La cuestión soberana en el mundo unipolar

Estamos en presencia de una degradación profunda de la soberanía estatal, la soberanía nacional y la autodeterminación de los pueblos producto del mundo unipolar. Reconstituir estas, solo será posible con la instalación de un nuevo mundo multicentral.

La cuestión soberana en el mundo unipolar

Autor: El Ciudadano

Por Carlos Gutiérrez P.

En una definición sencilla y entendible en todos los registros, hablar de soberanía como concepto político y jurídico dice relación con la capacidad de tener una autoridad suprema y exclusiva por parte de un Estado o Nación para gobernarse a sí misma, sin interferencias externas.

Conlleva explícitamente el control sobre un territorio delimitado, la población y sus recursos. Las características claves de la soberanía son:

  • Autoridad suprema del Estado, que tiene la potestad en materia de decisiones
    políticas y jurídicas.
  • Independencia, por no estar sujeto a la autoridad de otro Estado o entidad externa.
  • Exclusividad del Estado para gobernar su territorio y población.
  • Territorialidad definida sobre la cual se ejerce la soberanía.

Se reconocen en el derecho internacional la soberanía estatal, como la autoridad de un Estado sobre su territorio y población; la soberanía popular como la autoridad del pueblo para elegir sus gobernantes y decidir sobre su destino; la soberanía nacional, como la identidad y autonomía de una nación.

Sin embargo, en estos tiempos también se reconocen limitaciones y tensiones en torno a la soberanía absoluta que primó hasta hace un siglo. Estas limitaciones y tensiones están dadas por el derecho internacional, los acuerdos internacionales, las organizaciones supranacionales, la globalización y la interdependencia económica.

Todas son bienvenidas si están en la lógica consensual del conjunto de la comunidad de países, que persigue y logra un estadio civilizatorio superior, como por ejemplo los derechos humanos, los derechos de las mujeres, y se armonizan entre una corriente internacional que brega política y jurídicamente por su avance y una corriente nacional que también brega por su asimilación bajo condiciones históricas, antropológicas y culturales propias.

No hay comprensión o construcción hegemónica de esos valores universales supranacionales desde una imposición por la fuerza, particularmente si esta se asume como itinerario e interés político de un centro universal, asociado al mundo unipolar orientado por Estados Unidos.

Desde la caída del espacio soviético, el carácter del mundo ha estado diseñado por Estados Unidos, como único actor global que ha ejercido su dominio a través de cuatro factores determinantes, que, si bien no se originaron en este período, los pudo llevar a cabo sin contrapeso: su poder militar expresado en una presencia en todos los continentes a través de la basificación territorial, fuerzas de despliegue rápido y todos los controles sobre fuerzas armadas locales a través de la venta de sistemas de armas y sus correspondientes definiciones doctrinales; su poder político, que ejerce a través de organismos multilaterales, en algunos casos como la decadente Organización de Naciones Unidas y otros de carácter regional, como la OEA en nuestro continente, o de las nuevas surgidas en la segunda mitad del siglo XX, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; el poder económico, debido a la enorme capacidad de su economía interna, pero también a través del dominio que tiene sobre la divisa internacional que es el dólar; y el poder cultural-simbólico que ha logrado instalar por medio de las narrativas sobre la libertad, la democracia, la forma americana de vida, vehiculizada por una industria de medios de comunicación y una industria del ocio de carácter masivo.

La aplicación de estos cuatro factores del poder estadounidense en forma unilateral y sin contrapesos, llevó a décadas de aplicación de un dominio total, caracterizado por guerras de invasión, derrocamiento de gobiernos no afines al relato hegemónico, crisis económicas de alcance global, crisis medioambiental, migraciones masivas irregulares, etc.

El uso del dominio y la imposición de estos cuatro factores hoy día tiene expresión en los resultados de un mundo catastrófico, de un “desorden geopolítico” que empezó a cuestionar el “mundo basado en reglas” (que por supuesto son las que emanan justamente del dominio de estos cuatro factores), y que busca el desate de las amarras en cada una de ellas, para justamente diseñar otro mundo posible, en que vuelva a tener sentido la existencia de una comunidad de países soberanos que construyan un nuevo orden de convivencia justa.

La pérdida de soberanía estatal tiene al mundo involucrado en una guerra global. El factor común de todos los conflictos, ejecutándose y latentes, es la presencia de Estados Unidos en cada uno de ellos, que condiciona las acciones de los estados involucrados en base al interés del hegemón.

