Por Aldo Bombardiere Castro

Hoy asistimos a un escenario de incremento militar cuya extensión y velocidad parece ser aún más preocupante que aquel acaecido durante los años más álgidos de la Guerra Fría. Si bien la llegada de Trump a la Casa Blanca ha explotado las condiciones histórico-políticas previamente dadas, su reciente exhortación a los países miembros de la OTAN para que aumenten su gasto militar desde el 2% al 5% del PIB anual, representa un salto de envergadura cualitativa. Y la Unión Europea en su conjunto ha empezado a acusar y aceptar recibo. He aquí un síntoma. Porque cuando lo cuantitativo se impone no sólo de forma considerablemente exponencial, sino también de manera irreflexiva, en ausencia de debates públicos, de horizontes comunes y contando con la cobarde subordinación de naciones que no dudan en traicionar los presuntos valores en que alguna vez dijeron creer, la maximización cuantitativa da lugar a un salto cualitativo: el frenesí armamentístico de Europa es expresión de un síntoma que ofrece a los pueblos del mundo una clave elaborativa (como todo síntoma) de comprensión epocal.
Durante las cuatro últimas décadas, las políticas neoliberales estuvieron orientadas a reducir el gasto público. Las condiciones hechas por el FMI y el Banco Mundial, para efectuar préstamos a estados tercermundistas, exigían a los solicitantes realizar actividades de privatización, principalmente transnacional, a gran escala. Todo esto, cautelado por entidades como la Organización Mundial de Comercio y algunas otras que operan de manera paralela al derecho internacional. Así, lo anterior, sumado a la liberalización del dólar, al violento dominio de recursos naturales basado en el despojo, a la externalización de las industrias, al intercambio desigual, a la masificación de políticas neoliberales cada vez menos reguladas y al inequitativo acaparamiento tecnológico, entre otros factores, han provocado que la institucionalidad económica mundial, desde ya construida ad hoc a las grandes potencias, se torne ineficiente en sí misma y, por el contrario, se muestre cada vez más instrumentalizable al arbitrio de la hoy mayor superpotencias occidental: Estados Unidos. Dentro del bloque occidental, durante estas últimas décadas el poder económico también ha sufrido un crecimiento exponencialmente desigual.
En este contexto es donde el grupo Brics+, integrado por las grandes economías emergentes a escala global y con representación regional (en su origen Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, más una serie de otras potencias medias como Irán), ha propuesto desprenderse de los mecanismos tradicionales con que ha operado Occidente sobre los países periféricos. Esto, no obstante, nada tiene que ver con una superación del capitalismo, sino, a lo sumo, con la reformulación de la fase neoliberal y devastadora de éste, tendiendo hacia una suerte de capitalismo de Estado, capaz de abogar por los encuentros de negociaciones multilaterales entre países, principalmente basados en los principios de respeto de decisiones políticas y de mutuos beneficios económicos (“ganar, ganar”).
Haciendo frente a esto, así como al progreso inquebrantable de China, Europa ha estrechado vínculos con los dictados estadounidense, llegando, el día de hoy, a someterse a los mandatos de un militarismo a ultranza. Y lo hace desde la antaño neutralidad de Finlandia, la moderación de Suecia y Noruega, hasta la decidida posición de una Alemania, a la cual la misma OTAN le permitirá volver a armarse de manera contundente. En ese sentido, vale que recordemos la célebre frase, pronunciada en los salones diplomáticos ingleses de los años 70, acerca del objetivo de la OTAN: “mantener dentro de Europa a Estados Unidos, fuera de Europa a Rusia y controlada a Alemania”. En efecto, si en un inicio la OTAN cumplió labores de seguridad internacional contra el enemigo soviético, también fuertemente armado y detentor de una ideología social claramente seductora y alternativa al liberalismo, hoy este organismo sólo se dedica a cautelar la hegemonía estadounidense del capitalismo dentro de un mundo configurado como imperio capitalista. En otras palabras, la OTAN ya no busca mantener a salvo el capitalismo, sino el lugar hegemónico que en él puede ocupar su mandamás y protector, EEUU, contra la inevitable amenaza china. Y para ello es necesario que Europa se arme, contribuyendo a la economía y a eventuales incursiones bélicas norteamericanas en todas las regiones del orbe.
