La derecha mexicana y su amor por Trump

Columna de Sergio Martín Tapia Argüello

La derecha mexicana y su amor por Trump

Autor: Sergio Tapia

La llegada de Trump al poder ha traído múltiples situaciones problemáticas, tanto a nivel mundial -pensemos por ejemplo, en la normalización que se han dado hacia el racismo, la discriminación, la misoginia, la transfobia y en general, al pensamiento de derecha en el ámbito político-, como en nuestro país.

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Resulta claro que todos y cada uno de los “grandes temas” impulsados por esta nueva derecha tienen un impacto nacional. Pensemos en uno de ellos. Las y los mexicanos -todos- somos sujetos racializados, aunque algunas personas piensen que por ser “güeritos” se encuentran fuera de los ataques que se hace sobre los mexicanos “pandilleros”, con características “indígenas” o “mestizas” y se vean a sí mismos como el sujeto dominante en esa relación. Recordemos, por ejemplo, como Anya Taylor-Joy, la protagonista de Gambito de Dama y The Northman fue hace algunos años felicitada por ser la primera actriz “de color” (es decir, racializada) en ganar un Golden Globe (algo que además, no sería cierto si ella efectivamente entrara en esa clasificación imaginaria), por el hecho de tener raíces argentinas y hablar español de forma nativa.

Esta actriz, como sabemos todos los que le hemos visto en alguno de sus trabajos, es no sólo blanca, sino que cumple con todas las características de alguien fenotípica y legamente “europeo” según la clasificación que se nos presenta en la  -nuevamente lo digo- imaginaria idea de raza. Pero, como este ejemplo prueba -y la revisión de pasaportes en cualquier aeropuerto lo demuestra- la idea de raza no es una cuestión biológica sino una construcción social y un asunto de poder. El poder de decir que algunas personas valen menos por -cualquier característica compartida, que ocultemos en los otros grupos-.

De esta forma, cuando la derecha habla sobre cuestiones raciales -lo mismo que cuando habla sobre la defensa “de occidente”, o incluso cuando menciona “el mundo cristiano”- no incluye a nadie de nuestro país. Ni siquiera a aquellos que se intentan presentar como parte de esos grupos como mexicanos “blancos”, “occidentales” o “cristianos”. Para ellos, anclados en principios esencialistas, basta la gota de nuestro lugar de nacimiento, para colocar no ya la sospecha, sino la certeza de una inferioridad manifiesta, que haría de la gente de derecha mexicana agentes útiles pero totalmente inferiores, descartables y necesariamente descartados en el futuro.

Junto con estos problemas generales, nuestro país tiene dos que se vinculan con Estados Unidos de forma específica: la economía, por un lado, y por el otro, la seguridad. Claramente nuestro vecino del norte es no sólo una potencia económica, sino que puede ser considerada como la potencia hegemónica, aunque sus resultados no sean ya los de un actor dominante de forma económica. Las formas sociales de producción contemporáneas están intrínsecamente ancladas en una forma de socialización de la producción generada en y desde los Estados Unidos. Sin importar qué país produzca más, quien gane más de su propia producción, los EEUU marcan la pauta que permite medir la forma en que ello será calculado.

Nuestro país, por su parte, apostó durante los últimos treinta años a una interconexión absoluta con esa economía hegemónica como receta para el crecimiento económico, limitando o destruyendo todo intento alternativo o paralelo en el camino. Esto lleva a una confusión entre los defensores del modelo: como en este momento algunas personas que en el pasado se opusieron al TLC parecen apoyarle, ellos entienden que se “han dado cuenta” de su necesidad histórica, y no, como es, que la política de tierra quemada que crearon nos hizo tan dependientes que cualquiera que tenga un poco de inteligencia ve la necesidad de mantenerlo, aun cuando nos opongamos a sus principios o a las exigencias que le hace a nuestro país.

México exporta más del 80% de sus productos a Estados Unidos. Lo hace, claro, porque el tratado y nuestra cercanía geográfica permite obtener ganancias si no necesariamente mayores, si seguras y constantes, elementos que son tan importantes para la economía, como el exclusivamente cuantitativo. En muchos casos, eso se traduce en mayores ganancias, pero incluso cuando no es el caso, la certeza es un buen estímulo para que las empresas mexicanas apuesten al mercado estadounidense.

