El debate sobre la voluntariedad o la obligatoriedad del voto en Chile es otra prueba del concubinato existente entre la Alianza y la Concertación, y del lamentable estado de nuestra clase política. Curiosamente, el tema central de esta discusión ha sido escamoteado: Qué se entiende por democracia.
Quienes postulan cualquiera de las dos posiciones anteponen cálculos electorales. La posición aliancista del voto voluntario responde a la certeza de saber que en la pseudo democracia actual sólo participan quienes tienen interés e información. Y, casualmente, quienes tienen más interés e información son quienes tienen mejor situación económica.
Esta posición les es muy cómoda porque este sector negó hasta donde pudo el derecho a voto y su concepción de democracia siempre ha sido limitada. El viraje de la Concertación, que abandona el voto voluntario para promover el voto obligatorio, sigue la misma lógica. Sus datos electorales dicen que serían los principales perjudicados con el voto voluntario. A eso se resume su repentino cambio de opinión.
La historia reciente de nuestro país demuestra que ni la Alianza ni la Concertación creen en la democracia. La Alianza creó la actual Constitución que la niega, y la Concertación legitimó el crimen. La única forma de transitar hacia la democracia consiste en cambiar la actual Constitución por una que emane de la participación ciudadana, restituyéndole su soberanía al pueblo de Chile. Ambas coaliciones le niegan ese derecho a los chilenos.
Ambas hicieron de los chilenos un pueblo sin derechos. Tanto para la Alianza como para la Concertación, para Jaime Guzmán como para Ricardo Lagos, el régimen más cómodo es aquel en el que la política está privatizada y es el privilegio de unos pocos.
La condición para que exista el autoritarismo liberal y la economía de mercado es la desafección política. ¿Quién busca revertirla? Alianza y Concertación sometieron a la ciudadanía al modelo de mercado. La oligarquía financiera se envalentona y Alejandro Alarcón, regente de la Asociación de Bancos, va hasta identificar la democracia a la posibilidad de aceptar créditos atados.
Para Alarcón, la democracia consiste en la sumisión ante uno de los peores abusos inventados por la rapacidad financiera. En un país civilizado, Alarcón tendría que rendir cuentas ante la justicia. Pero estamos en el Chile de la Alianza y de la Concertación, a quienes les asusta la soberanía del pueblo y les acomoda la tiranía del mercado. De los mercaderes. No quieren deliberación, sino transacción. No quieren ciudadanos, quieren la servidumbre de los vasallos.
Alianza y Concertación identifican la actividad política a una fraternal competencia entre dos coaliciones que buscan imponer sus intereses egoístas, y no como el espacio del libre ejercicio de la voluntad ciudadana y de búsqueda del interés general.
Quien conserva algo de sentido común, coincide en la necesidad de superar esta miserable pseudo democracia. Los preocupantes niveles de abstención electoral, el creciente rechazo hacia las instituciones políticas y la peligrosa indiferencia hacia el régimen vigente hacen insostenible el ejercicio de una autoridad que la ciudadanía juzga ilegítima. Renato Cristi sentencia que “(…) actualmente, la democracia chilena parece haber perdido su ethos republicano y ha pasado a ser el arte de contar más o menos votos y de formar coaliciones políticas más o menos estables, pero no tiene nada que ver con la virtud cívica y la perfectibilidad humana”.
La democracia y el estado de derecho sólo cobran sentido cuando las leyes reflejan la voluntad del pueblo. Si yo, como pueblo, como actor político-social, no participé de la configuración de las leyes que me rigen, ¿Por qué tengo que reconocerlas y aceptarlas? Desde Maquiavelo hasta Petit y Skinner, pasando por Aristóteles, Tocqueville y Rousseau, sabemos que la libertad no es la ausencia de interferencias hacia nuestra vida privada, sino el derecho a participar en la elaboración y la aprobación de las leyes. La ley no es coerción cuando emana de la deliberación pública. Es libertad.
Yo quiero ser parte de un pueblo libre. Por eso estimo que una Asamblea Constituyente es la única forma de tener una Constitución DEMOCRÁTICA. ¿De qué sirve debatir del voto obligatorio o voluntario si ese voto es vano, hueco e impotente?
Por Salvador Muñoz K.
Cientista Político y Presidente del Partido de Izquierda Paiz
Twitter: @SalvadorMunozk
Polítika, primera quincena diciembre 2010
El Ciudadano N°92