Una contienda bélica, que tendría amplias repercusiones en la vida política de las naciones árabes de Asia Occidental y, sobre todo, significaría el inicio de la ocupación del territorio palestino tanto en la Franja de Gaza como en los territorios de la Ribera Occidental del Jordán. Un proceso conocido en la historiografía palestina como Al Naksa (النكسة) –Contratiempo o revés–. Únase a ello la apropiación de la Península del Sinaí a Egipto y los Altos del Golán a Siria, que hasta el día de hoy se mantiene, al igual que las Granjas de Shebaa en El Líbano. Con el paso de los años el único territorio devuelto a su legítimo propietario ha sido la Península del Sinaí, mediante un acuerdo entre el régimen de Israel y Egipto, que los convirtió en aliados bajo el aval y patrocinio estadounidense.
La excusa respecto al supuesto exterminio que se preparaba contra el régimen israelí, que permitió dar inició a la guerra de agresión sionista contra las fuerzas árabes, fue repetida hasta el cansancio por la historiografía occidental y sobre todo por un sionismo que en general suele vestirse de víctima. Estrategia que ha sido desmentida incluso por políticos que han regido los destinos de esta entidad nacida al alero de las Naciones Unidas y la protección occidental el año 1948. Cinco años después de la guerra de junio, altos oficiales sionistas declararon la verdadera historia de aquella contienda. El ex jefe del Estado Mayor adjunto Ezer Weizman señaló: “La hipótesis del exterminio no fue nunca contemplada en ninguna reunión seria”. Posteriormente, Chaim Herzog, ex jefe de información militar y futuro presidente, declaró: “No había ningún peligro de aniquilación. El cuartel general israelí jamás creyó algo así”. El jefe de Estado Mayor, el general Haim Bar-Lev, sucesor en el puesto de Yitzhak Rabin, también confesaba: “No estábamos amenazados de genocidio en vísperas de la guerra de los seis días, y no pensamos jamás en tal posibilidad”. El general Matti Peled, jefe de la logística, iba a resumir la hipocresía en la opinión de esos generales: “Todas esas historias sobre el enorme peligro que corríamos (…) no fueron jamás tomadas en consideración en nuestros cálculos de guerra” (1).
Una guerra que además mostraba a un Israel con enorme potencial en armas y agresión, a quien se le había cedido de las más modernas tecnologías de guerra, incluyendo el desarrollo de un programa nuclear desde la década de los 50 –con apoyo alemán– con la complicidad entre el canciller alemán Konrad Adenauer y el primer ministro sionista David Ben Gurion –Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña– dotándola, por tanto, de armas de destrucción masiva, que se calcula en la actualidad en 250 artefactos nucleares. Una entidad que no ha firmado el Tratado de no Proliferación Nuclear, que no permite el acceso a inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica y que además suele influir en materia de negar a otros países el desarrollo de su propio Programa Nuclear, aunque este sea pacífico, como es el caso de la República Islámica de Irán.
A confesión de parte relevo de pruebas
No reconocer la responsabilidad en la guerra de agresión de junio del año 1967 es parte de la crónica política de victimización de Israel, establecida a partir del fin de la segunda guerra mundial, que les ha otorgado réditos multimillonarios a manos de indemnizaciones pagadas por países como Alemania y el sistema bancario suizo. A lo que se une el beneficio mayor: conseguir hace 75 años la partición de Palestina y la usurpación, en ese año 1948, del 54% del territorio histórico de Palestina a colonos sionistas que en un 90% son de origen ajeno a Asia Occidental. Realidad reconocida en su momento por el ex presidente de la comunidad sionista de Chile, Shai Agosin, quien no sólo negó la existencia de Palestina –como suele ser la línea discusiva del sionismo a través de la implementación de la Hasbará. Agosín aseveró en un diario chileno que “el 90% de la población israelí es inmigrante, no nació en Israel”, reconociendo el carácter colonial del sionismo desde su proceso de implantación en Palestina (2).
En el campo de los desmentidos a la excusa israelí para la guerra de 1967 tenemos al ex primer ministro israelí –de 1977 a 1982– Menahem Begin, nacido el año 1913 en Bielorrusia –quien declaró a The New York Times el 21 de agosto de 1982 que, en las semanas previas a la Guerra de Junio del año 1967, “la concentración de tropas egipcias no probaba que Gamal Abdel Nasser –en ese entonces presidente de Egipto– realmente fuera a atacarnos”. Para mayor abundamiento el día 14 de abril de 1971, el periódico israelí Al-Hamishmar –desaparecido en 1995-, emitió una declaración hecha por Mordechai Bentov, un miembro del nuevo Gobierno de Unidad Nacional: “Debemos ser honestos con nosotros mismo. Fuimos nosotros quienes decidimos atacarlos. Toda la historia del peligro de exterminio fue inventada en cada detalle y exagerado para justificar la anexión de nuevos territorios árabes“.
