Piñera ya tiene el pretexto para disminuir el gasto público en programas sociales. Consecuente con la ideología neoliberal de su gobierno el empresario presidente acaba de anunciar en la ceremonia de presentación de sus subsecretarios que aplicaría medidas de “austeridad” de las cuales nunca habló en el período eleccionario: la primera es “reducir el gasto fiscal”. Piñera invocó un hoyo fiscal dejado por la Concertación, de casi 7.200 millones de dólares que, según él, “no le permitirán acoger las demandas de la ciudadanía por mucho que ellas sean justas y legítimas». Dicho de otro modo, en la democracia según Piñera, la justeza y legitimidad de una demanda ciudadana son definidas y determinadas por la clase capitalista y empresarial junto con sus partidos, la UDI y RN.
Piñera y sus consejeros, gerentes y empresarios privados, conocían perfectamente los antecedentes y los efectos de la crisis capitalista mundial en los Estados centrales y Latinoamérica. Pero se callaron. Sabían que la Concertación se había plegado a los dictados de los poderes económicos mundiales que, en un primer momento, habían aconsejado gastar en planes sociales para paliar el impacto de la crisis en los sectores populares, mantener el endeudamiento y el consumo interno, evitar la pérdida de legitimidad del capitalismo y reducir el riesgo de posibles revueltas producto del descontento social.
La crisis que los mismos especuladores bursátiles y financieros habían generado y con la cual los capitalistas han aumentado sus ganancias, los lleva ahora a descargar el peso de su crisis sobre las necesidades sociales insatisfechas de las mayorías.
Ahora bien, durante la última campaña presidencial prácticamente no se habló de la crisis del sistema financiero global que se desató en 2008 y que obligó a los gobiernos de los países ricos a inyectar enormes recursos públicos en los bancos para evitar el colapso de la economía real. Los candidatos no se explayaron ni analizaron seriamente en sus foros ni en sus pláticas con los electores las causas de la crisis del capitalismo global que remeció al mundo y que hizo perder ahorros y pensiones a millones de trabajadores y, a otros, perder sus empleos y reducir sus salarios. Incluso, se dice, que algunos Estados (Portugal, Irlanda, Grecia, España-Spain, los PIGS=cerdos, según el despectivo acrónimo acuñado por The Economist) estarían al borde de la quiebra. Por lo que también las instituciones capitalistas exigen medidas de austeridad o lo que es lo mismo: menos gasto social.
La crisis no tocará a un Chile “blindado” y excepcional, decía el discurso concertacionista de Bachelet y Velasco. La derecha esperaba su turno. A ésta no le conviene hablar de crisis del sistema financiero. Y si la saca a relucir es para que la paguen las mayorías ciudadanas.
Tampoco se aprovechó pedagógicamente —en la supuesta “competición democrática”— la oportunidad para explicarle a la ciudadanía que la desregulación de los mercados financieros es el resultado de las políticas neoliberales impulsadas desde los ochenta por los centros globales de poder como el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, las organizaciones patronales de cada país y los inefables Thinks tanks u organismos financiados por la empresa privada para hacer la promoción en universidades, medios periodísticos y académicos de la necesidad de liberalizar los mercados para darle movilidad al capital. Faltó y sigue faltando el análisis de una izquierda claramente antineoliberal y, por lo tanto, necesariamente anticapitalista. Sin ambages ni tapujos.
En estos instantes, esos mismos poderes globales, guardianes del orden capitalista mundial, proponen medidas de austeridad a los gobiernos para eliminar los presuntos déficit fiscales (que desde un estricto punto de vista de la economía política y, dependiendo de qué ángulo se les mire, son una construcción interesada de la economía neoliberal para asustar incautos).
Hoy tenemos las consecuencias de la falta de debate democrático. Una parte de la izquierda no ha querido sacar las conclusiones estratégicas de la crisis del capitalismo y de su repercusión en las clases subalternas de los “Estados soberanos”. Ni de cómo la clase capitalista se acapara del poder en tiempos de crisis para salvar sus ganancias y resguardar el capitalismo y sus instituciones no representativas. Bien sabemos que ésta lo hace de manera “soft”, con su poder de atracción simbólico (el consumo irreflexivo, el crédito y el marketing mediático) y, como último recurso, con el poder militar de la violencia armada.
Por increíble que parezca, en Chile, la rica tradición política e intelectual que ve al capitalismo como una realidad histórica que puede ser superada por la acción colectiva no le sirve a una cierta “izquierda” para entender que las crisis son administradas por las clases dominantes para proteger sus intereses y que por lo mismo, es importante levantar alternativas independientes de los bloques centristas que como la Concertación son utilizados como administradores sistémicos y amortiguadores de crisis (*).
Por lo mismo, sólo un gobierno de la izquierda (desembarazada, eso sí, de sus taras “progresistas”, estalinistas-pactistas y socialdemócratas) y de las mayorías trabajadoras iría a buscar el dinero ahí donde está: en las ganancias faraónicas de los grupos económicos —que hoy gobiernan directamente con Piñera— para invertirlos en salud, educación pública gratuita, medios pluralistas y cultura y recreación para el pueblo.
(*) Aquí se nota el desarme de la intelectualidad académica, colonizada por la ideología concertacionista del “progresismo” y, a la vez, aplastada en las universidades privadas y confesionales por el pensamiento único dominante de origen neoliberal y positivista. En términos políticos, esto se traduce en una concepción de la política —en la cual se forman los estudiantes— que niega el conflicto político-social y favorece la idea de la “Unidad nacional” y del consensualismo donde se diluyen los intereses de las clases subalternas (y vencidas) en provecho de los intereses de las clases dominantes y victoriosas.
Por Leopoldo Lavín Mujica