Ucrania está en una guerra contra Rusia porque fue usada para desestabilizar definitivamente a un competidor estratégico de Estados Unidos. La consigna “hasta el último ucraniano”, no solo es dramática para ese pueblo, sino es un acto cínico-criminal de la OTAN, que le prometió su total respaldo y que no ha podido cumplir. La total sumisión del gobierno ucraniano, que es la expresión concreta de la pérdida de soberanía, le impidió firmar la paz ya en marzo-abril de 2022, presionado por Inglaterra y Estados Unidos, con acuerdos en mejores condiciones de las que obtendrá al ser derrotada militarmente en un
tiempo cercano.

Todas las maniobras políticas, económicas y militares, Ucrania las tiene que consultar con los países líderes de la OTAN, resultando patéticas las apariciones públicas de Zelensky solicitando la permanente ayuda imprescindible para resistir, los permisos necesarios para un uso propio de su defensa y para la definición de las operaciones militares en un Estado Mayor dominado por oficiales de la OTAN. Los intereses estratégicos los pone Estados Unidos, los muertos los ponen los ucranianos.

Algo parecido pasa con el genocidio de Israel sobre el pueblo palestino y su guerra contra los estados limítrofes, cuando vemos que las decisiones se toman en la Casa Blanca o el Pentágono, y sin el sostén de este, el conflicto habría podido culminar hace rato y con un acuerdo diplomático que lleva bastante tiempo trabajado en el seno de Naciones Unidas.

Por el mismo camino transita Taiwán en su conflicto con China. La isla depende absolutamente del apoyo político y militar de Estados Unidos, y es el que alimenta la constante tensión, justificado también por la necesidad de involucrar en un desgaste militar a su principal retador de la hegemonía unilateral.

Se repite el escenario con Corea del Sur, que no tiene autonomía alguna para definir su política internacional y en particular con Corea del Norte, si no es a la sombra de Estados Unidos, que también promueve la tensión permanente para contrarrestar la presencia rusa y china en la zona, y argumente en favor de crear una nueva alianza militar en el Asia-Pacífico.

Esta ausencia de soberanía para definir la política internacional fuera del bloque estadounidense también es notoria en Australia, Nueva Zelandia, Japón y, por supuesto, en la Europa otanista.

Nunca antes en su historia, Europa había tenido total dependencia de la política estadounidense, cuestión que en la coyuntura actual la tiene sumida en una de sus peores crisis y con un horizonte decadente inminente.

Tan evidente es esta realidad, que todos estos bloques y países esperan atentos, cual mendicante, los resultados de la próxima elección presidencial en Estados Unidos, para ver las posibles migajas que tendrán que repartirse entre ellos.

La presión política a través de organismos multilaterales tiene su expresión máxima en el rol que juegan el FMI y el BM, fijando requisitos e implementación de políticas a países en desarrollo al momento de negociar los necesarios préstamos financieros, que tienen su origen en las fallas del propio modelo neoliberal, y que, por lo general, tienen como a los principales afectados a la mayoría poblacional pauperizada.

La otra herramienta privilegiada en el último tiempo ha sido la combinación de una medida político-económica como son las sanciones y los bloqueos, que se aplican a países que se resisten al clivaje estadounidense, y que, por supuesto, afecta la soberanía política y económica de los países. Rusia, Irán, Venezuela y Corea del Norte son de los países más sancionados en la historia, y recientemente se está sumando China.

Lo que buscan las sanciones es un cambio de rumbo del afectado, que pierda autonomía y control sobre sí mismo, golpeando particularmente a la población y sectores estratégicos de la economía. Por supuesto, bajo la premisa de que se sume al interés del hegemón.

Pero un recurso fundamental es el dominio del dólar como divisa internacional única, lo que le da a Estados Unidos el sitial privilegiado para el control de los rumbos financieros. Tan sensible es que ha sido el candidato presidencial Donal Trump el que ha amenazado a los países que quieran abandonar el dólar con medidas draconianas en aranceles y sanciones propias económicas.

Por otro lado, es justamente una de las principales discusiones del momento en otros bloques económicos, el caminar para abandonar el dólar como divisa y usar las monedas nacionales y/o avanzar hacia una canasta de monedas o recursos básicos que se empleen en la transacción comercial. Es justamente el BRICS el que tiene más avanzada esta discusión. De igual forma pasa con el sistema de pagos internacional, dominado por la plataforma SWIFT, frente al cual ya Rusia presentó en los BRICS su nueva plataforma denominada Most BRICS, que la reemplaza.

