Para nadie es desconocido que el colapso de los paradigmas políticos e históricos precipitó una crisis no solo en la política práctica, sino en el nivel ideológico y en la estructuración de partidos. En un momento pareció, desde la visión de los más optimistas de derecha, que el liberalismo como paradigma triunfante nos aproximaba a una suerte de “fin de la historia”.
Jaime Guzmán ya lo había previsto y se anticipó con la fundación del gremialismo y con la crisis de los partidos Liberal y Conservador. La Izquierda, en sus diversas propuestas, fue arrinconada y variedades del socialismo, consciente o inconscientemente, se replegaron en la confusión. El habitual centro político (representado mayoritariamente por la Democracia Cristiana, Radicales y otros sectores) queda sin un perfil conceptualmente doctrinario con la desaparición de la guerra fría y del marxismo soviético. Ya no se podía, ni se puede ser centro desde esa perspectiva.
La Concertación se proyectó, durante los 20 años de un proceso de transición, fundamentalmente en el esfuerzo de la reconstrucción de la democracia en Chile, sobre todo en la perspectiva de las instituciones. La izquierda púdicamente llamada extraparlamentaria, fue marginada del proceso de reconstrucción democrática, lo que es solo explicable en los conocidos mecanismos de la transición pactada.
Sin querer reducir los logros de la Concertación, es más que evidente que la recuperación institucional de los Derechos Humanos y otros, se da en un contexto de democracia limitada por la propia fragilidad que significa su reconstrucción. Por lo tanto, con una gobernabilidad más de carácter sistémico, que de una verdadera gobernabilidad democrática.
La Derecha se mueve con soltura en una sociedad hecha a su medida: Neoliberal, concentradora de riqueza, creadora de desigualdades, reducidora del Estado, muy poco clara respecto a la valoración y reconocimiento de la diversidad, en todas sus manifestaciones éticas y valóricas. El paradigma lo tienen definido desde sus orígenes, y sus aportes respecto de las libertades, del trabajo, de la propiedad y del mercado, se siguen fundamentando en el valor primario del individualismo y donde el ser social es remplazado por el concepto de emprendimiento en su más pura acepción individualista.
A nuestro modo de ver, es donde se ha entrampado la Concertación. Todavía muchos de sus integrantes creen que el problema es cómo socializar el capitalismo. En el mundo, parece ser, que solo hay problemas que solucionar y no estructuras que modificar. En ese sentido los procesos de cambios sólo se dan en los problemas existentes, en una sociedad que ya tiene sus estructuras resueltas y consolidadas. En el fondo la discusión con la derecha termina siendo quién hace mejor lo mismo.
Sabemos que, felizmente, no todos en la Concertación y en la Izquierda piensan igual. Es decir, las estructuras pueden ser modificadas sin que por ello se tenga que generar desestabilizad democrática y violencia. La justicia y la dignidad deben ser consolidadas en una sociedad donde esa dignidad se proyecte en el valor intrínseco de la diversidad tan propia del ser humano.
Hoy en día la Concertación está desafiada, al igual que la Izquierda, a proponer un proyecto de país que genere transformaciones reales en torno a una profunda democratización, a una mejor justicia redistributiva, a un mayor reconocimiento de la dignidad de la persona, en nuevos conceptos igualitarios que dinamicen nuestra historia. Es decir que sea capaz de humanizar los procesos políticos, sociales, económicos y culturales.
Hoy es posible la creación de una democracia más autónoma, sin complejos ideológicos, sin sectarismos unipartidarios con visiones unilineales y totalizantes. Tal vez un gran mérito de la Concertación es su estructura con base a la diversidad, y sin miedo al diálogo necesario con las fuerzas de izquierda como ha sucedido en el pasado. Esto es una posibilidad enorme de construir una nueva democracia para una nueva historia.
El debate que se ha generado por estos días, introduce confusión. La Nueva Derecha, no es sino la Derecha que se desarrolla en una nueva fase de la expansión capitalista en el proceso de globalización. Intentando ser diferente a esa derecha mayoritariamente adherente al Golpe Militar y a la dictadura. No se ve por dónde esta nueva Derecha, con tal concentración del poder político, económico y de los medios de comunicación, pueda ser capaz de humanizar nuestro proceso democrático.
Es incómodo decir a estas alturas, que el desafío de la política y los políticos, en este momento, es repensar precisamente lo político. Es decir, en las concepciones que fundamentan los principios y valores que ordenan nuestra sociedad. La política es la praxis de lo político. Salvo excepciones, que son altamente valorables en algunos políticos y en algunos sectores, el discurso ha sido ambiguo. Esto explica ciertas coincidencias “estructurales” entre personeros de la Concertación y de la Derecha. La Concertación y la Izquierda, en consecuencia, no tienen sino dos opciones: Estructurar un proyecto auténticamente democrático, a partir de la diversidad, o disputar con la Derecha quién lo hace mejor y perfecciona el actual modelo.
Por Luis Pacheco Pastene
Director de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.