Pronazis, creacionistas, católicos, antiabortistas, anarcocapitalistas, «libertarios», inquisidores y sionistas. Ese es el perfil de quienes asisten en Madrid y Buenos Aires, a los cónclaves auspiciados por la Red Política de Valores, en su sexta cumbre trasatlántica, y la Conferencia Política de Acción Conservadora. Son diputados, portavoces gubernamentales, senadores, ministros, mandatarios, candidatos presidenciales, empresarios, sacerdotes.
En tiempo récord, la derecha mundial ha logrado movilizar a sus máximos representantes, dando un golpe en la mesa. Los nombres se solapan y las organizaciones se repiten, al igual que sus objetivos, centrados en atacar los derechos políticos, civiles, culturales, étnicos y de género conquistados por las clases trabajadoras en siglos de luchas por la dignidad.
Estos conciliábulos se producen en una etapa agónica del capitalismo, cuya salida es agitar el miedo, patrocinar guerras y practicar la represión bajo la fórmula de una violencia extrema. Si se me permite una licencia para explicar el tiempo histórico que vivimos, hace 500 años, Lutero y Calvino, entre otros, cuestionaron el poder de la Iglesia católica, provocando uno de sus mayores cismas. El Concilio de Trento (1545) fue la respuesta. Llevó a miles de hombres y mujeres al exilio, otros ardieron en la hoguera. Quemados vivos mientras una muchedumbre gozosa de ver, en directo, el sufrimiento ajeno, aplaudía a la Santa Inquisición.
Hoy, en el ocaso del capitalismo, un batallón de iluminados pretende reditar un orden inquisitorial proclamando su fe ciega en el mercado, al tiempo que ataca a los partidos políticos e instituciones públicas, bajo la imagen de una motosierra funcionando a destajo.
La derecha, sin distinciones, sabe la importancia de sacar músculo. Hacer visible a sus generales al mando. Sus portavoces promueven la desigualdad, demonizan la justicia social y se reconocen en el patriarcado. Alientan la xenofobia y el racismo. Consideran el pago de impuestos un robo. Refractarios a la democracia, la han condenado como forma de gobierno. Se proclaman guardianes de las tradiciones judeocristianas. Y en sus discursos alertan: “Occidente está en peligro”. Su mensaje ha calado en las grandes mayorías, siendo vitoreados por incondicionales, aunque ello les abra las puertas del matadero. Entrarán voluntariamente al sacrificio en nombre del mercado.
Los nuevos führer, llámense Bolsonaro, Trump, Bukele, Milei, Kast, Abascal, Meloni o Marine Le Pen, destilan odio. En su ensayo La plaga social de sicópatas poderosos, José Manuel Naredo subraya: “Son depredadores natos que tratan de imponerse y de ejercitar su poder sin reparar en los daños personales, patrimoniales u otros que causan a los demás, sin que por ello sientan arrepentimiento alguno. Sufren un trastorno de la personalidad antisocial cuya patología son la manipulación, la insensibilidad, el engaño, la hostilidad, la asunción de riesgos, la impulsividad e irresponsabilidad”.
Si lo vemos en perspectiva histórica, su fortaleza actual debe anclarse en los estertores de la Segunda Guerra Mundial. Los nazis y fascistas, conscientes de su derrota militar, buscaron nichos para subsistir y planear su regreso. Sólo era necesario esperar. Mientras, se reorganizaron, crearon redes, se transformaron en ciudadanos modélicos. Formaron parte de los partidos liberales, conservadores y la democracia cristiana mundial. Presentaron sus cartas credenciales como empresarios, banqueros, inversores, nunca abdicaron de su ideología.
Miles limpiaron su pasado, gracias a la ruta de las ratas. Red para favorecer su huida y proporcionarles una nueva identidad. Se afincaron en España, Estados Unidos y América Latina. Contaron con el apoyo de Perón en Argentina, Stroessner en Paraguay o González Videla en Chile, y fueron bienvenidos en Bolivia, Brasil, Venezuela, Colombia, República Dominicana o Perú. Echaron raíces y sus descendientes han estado presentes en los golpes de Estado, los gobiernos militares y en los procesos desestabilizadores.
A fines del siglo XX, en la Europa comunitaria, los trabajadores víctimas de las reformas laborales y las privatizaciones han sido permeables al discurso nazi fascista. Les ofrecen un enemigo: inmigrantes ilegales, africanos, asiáticos y latinos. Bajo la influencia de las teorías de la conspiración, los transforman en asesinos, violadores, terroristas, cuyo objetivo es adueñarse de sus propiedades, empleos, destruyendo su patrimonio cultural. Mismo discurso en EUA. La diferencia con el crecimiento de la extrema derecha en los países del Este, ha sido el retorno del capitalismo.
Su implante, se llevó no sólo el comunismo realmente existente, sino todas las políticas y beneficios sociales, sean cuales fuesen. El desempleo fue caldo de cultivo para el crecimiento de los partidos de extrema derecha, deseosos de ser aceptados en la OTAN y la Unión Europea que, dicho sea de paso, los apoyaron y financiaron. En Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumanía, Ucrania, Croacia o Albania no han dejado de crecer o ganar elecciones.
¿Por qué estos cónclaves tan mediáticos? Más allá de la coyuntura, el triunfo de Trump en EUA, son una demostración de poderío y una constatación de la debilidad de la izquierda institucional que se dejó comer el terreno y cayó en las redes de la sociedad de mercado. El uso de símbolos neonazis, la defensa del Tercer Reich y la Italia fascista, tanto como ensalzar los regímenes militares y las dictaduras en América Latina, son síntomas de un movimiento que ha sabido esperar su momento para romper la baraja.
Y en esta realidad, el pensamiento reaccionario tiene el campo abonado para crecer. La guerra está en marcha y la izquierda sigue viéndolas venir, esperemos que no sea demasiado tarde. Sin una alternativa al capitalismo, estos “sínodos” marcan la agenda.
Por Marcos Roitman Rosenmann
Columna publicada originalmente el 12 de diciembre de 2024 en La Jornada.
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