El presidente Putin, el día 18 de octubre en el Foro Empresarial de los BRICS, declaró que “El crecimiento de los Brics dependerá cada vez menos de influencias o interferencias externas. Esto es, de hecho, soberanía económica, una asociación de economías autosuficientes, que multiplica su potencial y abre nuevas oportunidades”.

La soberanía popular es manifiestamente conculcada hasta hacer que el pueblo y su manifestación por el rumbo de sus países sean reemplazables y totalmente insignificantes. Por una parte, porque no son considerados por sus propios gobernantes y, por otra, por la presión o imposición externa que busca un determinado resultado que le sea beneficioso.

En el primer caso, fue notorio el hecho poco democrático de una decisión tan fundamental tomada por el reino de Suecia sobre su neutralidad y que significó su integración a la OTAN, desechando una historia notable al respecto, incluso bajo el conflicto militar más grande de la historia, como fue la Segunda Guerra Mundial. El pueblo jamás fue consultado, y hoy tiene a ese país en la primera línea de una bien mediatizada guerra futura con Rusia, donde justamente los probables más afectados sean sus ciudadanos, no así su élite política y menos aún su casa real.

En el segundo caso se ha usado la estrategia de denunciar fraude electoral del político ganador, acciones de destitución por instancias judiciales, creación del ambiente socio-político tenso, hasta llegar a la intromisión mediante el uso de la fuerza directa, las sanciones y la exclusión.

Lo interesante de este método es que no tiene una orientación ideológica, ya que en esta tensión ha habido candidatos o gobernantes de izquierda y de derecha. Lo que importa es su genuflexión ante Estados Unidos.

El caso más paradigmático ha sido Venezuela, que, más allá de la duda sobre los resultados de la reciente elección presidencial, es al pueblo venezolano el que le corresponde poder resolverlo dentro de los cauces institucionales, donde se ha usado ya por segunda vez una intromisión de tal magnitud que han sido presidentes de otros países los que han resuelto quién es el presidente electo, aunque este habite en el extranjero.

Otros casos recientes hablan de otras tácticas empleadas para burlar la soberanía popular. En el caso de Pakistán, Imran Khan, fue acusado de corrupción y condenado por la justicia, por lo tanto, no pudo participar en la elección presidencial donde aparecía como el favorito, porque su crimen era que no simpatizaba con Estados Unidos y Occidente. Casos similares ocurrieron con Lula en Brasil, Correa en Ecuador. Algo parecido, pero ya como gobernantes, le sucedió a Evo Morales en Bolivia, Castillo en Perú. Estados Unidos llevó a cabo una intentona de golpe de Estado contra Erdogan en Turquía, un gobernante díscolo para los cánones otanistas, aun siendo parte de la alianza.

Ahora están en el proceso previo de esta táctica en Georgia y Moldavia, que tienen prontamente elecciones presidenciales y donde el foco está puesto en la dicotomía de un acercamiento a Europa o Rusia. Por supuesto, Estados Unidos ya echó a volar la duda de la transparencia y legitimidad de los futuros resultados, debido a la incertidumbre del resultado. Pero, no se han detenido en que las dos actuales presidentas y candidatas a la reelección tienen doble nacionalidad: una francesa y la otra rumana, cuestión prohibida en toda constitución democrática del mundo, justamente por el concepto de soberanía nacional.

El mundo está en un asomo hacia una nueva configuración. Los principales líderes que están fuera de la órbita de la decadente injerencia de Estados Unidos y la OTAN, parecen tener claridad en por lo menos algunas cuestiones fundamentales para volver a entendernos en un nuevo orden justo, que debe ser necesariamente multicentral: la necesaria y urgente reestructuración de los organismos mundiales de gobernanza, particularmente Naciones Unidas; el respeto por la noción de soberanía en toda su acepción, que no obsta tener participación y compromisos por un sistema internacional de derechos; los respetos a las culturas, idiosincrasias y características propias de los pueblos; resituar a la diplomacia como el agente principal en la resolución de conflictos; superar el mundo basado en reglas (las de algunos), por un derecho internacional renovado; y un desarrollo económico sustentable y próspero para los estados y los pueblos.

Estamos en presencia de una degradación profunda de la soberanía estatal, la soberanía nacional y la autodeterminación de los pueblos producto del mundo unipolar. Reconstituir estas, solo será posible con la instalación de un nuevo mundo multicentral.

Por Carlos Gutiérrez P.

22 de octubre de 2024

Carta Geopolítica Nº19

Centro de Estudios Estratégicos – Chile [[email protected]]


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