Para lograr esto, Europa apelará a las retóricas de la austeridad y seguridad para justificar la reducción del gasto público en sus ciudadanos, todo en tiempos donde resultan aquejados por graves problemas de corte energéticos, de subvención en materia industrial, de apoyo al campesinado, de sostenibilidad tecnológica, de protección social previsional y, en suma, de problemas que ponen en entredicho la legitimidad de su diseño democrático burgués-liberal. Y es ahí donde se produce una gran paradoja. Europa aumentará un 150%, en promedio, sus compras militares, pasando del 2% al 5% del PIB (lo que implica que la Unión Europea desembolsará 516.000 millones de dólares más de manera anual; y, solo en el caso de Francia, por ejemplo, el presupuesto de guerra ascenderá de 50.000 millones de dólares a alrededor de 140.000 millones). Esto significa que se realizará un gasto público en detrimento de otro gasto público: reducir recursos de un declinante ámbito -protección social- para destinarlos a la protección militar (Lebaron y Rimbert, 2025). Los ciudadanos, mientras hoy piden más, mañana recibirán menos, pero -según el ideal militarista- al menos vivirán para recibir eso menos. Para que esto sea posible minimizando las protestas internas, los países europeos tendrán que acudir a un tipo de retórica llamada “pedagogía de guerra”.
Por lo mismo, esta militarización de Europa aprovecha un momento coyuntural. Si la dimensión estratégica de EEUU y el devenir neofascista del capitalismo mundial está marcada por un enfoque de largo aliento, correspondiendo a un desarrollo estratégico; en contraste, la guerra de Ucrania marca su más relevante elemento táctico: la ocasión nuclear que debe aprovechar el proyecto neofascista para seguir colonizando el cuerpo ya casi inerte de las democracias liberales. Este último punto coyuntural y táctico, en definitiva, viene a coronar el enfoque de largo aliento que, a su vez, sentó las condiciones para tal coronación.
Pensar que Putin pueda tener en su cabeza el plan de atacar Europa sólo puede caber en una mente delirante. Sin embargo, tal delirio se torna comprensible para nosotros a causa en una fuerte campaña de rusofobia, potenciada por la guerra de Ucrania, y que cuenta con un dilatado recorrido histórico.
Tal vez desde los tiempos de Alexander Nevski (siglo XIII) hasta el actual resurgimiento de las ambiciones mayésticas en torno a una gran Rusia blanca, pasando por siglos de Rusia zarista y posteriormente de efectiva expansión e influencia de la URSS hacia el este, Rusia no sólo ha representado una figura hostil para la Europa, sino también ha generado un terror pocas veces admisible. Como si se tratara de un medio hermano ninguneado y resentido, de un hermano bastardo y bautizado en las aguas de un cristianismo ortodoxo y con aires mistéricos, Europa teme que dicho medio hermano, por ambición y odio, venga a atentar contra la casa familiar, contra el orden racional, contra los valores y la promoción de la autonomía individual de las cuales se jactan las democracias liberales extendidas desde el Mediterráneo hasta el Mar del Norte. Ese terror atávico hoy es explotado por la asonada neofascista del militarismo, arrastrando consigo a las decadentes fuerzas liberales. Así, de manera inversa a como Occidente, a condición de encontrarse fuera de Europa, concibe a Israel en calidad de uno de los suyos, pese a sus innumerables y reiterados crímenes de lesa humanidad, planes de limpieza étnica y flagrante genocidio contra el pueblo palestino; Occidente concibe a Rusia como un otro, un mutante, una desviación, incluso a pesar de que una considerable porción geográfica de ésta se encuentre en Europa y a pesar de que, sobre todo desde los tiempos de Pedro el Grande, ambas compartan un horizonte cultural en común. Sin embargo, así y todo, nada de esto justifica la insensatez de creer plausible que Putin haya de lanzar un ataque suicida a Europa.
Al contrario, tras más de dos años de guerra y decenas de miles de bajas, tanto por lado ruso como ucraniano, los planes de Putin distan enormemente de, por ejemplo, conquistar los países bálticos para luego expandirse por Finlandia y entrar a Europa por el norte, al tiempo que de realizar lo mismo por Polonia y, más al sur, sorprender a Europa vía Turquía, apoyándose en sus bases militares que subsisten a mal traer en Siria. Creer que la invasión rusa a Europa es una posibilidad real, refleja la estupidez reinante en el viejo continente, ése que algún día apostó por las virtudes asociadas a las luces de la razón. Y tal creencia resulta aún más implausible cuando las negociaciones entre Trump y Putin para poner cese a la guerra en Ucrania van avanzando velozmente. En ese sentido, lo más probable sea que Rusia se conformase con un botín, de todos modos, nada menor: anexar las regiones rusoparlantes de Donetsk y Lugansk, terminar de legitimar su control de Crimea y, paralelamente, asegurar una zona de amortiguación frente a la expansión otanista hacia el suroeste (pues ya cuenta con Bielorrusia para cumplir esa función en el centronorte), con alguna opción de incluir a los países bálticos en la desescalada otanista. Esto, a su vez, significará un triunfo para Putin a nivel interno, fortaleciendo su figura zarista y reavivando una suerte de protofascismo culturalista, principalmente de raíz eslava, dentro de la población. Nada más lejos de Europa, dejando de lado el neofascismo, claro.
