Corrían los primeros días de 2018 cuando, luego de 4 siglos y medio posterior a su muerte, el profeta Nostradamus volvía a ser noticia. Sus predicciones para este año encajaban como anillo al dedo en el contexto internacional. Los vaticinios más tenebrosos venían asociados al anuncio de la llegada de un “gran aullador, sin vergüenza y audaz. Tramposo, sin escrúpulos y egocéntrico a la cabeza de uno de los países más poderosos del mundo”. Con tanta similitud a lo que sucede hoy en los Estados Unidos era imposible no darle algún crédito al adivinador.
Pero ni siquiera Nostradamus podía prever las piruetas que en política exterior realiza la administración Trump en temas tan sensibles como el equilibrio de la paz en medio oriente. La jugada de mover la embajada estadounidense a Jerusalén muchos no la consideraron como una opción real. Sin embargo, desde marzo de 2016 el magnate de New York anunció el traslado de la sede diplomática, la “revisión” del pacto nuclear con Irán, así como un apoyo irrestricto a Israel en términos de política exterior. El tema fue retomado a fines de 2017, igualmente bajo la óptica de que era una cuestión que se analizaba. Nadie consideró probable que se diera un hecho de esta magnitud, menos aun tratándose de la ciudad santa de Jerusalén.
Reconocer a Jerusalén como capital de Israel fue una decisión tomada en 1995 durante el gobierno de Bill Clinton por el Congreso de Estados Unidos, que ningún mandatario, Demócrata o Republicano se atrevió a llevar a la práctica.
El año 2017 fue tenso para los palestinos en su relación con la Casa Blanca. Trump ordenó la salida de Washington de la oficina de asuntos diplomáticos de la Organización para la Liberación de Palestina y amenazó con eliminar la ayuda que Palestina recibe de organismos internacionales, cuestión que se hizo patente durante el transcurso del año.
Pero como dije anteriormente ya este tema estaba gestándose y fue avisado. El antecedente concreto de esta medida fue el discurso de Trump en el Congreso del AIPAC (American-Israel Public Affairs Committe) en 2016. AIPAC uno de los principales lobbies de presión en los Estados Unidos, prueba de ello es que a este evento asistieron todos los candidatos presidenciales (fue antes de las primarias) y allí cada uno dio su discurso sobre la relación de Estados Unidos con Israel. Las palabras de Trump cayeron como música en el oído del ala ultraconservadora judía en Estados Unidos. Claro está, la posición de Trump no es meramente una cuestión de apoyo a Israel.
La mayoría de los análisis coinciden, en que al igual que el tema Cuba, este apoyo irrestricto a Israel es otra moneda de cambio de la administración Trump para gobernar. Sí, AIPAC es un aliado poderoso. Representa las finanzas a nivel mundial. Entre sus miembros se encuentran personas vinculadas al capital transnacional. Los principales contribuyentes de este lobby son encumbradas familias como los Rockefeller, los Rothschild (precursores del estado de Israel y el sionismo), la gran banca de los Goldman Sacks y la “Open Society” de George Soros.
Para contextualizar estas informaciones, las acciones de Trump se desarrollan en medio de rumores de un posible impeachment conducido por figuras como Obama (principal crítico de Trump a la luz de hoy) Hillary Clinton y John Kerry, participantes en las negociaciones con Irán.
Durante el gobierno de Obama, se intentaron dar pasos por este lobby para realizar presiones a nivel de Congreso, que es donde mayor influencia ejerce. Sin embargo, pese a que Obama aprobó la mayor inversión en temas militares de la historia de Israel (38 000 millones en diez años), su administración mostró su desagrado tanto a Benjamín Netanyahu, como a determinadas acciones del gobierno sionista. Ello motivó el voto de censura (es decir la abstención) de Estados Unidos ante el proyecto de Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que finalmente fue aprobada, en la cual se condena a Israel por la construcción de asentamientos de colonos en territorios ocupados al pueblo palestino.
Pero regresando al tema principal: el por qué de la embajada. Trump ha tenido relaciones con Israel conocidas desde hace más de 30 años y ha sido reconocido por AIPAC por su trabajo en función de fortalecer las relaciones comerciales entre ambos países. Ya desde 1983 el Jewish National Fund le premió por su dedicación al fortalecimiento de la relación entre EEUU e Israel. En 2004 fue seleccionado “Grand Marshal” de la “Israel Day Parade”.
La vida comercial de Trump se impulsa desde Nueva York, que es el lugar con la mayor concentración de practicantes del judaísmo fuera de Israel. Por ello sus negocios con los fondos de inversión y los grandes bancos estuvieron matizados por sus relaciones con este segmento poblacional.
Por otra parte está su conocida amistad con Netanyahu. En el año 2013 Trump protagonizó un video electoral para el público de Israel mostrando su apoyo a “Bibi”. El mismo Bibi que hace pocos días le entregó a Trump las “pruebas irrefutables” obtenidas por el Mossad de la traición iraní al pacto nuclear.
