La explotación del estudiante en Chile

Hace unas semanas, Piñera hablaba de la educación como un bien de consumo

La explotación del estudiante en Chile

Autor: Director

Hace unas semanas, Piñera hablaba de la educación como un bien de consumo. Se produjo un cierto revuelo confuso en torno a esto, un rechazo a la frase, que era a la vez negarse a admitir algo que se da por hecho. Lo cierto es que esa es la percepción popular que hay y es importante para el mantenimiento del abuso actual que esa sea la percepción de las cosas en la gente. Es importante porque, en realidad, no es la educación que es un bien de consumo del estudiante, sino el estudiante, de la educación.

Bien de consumo es eufemismo por mercancía. Educación es el dueño de la mercancía “estudiante”, la adquiere y se la apropia. El estudiante es una mercancía que las empresas educativas consumen y cuyo consumo arroja un valor mayor al de su costo. Arroja plusvalía. Y como esa plusvalía no se le retribuye al estudiante, que es quien de hecho la aporta, sino que va al bolsillo de los dueños de las empresas educativas, lo que tenemos es un sistema clásico (y grosero) de explotación del estudiante chileno.

En líneas gruesas, el mecanismo es así: El valor de producción de la mercancía “estudiante” es lo que cuesta a Educción producir un estudiante (es decir, ponerlo a trabajar en la fábrica de producción llamada “colegio”, “escuela”, “universidad”, “instituto”, etc.). El valor de consumo de la mercancía “estudiante” es el valor que el estudiante produce para la fábrica con su trabajo (es decir, es el valor que se produce cuando Educación consume “estudiante”). En las condiciones actuales, el consumo de la mercancía “estudiante” arroja un valor mayor al de su producción. Arroja plusvalía.

Ergo, brotan como callampas las empresas educativas. Son negocios redondos.

El núcleo del fenómeno es una transacción de mercado, es decir, un trueque en el que las partes ofrecen algo que tienen por algo que no tienen, ofrecen algo propio por otra cosa. Por su parte, el estudiante ofrece a Educación dinero (sobre la base de créditos por años de vida laboral futura, o de otros tipos de endeudamiento), dedicación disciplinada a las rutinas de la fábrica-escuela-universidad, tiempo, capacidad de estudio, productividad escolar y energía juvenil; por la suya, Educación ofrece al estudiante formación y certificación. Lo que el estudiante ofrece es la mercancía “estudiante”, lo que Educación ofrece es la mercancía “formación-certificación”. Debemos, luego, atender al grado de equidad (justicia, honestidad, adecuación, coerción, compulsión, coacción, etc.) que rige en dicha transacción.

Constatamos que no hay equidad en la relación de las partes de la transacción entre estudiante y Educación, sino una serie de engaños, carencias y fraudes en la “formación” y en la “certificación”. Constatamos asimismo otras aberraciones y perversidades en esta relación, tales como la obligatoriedad o imposición de tener que adquirir “formación-certificación”, que el estudiante padece bajo distintas presiones, amenazas y castigos a lo largo de toda su condición de estudiante (un buen tercio de su vida activa) y más allá. Finalmente, constatamos el motivo de fondo del fenómeno, a saber, que la transacción produce plusvalía, es decir, “gananacias”, y que esa plusvalía, en vez de ser retribuida al estudiante, su legítimo dueño, es apropiada por los dueños de la educación.

La mercancía “estudiante”, que el estudiante entrega a Educación, vale muchísimo más que la mercancía “formación-certificación”, que Educación entrega al estudiante.

Para que esta injusticia, esa explotación, ocurra sin el uso de las armas o la violencia bruta, es decir, para que una violencia social así ocurra con víctimas “voluntarias”, como es el caso, debe producirse la creencia en estas víctimas de que no hay tal injusticia, sino equidad o, incluso, “bien” y “ganancia propia”. Ese milagro se logra con un aparato de coerción y de compulsión social de proporciones, lluvias eternas, diluvianas, de ideologías, doctrinas, valores, leyes, normas, procedimientos, mitos sociales, mitos históricos, moral, religión y otros torrentes de contenidos que disfrazan y “transforman” esta explotación del estudiante en salvación suya. (Un canal principal de contaminación masiva de estas alucinaciones es… ¡la misma escuela!, es decir, la fábrica donde se explota al estudiante. Negocio requeterredondo.) El mecanismo es un verdadero prodigio de diseño social, que, sin embargo, no opera para resolver nuestros problemas y liberarnos, sino para engañarnos y esclavizarnos.

Para que el estudiante no perciba su estafa en la transacción, es clave que no se vea a sí mismo como mercancía, que no se tase, que no se valore. Y así ocurre. El estudiante no percibe su condición de explotado. Todo lo contrario: se percibe como beneficiado. Se percibe como consumidor de un “bien de consumo”. A lo más, se percibe como un consumidor de un bien de consumo que no cumple cabalmente con todas las expectativas, una mercancía (“servicio”, “producto”, etc.) que debe perfeccionarse. Por eso importa a Piñera y los suyos emplear, insistir, imponer esta visión y terminología, porque esa percepción juega con la explotación del estudiante. Bajo esa percepción, si hay problemas con la educación, pues bien, se resuelven mejorando ese bien de consumo, o mejorando la ley de protección del consumidor, o bajando la tasa de interés del crédito al consumidor. En ningún caso se revela el engaño de fondo, no se cuestiona el dogma “educación es un bien de consumo y el estudiante es su consumidor”. Y si el término alborota, irrita o despierta sensibilidades, podrá, como lo hizo Piñera & Co. ante el revuelo, hablarse de “bien en sí” para nombrar lo mismo en forma absurda, pero con apariencia de ofertón. (En economía, hablar de “bien en sí” es como decir “dinero siempre gratis”, o sea, “pan de aire”, “agua seca”, “columpio angustiado”, “elefante con alas”).

Como vemos, esa visión es falsa. La imagen que corresponde a la realidad es la inversa: Es el estudiante que es el bien de consumo que cuenta en el mercado actual. Es una mercancía que las empresas educativas consumen y de cuyo consumo extraen una riqueza que los dueños de esas mismas empresas acumulan para sí. Es una mercancía valiosa que las empresas canjean por otra de mucho menor valor. Extraen un valor que pertenece al estudiante y no se lo retribuyen.

Ese es “el lucro”, y nuestros supuestamentre democráticos gobiernos avalan, propagan y hasta financian a las empresas que ejecutan esa explotación.

Toda la retórica pública (humanista, espiritual, educativa, histórica, valórica, académica, docente, política, económica, social, cultural) en torno a la educación sólo encubre estos hechos. Todo discurso sobre “valor espiritual”, “humanismo”, “libertad”, “vocación”, “bien en sí”, “excelencia”, “crecimiento”, “futuro de Chile”, “sociedad del conocimiento”, “pluralismo”, “diversidad”, “libertad de elección”, “desarrollo libre del espiritu”, y otras patrañas en curso, carecen de sentido mientras esta injusticia básica en la transacción estudiante-educación persista. Mientras continúe el sistema de explotación del estudiante en Chile no habrá verdadera libertad ni desarrollo en el país.

Por Emilio Rivano


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