Ahora bien, el mayor beneficiado con este militarismo europeo no será otro que EEUU. ¿Por qué? No sólo porque se trate de un caso más, ahora maximizado, de utilización del conjunto de la OTAN en vistas de la promoción de sus propios intereses económicos, financieros y geopolíticos, sino también porque los réditos directos de este incremento militar privilegiarán casi exclusivamente al país del norte. Si hoy los países miembros de la Unión Europea compran más de 55% del armamento militar a EEUU, el aumento del 5% del PIB promete un festín para los bolsillos del complejo militar-industrial norteamericano.
Sin embargo, vale pensar, con cierta consciencia histórica, en algunas de las condiciones posibilitantes de dicha exponencial intensificación militarista al borde de ocurrir en Europa. En efecto, ésta parece estructurarse a partir de los siguientes elementos: la creciente desigualdad material y relevancia política entre el conjunto de los países occidentales y el -así llamado- Sur Global; la decadencia del multilateralismo en los procesos de negociaciones entre las naciones más poderosas; el derrumbe del sistema de Naciones Unidas, lo cual devela la crisis de los principios universalistas de orden liberal; la aceleración de avances tecnológicos sin precedentes y su inmediata aplicación para fines de dominación; la irreversible agudización de la crisis ambiental, cuyo fenómeno más evidente se expresa en el calentamiento global; el cada vez más violento autoritarismo securitario-policial contra los pueblos a manos de variados gobiernos; la lenta pero profunda caducidad de las democracias representativas; los oleajes migratorios, con su direccionada y amplificada asociación xenófoba; la incontrarrestable amenaza económica que representa China para la declinante hegemonía estadounidense y una Europa que ha decidido acompañarle; la violenta arremetida comercial y financiera de EEUU en el mundo periférico como reacción a tal amenaza; el infundado terror expansionista que despierta Putin en Europa; la inaceptable manipulación mediática reflejada en la censura y campañas de desinformación relativas al flagrante perpetrado por Israel contra el pueblo palestino; el renovado poder de un patriarcado cultural cada vez más irracional, incuestionado, humillado y, por lo mismo, más violentista; la persistencia de los intereses extractivistas sobre África en general, y en el Congo y Sudán en particular, operados por las otrora potencias coloniales europeas, lo cual sigue generando una gran cantidad de crímenes de lesa humanidad y divisiones internas por el poder en dicho continente; los conflictos sociales, económicos y, sobre todo, medioambientales que sufre el sudeste asiático; la intransigencia de las transnacionales y de los países exportadores de gas y petróleo para cumplir con los Acuerdos de París; la reactivación de la discriminación contra pueblos originarios en Oceanía y América… En fin, podríamos ampliar la lista. Incluso podríamos ahondar en las especificidades de cada caso. No obstante, es claro que existe una íntima relación de afinidad entre todos estos fenómenos: la consumación neofascista del capitalismo.
Más allá de la discusión en torno a si se trata del devenir (por así decirlo casual y reversible) neofascista del capitalismo en su fase neoliberal, o, en contraste, si se trata de una consumación propiamente tal, en la que el capitalismo neoliberal encuentra su punto cúlmine, su indefectible telos ontológico, por medio de su plasmación en el neofascismo cibernético (cuyo preludio fueron los fascismos históricos del siglo XX), la época que hoy nos atraviesa cuenta con caso privilegiado: la deriva militarista que empieza a tomar Europa. El ejemplo del militarismo, así, corresponde a un síntoma: dada su traumática envergadura, él mismo reclama una elaboración comprensiva más allá de sí.