Ilan Pappe, un renombrado historiador judío, afirma que “la entrada de los egipcios en el Sinaí fue una respuesta a la llamada desesperada de ayuda del ministro de Defensa sirio, Hafed al Assad, para rebajar la presión contra su país… las amenazas israelíes terminaron finalmente en una alianza militar entre la propia Siria, Egipto y Jordania. El gobierno de Tel Aviv reaccionó movilizando a decenas de miles de reservistas y aumentando su presencia en la frontera. Egipto cerró el Estrecho de Tirán…”. En Israel se desató el frenesí bélico y se llamó al gobierno a Menahem Begin y Moshé Dayan, reconocidos políticos extremistas. El gobierno de Eshkol encargó a Dayan organizar el golpe militar que se asestaría contra el mundo árabe. De la exacerbación bélica se pasó a las operaciones de destrucción apoyado por el moderno armamento occidental.
Recordemos las palabras que el propio jefe del Estado Mayor sionista, un año antes –1955– de la guerra de agresión contra Egipto en el canal de Suez junto a franceses y británicos, Moshé Dayan declaró que Israel no tendría ninguna dificultad para encontrar un pretexto para lanzar un ataque contra Egipto. “Debemos estar preparados para conquistar Gaza y la zona desmilitarizada -el Sinaí- hasta el estrecho de Tiran. Pero debemos pensar en un plan de tres fases. La segunda será alcanzar el canal de Suez y la tercera El Cairo. Desarrollar o no las tres fases dependerá de los objetivos de la guerra”. En cuanto a Jordania, su plan evocaba “dos fases: la primera será alcanzar la línea de Hebrón; la segunda conquistar el resto hasta el Jordán” (4).
A mediados de mayo de 2017 los documentos desclasificados por el gobierno sionista con referencia a la guerra de junio demostraron que los pretextos esgrimidos, la compra de información sobre el armamento soviético usado por las fuerzas árabes, el apoyo político, diplomático y de inteligencia otorgado por Washington –y la respectiva luz verde para atacar–, le permitieron asestar un duro golpe a la soberanía de numerosos países árabes y sobre todo ocupar los sagrados recintos de Al Quds, ubicados en la parte Este. Una de las primeras medidas aprobadas por el Gabinete sionista tras la contienda de 1967 fue la expulsión de las familias palestinas que habitaban en un barrio de Al Quds, donde también vivían judíos al interior del recinto amurallado. Comenzaba así la segunda ola de refugiados palestinos.
Menahem Begin, no sólo reconoció que la guerra de junio fue una guerra de agresión, sino que al mismo tiempo consigna que esta campaña fue preparada desde el momento mismo que se dio término a la Guerra del año 1956, cuando Francia, Gran Bretaña y la propia Israel atacaron a Egipto por la decisión de su líder Gamal Abdel Nasser de nacionalizar el Canal de Suez. Un Begin imbuido de un profundo racismo y desprecio contra la población árabe. Un colono que aspiraba a la expulsión de todos los árabes de tierras palestinas, al considerar que los judíos tenían “un derecho histórico” sobre esas tierras avalado por un mito religioso. Un Begin que propugnaba, con premura “incrementar la inmigración hebrea y aumentar la tasa de natalidad de nuestras familias”.
La guerra de junio del año 1967 fue una fase más del proyecto colonial y expansionista del sionismo con el objetivo de llevar a la práctica su mito político y religioso del Gran Israel. Una cabeza de playa permanente del imperialismo contra los pueblos árabes y en general contra el mundo islámico. No hubo llamados al diálogo, no se convocó al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; simplemente se llevó a cabo la operación militar bajo la inspiración de la doctrina de uno de los terroristas sionistas más renombrados: Moshe Dayan –ex miembro del Ejército Británico– expulsado por apoyar a las organizaciones terroristas judías y atacar a las fuerzas británicas que ejercían su mandato colonial en Palestina –miembro de la organización terrorista judía Haganá y ex ministro de Defensa y Relaciones Exteriores en diversos gobiernos sionistas–.