Gracias a ello, nuestro país se convirtió en un espacio de inversión para las empresas del país vecino. El contubernio de las autoridades mexicanas para impedir una organización sindical y laboral efectiva, así como a un control rígido de salarios que permitía mano de obra barata, sin condiciones de seguridad adecuadas y con facilidades de despido y violación de derechos laborales ayudó para ello bastante. Algo parecido a lo que Europa hace en África, Asia y, en una mucho menor medida en los países del sur de su propio continente. Nuestro país tiene características que le colocan en una situación específica, debido a la cercanía geográfica y la separación “racial” legalizada. El ciudadano portugués o español puede ser visto como “no blanco” por el alemán o el sueco, y colocado con todos los parámetros negativos posibles -hacen siestas, tienen muchos días de descanso, hacen muchas fiestas, les gusta hacer sobremesa- pero son “ciudadanos europeos” y como tales tienen ventajas legales que los mexicanos no poseemos en nuestro propio tratado de integración económica.

El segundo problema, es el de la seguridad. Nuestro país tiene, desde la “guerra al narcotráfico” realizada por Felipe Calderón para legitimar su gobierno, condiciones de guerra interna. Entre otros, Fernando Escalante ha demostrado como en menos de tres años, Calderón destruyó más de tres décadas de procesos de construcción nacional de la paz. Ahora sabemos -mejor dicho, tenemos pruebas, porque de saberlo, lo sabíamos hace mucho- que esto lo hizo con la intención tanto de evitar levantamientos populares como para impulsar a sus aliados del crimen organizado. 

Donald Trump ha nombrado a los grupos de delincuencia organizada en nuestro país “agentes terroristas”. Y con ello, se ha colocado a sí mismo y a su país en la categoría favorita del agresor: como si ellos fueran la víctima y no quienes usan, consumen, alimentan y pagan esos procesos de violencia y narcotráfico. Como si no fueran ellos quienes arman, entrenan, impulsan y benefician a grupos específicos para obtener mejores condiciones en el mercado de drogas y oportunidades de negocio para sus propias empresas, que esas sí, no se colocaron en México, sino que se mantienen en EEUU, dando trabajo directo a miles, y alimentando a millones de estadounidenses con la sangre de nuestro pueblo.

Es curioso ver como aquellos que se asumen como parte de los “mexicanos buenos” (es decir, blancos, occidentales, cristianos) piensan que esta categorización se limita racial y ocupacionalmente a los narcos (una palabra que les gusta, pues se puede fácilmente integrar en ella a los nacos) -que imaginan “morenos”, “indígenas” o quizá, en el peor de los casos, “mestizos”- pero no a ellos. Por alguna razón, creen que si los problemas escalan, ellos serán vistos como excepcionales, y el resto, nosotros, los que buscamos una salida diferente, seremos incluidos entre los que deben ser detenidos por el poder omnisciente de los drones estadounidenses.

Hace algunas semanas, mi mejor amigo me pedía hablar sobre soberanía. Lo hizo, según recuerdo, porque vio a alguien que ambos conocemos defender la idea de que una invasión estadounidense no sería un ataque a la soberanía de México, porque, maromas más, maromas menos, teníamos un “narcogobierno”. Esa persona, sin embargo, forma parte del Partido Revolucionario Institucional. Ha sido en muchas ocasiones autoridad electa por ese partido, y tiene, incluso ahora, responsabilidades de gobierno. La pregunta que le hice a mi amigo fue simple: ¿en realidad creíamos que esa persona estaba pensando y hablando de “la soberanía” del país, o era solo que querían mover las aguas para obtener ganancias particulares?

México se encuentra, en este momento, en un ataque por esos dos frentes. Hasta este momento, parece poder soportar con daños menores las tentativas coloniales de Donald Trump y su gobierno. A mí no me sorprende en absoluto, que algunas de esas medidas tengan tanto apoyo en Estados Unidos. Un poco más sorprendido quedo, eso sí, de que lo tengan también en ciertos sectores de México. Que incluso en estos momentos, busquen obtener ganancias de la situación para recuperar algo de lo que sienten que han perdido aunque no hayan perdido nada más que la facilidad de decir las cosas más terribles de forma impune.

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