Siguiendo con el tema de las relaciones de Trump con los sectores de la ultraderecha sionista en los Estados Unidos tenemos otro ejemplo. Para su campaña electoral Trump obtuvo apoyo de Sheldon Adelson, apodado el “mega donante de Trump”, dueño de varios casinos que se encuentra entre los principales activistas del AIPAC y que tiene estrechos vínculos con Netanyahu. Este mismo empresario, se dice que fue quien sugirió el nombramiento de John Bolton en el equipo de Trump y ya ha señalado a Marco Rubio como su próximo favorito.
No menos importante es la presión que sobre la Casa Blanca ejerce uno de los sostenes de la campaña presidencial de Trump, el Grupo Evangelista Cristiano Unidos por Israel, que desde una posición religiosa exige el retorno de los judíos a Jerusalén, ya que esta es una condición esencial para la segunda venida de Cristo.
Otro de los aspectos a tener en cuenta en esta lógica es el lugar que ocupa Jared Kushner, esposo de Ivanka Trump (recientemente convertida al judaísmo ortodoxo) y asesor junior de la Casa Blanca en la ejecución de políticas diseñadas desde Tel Aviv. Kushner, inversor internacional, es un conocido donante de asentamientos de colonos en Cisjordania, particularmente se ha identificado su relación con asentamientos de notoria agresividad en su actuar. Kushner forma parte del AIPAC, es el asesor principal de Trump para sus relaciones con Israel y además es el “negociador” de Estados Unidos para el proceso de paz con Palestina…
Casualmente Ivanka y Kushner son quienes encabezan la delegación estadounidense junto a 10 congresistas (todos republicanos), al acto de apertura de la embajada. Tristemente dos países siguieron la iniciativa de Trump: Guatemala y Paraguay. ¿Recuerdan el Grupo de Lima?
La apertura de la embajada para la diplomacia internacional, es otro puntapié del realismo político estadounidense, que no ceja en su empeño de demostrar que no existe sistema de naciones alguno. La voluntad imperial se impone una y otra vez, frente a un concierto de naciones cada vez más desacreditado e ilegítimo.
Este evento coincide con la decisión del ejecutivo estadounidense de retirarse del paco nuclear iraní, acción que indudablemente desestabiliza más esa región del mundo. Aunque del abandono del pacto podemos hacer muchas lecturas, lo cierto es que con su desarticulación el mundo entra en una nueva etapa de la carrera armamentista. Y si bien otras partes del mundo ven en estas acciones una vía para desatar nudos convenientemente amarrados desde Washington, en medio oriente queda claro que hay un interés visible y denodado de provocar y generar conflictos que den al traste con una intervención estadounidense o israelí.
La cuestión de la embajada en Jerusalén para los palestinos es una afrenta: una sede estadounidense que está ubicada en contra de la voluntad del pueblo palestino, a quien nunca ha tenido interés real en apoyar y que además persigue como propósito legitimar la ocupación y el apartheid del régimen sionista.
Desde la perspectiva sionista es todo un espaldarazo, sobre todo al régimen de Netanyahu que ve con ojos codiciosos como se rompe el celofán que protegía la llamada “ciudad santa”. Además al reconocer a Jerusalén como la capital de Israel, Estados Unidos lleva a cabo un paso decisivo para a instalación de una nueva arquitectura de equilibrios de poder en la región de medio oriente.
¿Y qué tan conveniente puede ser tener una sede estadounidense en Jerusalén? Pensémoslo de otro modo: ¿Qué tan conveniente es poner a tiro de piedra un techo de cristal? Esperemos que los palestinos y sus movimientos nacionalistas se den cuenta de que esta provocación puede ser el “Maine” del Medio Oriente, y su ubicación responder a la lógica de que una agresión, por leve que sea, puede generar un conflicto con “visos intencionales” que legitime agresiones asimétricas, y donde, claro está, los muertos los ponen los que no sirven a ningún imperio.
La posición de los países de la región es, como hasta el momento, contemplativa. Nadie está de acuerdo con Israel, ni en contra de los Estados Unidos. Todos apoyan el reclamo palestino, pero hasta ahí. Mientras el concierto de potencias sigue tocando la angustiosa sinfonía de la ambigüedad. Claro, en Palestina no hay recursos geoestratégicos, ni parece definirse ningún plano de superioridad geopolítica.
Un punto aparte merece la alianza de facto entre Israel y Arabia Saudita, cuestión que se convierte en un tema religioso que toca a la casa Al Saud. El control por los símbolos religiosos asociados al islamismo y las ciudades santas es una cuestión de seguridad nacional para los saudíes.
Mientras todo esto acontece esperamos la promesa del “plan final” de Trump para el proceso de paz en el medio oriente. ¿Qué sucederá? Creo que ni Trump lo sabe. Tal vez debamos revisitar nuevamente a Nostradamus en busca de otra clara epifanía.