La desigualdad es violencia institucionalizada

Friedrich von Hayek, uno de los máximos ideólogos del neoliberalismo, en una conferencia dada en Santiago de Chile señaló que “fue la evolución de la propiedad, de los contratos, de la libertad, con respecto a lo que pertenece a cada uno, lo que se transformó en la base de la civilización”

La desigualdad es violencia institucionalizada

Autor: Hervi Lara

Friedrich von Hayek, uno de los máximos ideólogos del neoliberalismo, en una conferencia dada en Santiago de Chile señaló que “fue la evolución de la propiedad, de los contratos, de la libertad, con respecto a lo que pertenece a cada uno, lo que se transformó en la base de la civilización”.  (…) “Todos los nuevos desarrollos se deben a lo que podemos llamar “individualismo” o escape de algunos a la obligación de compartir”. (…) “Se fue reconociendo como materia de derecho el que cada individuo tenía sus dominios privados que podía usar para alcanzar sus propios propósitos”.  (“Los fundamentos éticos de una sociedad libre”,  en “Estudios Públicos” Nº 3, julio de 1981, pág. 69).

Es así como se puede explicar que el sistema imperante en la sociedad chilena y en gran parte del mundo está basado en la violencia y la muerte, ambas incorporadas a las institucionalidades, condenando a las personas a la codicia insaciable y a las más inhumanas formas de crueldad frente al sufrimiento ajeno.

Es por la imposición de esta ideología que el mundo contemporáneo se basa no en la unión entre los seres humanos, sino en su separación, para así absolutizar el derecho a la propiedad privada. De allí proviene el énfasis en la seguridad como uno de los conceptos supremos de la sociedad neoliberal y que se traduce en el control policial y militar.

La propiedad privada de los medios de producción está fundada en la apropiación del trabajo de las personas a quienes esclaviza y aliena, lo que es la fuente de los conflictos sociales y mundiales. Por tanto, es incompatible con la libertad, la igualdad y la fraternidad. Es un hecho que sólo se acude a estos principios cuando se defiende la libertad de los propietarios de los medios de producción y del capital financiero y se ven afectados los sectores medios y altos de las sociedades.

De allí la repulsa hacia los derechos humanos y sus defensores, porque en la sociedad regida por el mercado no predominan los valores universales, sino los intereses de clase.

Los derechos humanos en sus dimensiones política, económica, social, cultural y ecológica, son indisolubles entre sí.  Cuando se dan en forma desintegrada es signo de que enmascaran la injusticia, porque se pretende dar la apariencia de relaciones presididas por la libertad y la igualdad, como si éstas fueran ideas etéreas y separadas de la historia.

¿Qué igualdad existe entre los trabajadores y los dueños de Isapres, del retail y del sistema financiero? ¿Acaso tienen las mismas posibilidades de vida, de alimentación, de salud, de vivienda, de recreación, de acceso al arte, de formar una familia? Los países, ¿son gobernados por los trabajadores, que son los que producen los bienes y servicios indispensables para vivir? Los campesinos ¿elaboran las leyes? ¿Quiénes son electos como autoridades?

Aunque se pretenda ocultar, la historia muestra los genocidios de Africa, del Lejano Oriente y lo acontecido durante la invasión de América: se detenían los barcos de los colonizadores frente a cualquier país, imponían su ley, se apoderaban de sus recursos naturales y establecían sus repúblicas bananeras, o mineras, o cañeras, o petroleras, o salitreras, o cupríferas, con todos los resortes para mantener su dominio legalmente o por la fuerza.

El 27 de mayo de 1517, en Santo Domingo se escribió la Carta de Franciscanos y Dominicos respecto de la violencia ejercida sobre los aborígenes y que, entre otros puntos dice que “los habitantes de estas islas van siendo destruidos y aniquilados por la violencia. (…). Sus cuerpos son maltratados con tanta dureza como el estiércol que se pisa en la tierra. (…) Estas gentes han sido destruidas, que se les ha pegado la piel a los huesos y está seca. (…) El tiempo enseñará si se puede hacer con ellos otra cosa mejor. Por ahora, intentemos esto: que no desaparezcan. Van a la muerte en manadas”.

¿Es acaso distinto a lo que acontece hoy, cuando pueblos enteros están siendo diezmados por la cesantía y la violencia y deben emigrar para sobrevivir? ¿Es falso que las empresas mineras y  agrícolas roban y envenenan el agua con su secuela de hambre y de enfermedades? ¿Cuál es la diferencia con las actuales salmoneras, celulosas, frutícolas, hidroeléctricas, termoeléctricas, pesqueras, etc., que son amparadas por las leyes y por las fuerzas armadas y policiales, mientras se apropian de tierras, bosques, lagos, ríos y mares que han pertenecido a trabajadores y a  pueblos indígenas?

Siguiendo al economista y académico Héctor Vega (“Pandemia y crisis del modelo” – 15/6/2020), en este modelo de sociedad la solidaridad no tiene cabida. Y los subsidios no significan solidaridad, sino mayor dependencia.

No es posible la solidaridad ni el respeto a los derechos humanos en la sociedad chilena cuando 197.600 personas, esto es, el 0,01% de la población dicta las normas bajo las cuales se distribuye la riqueza del país. Y, dentro de este porcentaje, 1.780 personas, en la cima de los súper ricos, ganan 459 millones de pesos como ingreso mensual. El oráculo de von Hayek ha sido implementado en la Constitución de Pinochet de 1980. Y la desigualdad que provoca es mantenida bajo la fuerza policial y militarizada.

Por Hervi Lara B.

Santiago de Chile, 17 de junio de 2020.


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