Para Dayán, quien ejerció como jefe del Estado Mayor del Ejército sionista en la guerra del año 1956, sólo era posible ejercer la violencia para llevar a cabo los planes de expansión del sionismo. Previo a la Guerra de Junio declaraba: “Israel debe ver la espada como el principal si no el único instrumento para mantener su moral alta, y del mismo modo, para mantener su tensión moral. Con este fin, debe inventar peligros y para ello debe adoptar el método de la provocación y la venganza. Esperemos que prontamente haya una nueva guerra con los países árabes, para que podamos finalmente deshacernos de nuestros problemas y adquirir nuestro espacio”. Ese deseo se vio concretado el 5 de junio del año 1967. La Naksa, la derrota de fuerzas árabes a manos del sionismo y sus apoyos en armamento, inteligencia área, satelital, naval y terrestre, político y diplomático; mostró la real dimensión del peligro sionista en Asia Occidental.
Una entidad decidida a “mandar a todos los árabes a Brasil si se pudiera” como declaró el gobierno de la época presidido por el primer ministro Levi Eskhol. Un Eskhol que además de estas ideas delirantes fue capaz de alertar lo que se venía, según consta en las actas desclasificadas y dadas a conocer al mundo hace menos de dos semanas: “Israel se ha convertido con la ocupación de los territorios palestinos en un Estado imperialista. Se presenta así el dilema sobre las futuras relaciones con Egipto, la situación en el Sinaí, la libertad de navegación en el golfo de Äqaba y el canal de Suez. Cuál va a ser el estatus de Cisjordania, el de la Ciudad Antigua de Jerusalén…”.
La Guerra de Junio también consignó un hecho inequívoco: Israel se había sentado, en función de sus afanes expansionistas, “sobre un barril de pólvora”, como lo definió el ex ministro de Relaciones Exteriores del sionismo, Abba Eban, dando cuenta con ello que más temprano que tarde el régimen israelí y su política acarrearía un dilema de difícil solución. “Estamos aquí asentados con dos poblaciones: una que goza de todos los derechos y otra a la que se les niega. Este cuadro con dos tipos de ciudadanos es muy difícil de defender, incluso en el contexto especial de la historia judía. El mundo se pondrá de parte de un movimiento de liberación de millones de palestinos, rodeados por decenas de millones de árabes” (5). Un temor que tras 56 años desde la guerra de junio sigue estallando en la cara de mentirosos compulsivos de la entidad sionista.
La guerra de junio cambió el mapa de Asia Occidental. Amplios espacios de territorios pasaron a manos de una entidad dotada de una ideología colonialista, racista y criminal. Un movimiento político-ideológico “obsesionado por el espacio y la tierra”. Ocupación que, tras la guerra de junio, significó la creación de fortificaciones, asentamientos en los territorios ocupados, un auge de proyectos inmobiliarios, inversiones alentadas por el lobby judío estadounidense, francés e inglés. Un desarrollo económico que tenía como esencia la prosperidad a costa de la vida de millones de palestinos, la presión de un pueblo que veía aún más cortadas sus ansias de autodeterminación y la política establecida a manos de una ideología totalitaria y criminal que contra toda la legislación internacional ha hecho oídos sordos a las exigencias de retirarse de los territorios ocupados.
Más temprano que tarde este barril debe explotar para lograr la definitiva autodeterminación palestina, la liberación de los Altos del Golán y la erradicación definitiva del nacionalsionismo de Asia Occidental y de todas sus influencias en el mundo. Tras más de medio siglo de ocupación de Gaza, Cisjordania, las Granjas de Shebaa y los Altos del Golán –75 años desde el nacimiento de la entidad sionista- es indispensable que el Eje de la Resistencia y todo aquel ser humano digno trabaje por la destrucción del sionismo. Sea en el campo de batalla, en las campañas de Boicot, Desinversión y Sanciones –BDS-. Sea en foros internacionales, desafiando las leyes racistas de Israel, denunciando sus conferencias revisionistas que suelen tergiversar la historia, en el marco de esta estrategia de la post verdad –instalar argumentos falsos como si fuesen verdaderos–.
Por Pablo Jofré Leal
Artículo para Hispantv
Permitida su reproducción citando la fuente
2.-https://www.latercera.com/opinion/noticia/antisemitismo-4/135323/
4.-https://rebelion.org/como-los-generales-israelies-prepararon-la-conquista-mucho-antes-de-1967/
5.-https://elpais.com/internacional/2017/05/20/actualidad/1495296294_948643.html