Ni el más “experto electoral” chileno podía presagiar el alto porcentaje de abstención que se presentaría en nuestro país en una nueva elección presidencial. Precisamente ambos comandos se empeñaron en insistir en que había que ir a votar, porque era importante la participación. Nadie se pierde en ese punto, pero a la luz de los datos electorales, ese mensaje no provocó cambio alguno en el votante. Es más, del total de los que votaron en primera vuelta que superaron los 6 millones de votos, este 15 de diciembre esto sufrió un claro retroceso y votaron poco más de 5 millones. En términos concretos, Bachelet ganó con un 26% y la abstención se encumbró por sobre el 50%. Sin embargo, los dos bloques políticos le han bajado el perfil a estos datos, sosteniendo que en todas las democracias que cuentan con voto voluntario, siempre se restan de participar en segunda vuelta y que ellas cuentan con altos índices de abstención. Eso tiene algo de sentido, pero justamente lo que buscaba la inscripción automática y el voto voluntario era precisamente oxigenar la democracia y aumentar los niveles de participación. Eso hoy no ocurrió y tenemos una presidenta con la más baja votación luego del retorno a la democracia.
La abstención puede tener variadas interpretaciones que pasan por la escasa diferencia entre las candidatas del duopolio en sus ejes programáticos, en la severa desconexión entre el pueblo y los partidos políticos, en que la fecha de la elección se cruzó con las compras navideñas, que era carrera ganada o que en situaciones de crisis (en todo su sentido) la gente tiene tendencia a votar mayormente. Pero lo concreto es que hoy en Chile la apatía política es más fuerte de lo que se piensa, y que el mensaje dado desde la sociedad civil debe ser tomado en cuenta. Sería un error relativizar esta señal, y lo que es peor, colocar en la agenda la necesidad de volver a la obligatoriedad del voto, pues se le estaría traspasando la responsabilidad de no votar a los electores, y dejando libre de todo cuestionamiento a una oligarquía política que se siente cómodo con este sistema. Probablemente algunos incluso dirán que la abstención no es tema y que Bachelet ganó como dictamina la democracia, pero eso es desconocer un hecho puntual: hoy la abstención fue la convidada de piedra a la fiesta de la democracia.
Claramente hay que replantear algunas cuestiones de fondo como la forma en que operan los partidos políticos, ya que se han privatizado en sus forma de organización avalados por el sistema de partidos, en la transformación del sistema electoral, pues el actual es ratificatorio de lo que proponen los partidos y no se escucha el mandato popular. Si a eso le sumamos que los incentivos de la participación son más bien escasos, las ganas de participar seguirán siendo menores. Como resultado se tiene una pequeña vieja minoría decidiendo por la gran mayoría desmotivada en participar, haciendo del ejercicio democrático una cuestión de unos pocos y dejando en manos de esa minoría, decisiones importantes para el devenir histórico. Tampoco puede venir algún “iluminado” a arrogarse el abstencionismo como propio, pues sería de una enorme presunción el atribuirse esta indiferencia, pero sí considerar este elemento como un momento trascendental para construir una alternativa que represente a estos sectores desencantados. Si los llamados candidatos alternativos logran hacer una lectura correcta a esto, probablemente entremos a un nuevo período político en Chile. Con el tiempo lo sabremos.
Por Máximo Quitral
Historiador y politólogo del Instituto de Estudios Internacionales, Inte, Universidad Arturo Prat