Antillas” (1933): “…quien viaje por nuestra américa central y sur, verá al indio puro y al mestizo por doquiera, tan presentes y abundantes, que hay zonas donde el blanco parece lo que es, un afuerino o un invasor”. Una referencia más al respecto en “Recado sobre el herodismo criollo respecto a la infancia” (1941): “Para el continente padre del racismo no tenemos nosotros semblante racial honorable y tampoco espinazo uno de léon; somos ramas quebradizas por aisladas”. Es central en la visualización de explotación del indio su consecuente violencia, así lo expresa en “Hija del cruce” (1942): “Quemaban sus copales precolombinos sobre las gradas de la iglesia española, sahumándola en indio antes de entrar a rezar en castellano. ¿Acaso Dios, que no necesita de templos ni de sacrificios mosaicos, va a rechazarnos si le rezamos en maya o en quechua, y va a exigirnos apariencia en vez de esencia, Él, que ve recto a los corazones?”.
Una de sus principales ideas políticas es la del agrarismo, escribe en 1950 en un “Recado para el valle del Elqui”: “Desde hace mucho años, ustedes lo saben, vengo tamborileando sobre la conciencia de nuestros políticos el dato de que la tierra sobre la cual el campesino ha ido y venido como su arado y sus bueyes, es una romería sin arribo”. Como en Mariátegui, el problema de la tierra es una cuestión económico-social, aunque también existencial-vital, que la instalan frente a un tipo de escritura ecológica bajo es pregunta que se han hecho varios de nuestros escritoras y escritores, ¿quién nos devolverá los viejos árboles perdidos?. Así lo lamenta Mistral en “Árbol muerto”: “En el medio de llano/ un árbol seco su blasfemia alarga/ un árbol blanco, roto y mordido de llagas, / en el que el viento, vuelto/ mi desesperación, aúlla y pasa. De su bosque el que ardió sólo dejaron/ de escarnio, su fantasma”.
Para terminar quiero aludir el rescate de la memoria, cuestión noble en la tarea del intelectual que asume un compromiso en su escritura, una suerte de conciencia del escritor, expresa Mistral: “La mayor parte de estos recuerdos no importan sino a nosotros, pero una lonja de esta tela imaginista es útil a los demás, y en todo caso importa a los otros que envejecen” (Recordando 1951). El trabajo memorístico que a veces nos parece propio del historiador, es una función colectiva a la cual se contribuye desde distintos registros de escritura. La lengua la tenemos para construir realidades y pueblos.