Desde hace más de un siglo, la rigurosidad científica quedó atada a la hiperprecisión. Las Ciencias Sociales han estado fuertemente influenciadas por el paradigma dominante de la Mecánica, asumiendo que casi siempre puede existir una relación precisa y, por tanto, previsible, entre muchas variables que interactúan entre sí. La certidumbre en el comportamiento de todas las aristas posibles en torno al objeto de estudio es premisa fundamental para llevar a cabo cualquier análisis implacable. De hecho, cuando la incertidumbre aparece, el marco teórico hegemónico en Economía, el neoclásico, presupone escenarios ciertos para resolver la ecuación. Una fórmula muy habitual es el uso desmesurado del ceterisparibus, todo lo demás constante, asumiendo así que muchas variables no alteran su comportamiento ante cualquier fenómeno que se produzca. Y no sólo ocurre esto en la Economía. También en otras Ciencias Sociales, como la Teoría política y la Sociología, se acude a métodos similares para eliminar la mínima distorsión que genere lo incierto. Un buen ejemplo de ello es la Teoría de la elección racional.
Sin embargo, estamos en un mientras tanto en el que no tenemos certezas y, en consecuencia, hay pocas posibilidades de ser preciso. Se buscan infinitas maneras de calcular el verdadero número de contagiados, pero son todas aproximaciones y estimaciones en base a múltiples hipótesis. Todas ellas han sido actualizadas constantemente porque el margen de error es demasiado amplio como para ser consideradas como válidas.
Ni siquiera podemos tener certidumbre del número real de fallecidos por Covid-19 (cada país tiene su propio protocolo para contabilizarlo). Tampoco somos capaces de tener certezas sobre la duración de esta pandemia. No se conoce a ciencia cierta el momento en el que llegará la vacuna; y aún no sabemos si los métodos paliativos para tratar este virus son eficaces al 100%.
En el ámbito económico, no conocemos con exactitud el impacto de la pandemia. Son múltiples los organismos internacionales especializados en esta temática que realizan sus cálculos sobre efecto en el PIB, la pobreza, la producción mundial, la actividad comercial o el empleo. Y todos ellos van constantemente actualizando el valor porque es imposible prever el alcance de la pandemia a medida que avanzan los días. Por ejemplo, la OIT hace dos semanas estimaba que el coronavirus pondría en riesgo hasta 25 millones de empleos y, en cambio, su balance a día ya habla de 195 millones de empleos perdidos a tiempo completo.
Algo similar pasa y pasará aún más con todo análisis geopolítico, político y sociológico. Lo que ayer fuera negativo, hoy podría ser considerado positivo. En clave geopolítica, véase la mutante valoración de China, que pasó de ser el “culpable” a hoy ser el “ejemplo”. Así está sucediendo en cada asunto fundamental de nuestras vidas. Germinan infinitas dudas e incertidumbres acerca la evolución de nuestra valoraciones y sentidos comunes resultantes en torno a: (i) el rol de Estado, (ii) lo público y lo colectivo frente a lo privado y lo individual, (iii) los liderazgos vencedores, (iv)las nuevas fórmulas democráticas que podrían aparecer, (v) el autoritarismo presidencialista, (vi)los dilemas éticos basados en la relación intergeneracional, (vii) la globalización resultante, (viii) la exaltación de los nacionalismos, (xix)las relaciones internacionales y el orden geopolítico, (x)la antipolítica y la revalorización de expertos y científicos, (xi) el límite de la comunicación ante la ineficacia en la gestión, (xii)el papel de los organismos internacionales, (xiii) la preferencia por un mayor proteccionismo, (xiv) la moral ciudadana y, (xv) la libertad como derecho ante la necesidad de ser controlados para aminorar los efectos de la pandemia.
Todo es verdaderamente incierto e impreciso. Tanto así que estamos en una situación genuina en la Historia: Sociedad y Estado, por el instinto de la vida, paralizan en parte a las fuerzas económicas del capitalismo. Esto perturba el orden económico global, sin saber absolutamente nada, a ciencia cierta, de cuál será el resultado en los próximos meses. Las especulaciones son continuas por parte de políticos, periodistas, intelectuales y científicos. La mayoría tiene sus propios sustentos teóricos y argumentos muy legítimos para interpretar este complejo presente y realizar predicciones sobre el futuro inmediato. El debate es bienvenido y necesario, pero seguramente sería fructífero si asumiéramos la única variable que podemos contar como cierta: estamos en plena época de incertidumbre, en la que forzar a ser hiperpreciso nos llevaría a un camino contraproducente.
Es por ello que, quizás, se abra una nueva época, presente y futura, para introducir un marco referencial en el que la incertidumbre y la imprecisión estén presentes en nuestro intento de estudiar lo que nos pasa y pasará como sociedad. En este sentido, es más que recomendable acudir al trabajo de Silvio Funtowicz y Jerome Ravetz, Science for the Post-normal Age, en la revista Futures, en el que realmente explican la necesidad de trabajar con otro enfoque, de la Ciencia Postnormal, para lograr analizar y tomar decisiones cuando los factores son inciertos, hay mútiples valores en disputa y los riesgos son altos.