Si, acogiendo el pensamiento marxista, podemos afirmar que el desarrollo del capitalismo resulta susceptible de ser graficado a través de un recorrido que abarca desde, por una parte, un proceso de acumulación originaria de capital, empíricamente manifestado en el estadio de mercantilización intrínseco al expansionismo europeo del siglo XVI, hasta, por otra parte, la asonada del neofascismo cibernético actual, donde se remarca el predominio hiperbólico de una sociedad de control, el auge de una voluntad de odio y securitarismo propietal, así como la omnisciencia de los mecanismos de abstracción de la vida, cuya ingeniería se sostiene en la exacerbación de las dinámicas de acumulación por explotación humana y devastación de la naturaleza; entonces, si el despliegue del capitalismo puede representarse desde ese modo, esto es, desde su origen hasta la actualidad, eso mismo nos indica otro fenómeno, de características doble. En efecto, primero: el constante arsenal militar que ha acompañado (y facilitado), desde su nacimiento, la histórica imposición capitalista, actualmente insinúa tomar un rol central gracias al auge global del neofascismo. Segundo: nunca los pueblos del mundo han tenido la posibilidad de acceder a un conocimiento más detallado y panorámico acerca de todo este proceso de desarrollo capitalista, lo cual, por cierto, tampoco garantiza la crítica que aquellos puedan adoptar frente a éste.
En esta brecha entre opresores y oprimidos, quienes, incluso dejándonos oprimir, cada día somos más conscientes que hoy se juega la futura posibilidad de sublevación contra el capital. Y no sólo las de la sublevación de la humanidad, sino la de las múltiples formas-de-vida con miras al porvenir. Con el acelerado incremento militarista es probable que esta contradicción se agudice aún más: mientras más poder militar sea acumulado por parte de las superpotencias y de la comunidad europea, mayor tensión, alerta y conocimiento habrá por parte de los pueblos acerca del derrotero o consumación neofascista inherente al desarrollo capitalista.
Así, podemos esbozar una suerte de incipiente esquema epistémico de las fuerzas de resistencia de cara a este siglo: mientras que gracias a nuestra evocación de las revueltas populares mantenemos abierta la puerta a un tipo de esperanza transformadora de cuño predominantemente imaginal, afectivo y poético, la cual irrumpe inusitadamente; de otro lado, en el creciente conocimiento social acerca de la destructiva historia del capital encontramos, por su parte, un tipo de esperanza centrada en las facultades intelectuales de corte analítico y crítico, cuyo modo de darse se sostiene a largo plazo, como un trabajo continuo y constante de educación popular fundado sobre un núcleo histórico.
Por cierto, los pueblos del mundo, durante las ocasiones que logran despertar de la alienación a la que los somete el poder cibernético, vemos claramente, pues también lo padecemos, esta mutación neofascista del capital. Ello, sin embargo, sólo representa un conocimiento sutil y evanescente, y no garantiza, por sí mismo, el ingreso a la acción transformadora. De cierta manera, en este contexto se torna legítimo retomar la lúcida distinción marxista, de raigambre idealista hegeliana, entre consciencia-de-sí (capaz de sopesar rigurosamente la potencia del conocimiento teórico) y consciencia-para-sí (capaz de hacer de ese conocimiento teórico una orientación para la acción transformadora). En los próximos años, tal vez, sea importante pensar en los elementos teórico-prácticos que nos permitan pasar de la primera posición a la segunda.
En ese sentido, el hecho de que Europa se encuentre ad portas de tornar efectivo su acelerada escalada armamentística conforma una señal, en sí misma, iluminadora. ¿Cómo el viejo continente congeniará este marcado giro militarista con su tradicional autoconsciencia fundada en los valores de respeto y defensa de los DDHH, en la encarnación de los principios de una razón reflexiva y autónoma de carácter universalista, así como en la convicción de ser la esencial promotora de un ideal de libertad capaz de iluminar a toda la especie humana?
Las sombras que ya cubren la casi totalidad de una antaño Europa ilustrada, hoy, más bien, iluminan el conocimiento de los pueblos del mundo: hemos identificado la oscuridad del militarismo europeo como un síntoma para leer el conjunto de nuestra época. Eso lo sabemos: lo iluminado, lo reconocido, es la calidad de síntoma del síntoma. Pero ahora que lo reconocemos, nos corresponde dar el siguiente paso, el siguiente salto: atrevernos a profundizar, a pensar, imaginar y luchar al interior de la amarga oscuridad que gangrena los interiores de este cuerpo-mundo.
Por Aldo Bombardiere Castro
Licenciado y Magíster en Filosofía, Universidad Alberto Hurtado.
Referencias:
Lebaron, F. y Rimbert, P (2025): “Una Europa espartana” en Le monde diplomatique, edición chilena, marzo de 2025. Año XXV, N°240, [Traducción: Magalí del Hoyo].
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