Para muestra, varios botones:
Cada día, el hombre desforesta 1.300 hectáreas de bosques en el Gran Chaco Americano (integrado por Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil). Es decir, cada día desaparecían unas 2.500 canchas de fútbol repletas de bosques. En el mundo, cada año se cortan 16 millones de hectáreas de bosque.
Aun así, los arboles siguen creciendo y regalando sus frutos a cambio de un poco de agua.
Solo en la India, la empresa Monsanto (que de santos tienen bien poco) controla el 95% de las semillas de algodón. Y, en sus laboratorios, ya han creado las semillas estériles -o “semillas Terminator”-, que no se reproducen, cortando el ciclo natural de las plantas, ese que venía repitiéndose hace siglos y que ellos decidieron terminar.
Aun así, las plantas siguen regalando sus colores, plantando cara a los pesticidas, herbicidas y otros homicidas más.
En Estados Unidos, solo el 1% de las cosas sigue funcionando después de seis meses, es decir: el 99% restante va a parar a las profundidades de la Tierra. Chatarra que se acumula bajo la alfombra terrestre, filtrando poco a poco su pestilencia. Toneladas de basura que, por colapso, también va a dar a los océanos.
“Cada año, unos 6,4 millones de toneladas de residuos acababan en el mar”. “Cada milla cuadrada de océano contiene un promedio de 46.000 pedazos de plástico flotante”.
Una portentosa sopa de basura submarina, remolinos de chatarra flotante, plástico que mutila a los peces, guillotina de la fauna submarina.
Aun así, el mar sigue humedeciendo las costas, transformándose en espejo de la luna y pariendo a las hijas que tiene con el viento: las olas. Y abajo, los peces continúan construyendo sus incansables rutas.
Cada año, arrojamos al aire millones de partículas toxicas, químicos que pican los ojos, mantos de suciedad que cubren al cielo. Hace ya varios años, “el cocktail de monóxido de carbono, bióxido de azufre y óxido de nitrógeno llegaba a ser tres veces superior al máximo tolerable por los seres humanos”.
Pero el aire, como la música y los sueños, sigue corriendo invisible, despeinando las ramas de los árboles, dibujando el rostro de las piedras y tejiendo la ruta del polen.
EN HUELGA
Caen los arboles, se privatizaban las semillas, se envenenan los océanos, se mutilan los peces, se envenena el aire que respiramos…
Y esto es de lo más normal.
¿Pero qué pasaría si la naturaleza, así, cualquiera día de estos, se aburriera de los abusos y se declarara en huelga?, ¿qué pasaría sí, de un día para otro, los arboles dejaran de crecer, y el mar dejara de bañarnos, y las plantas no dieran más semillas, y el viento dejara de correr? Y, todos juntos, vomitaran lo que piensan de nosotros:
Los arboles, frunciendo las ramas, quizás dirían:
“Sepan ustedes, humanitos, que no nos agrada el cariño de las motosierras. No queremos agrandar nuestras familias con esos clones de laboratorio. Por favor, déjenos crecer en paz. No queremos que el papel que les damos cuente como nos mutilan las piernas”.
Y al mar, en una de esas, también le daría por hablar:
“¿Quién les dijo que me agrada transportar el plástico que ustedes me arrojan?, ¿de adonde sacaron que mi función es soportar sobre el lomo a esos grandes pesqueros que chupan peces y botan mugre? Sepan, además, que no me agradan los desechos tóxicos de las grandes empresas, me provoca nauseas el dióxido de carbono, el oxido de nitrógeno, el cloruro de hidrogeno y otras pócimas venenosas que me arrojan las industrias”.
Y, fastidiados, quizás también hablasen un par de animales:
“¡Déjenos dormir!, no nos agrada andar de sonámbulos, por favor apaguen esas luces que nos hinchan por las noches. Sepan también que no son muy agradables esas inyecciones de hormonas y químicos. Miente el pajarito que les contó que queremos apurar nuestras vidas. Y sepan que no nos agrada ser mezclados con el plástico, para convertirnos en esa porquería que llaman “comida rápida””. ¡¿Hasta cuando nos arrasaran el pellejo para transformarlo en vuestra ropa?!…
Y luego, para finalizar, quizás al viento también le gustaría dedicarnos una que otra palabrita:
“No quiero ser más el manto toxico que recubra las estrellas y los grandes monumentos de las ciudades. No quiero que utilicen mascarillas para esquivarme. No quiero que me cataloguen por mi calidad, como sucede en las grandes capitales, donde siempre me tratan así: “Calidad del Aire”: mala, pésima, intolerable, etcétera. Y no quiero echarle más plomo a la sangre de los niños. Antes, los pájaros me utilizaban para transportar sus melodías, hoy, solo puedo hacerlos toser.”
Y si esto no se quedara ahí, y la naturaleza, toda junta, formaran una nueva religión. Quizás nosotros fuéramos sus plagas. Al buscar alguna figura para representar el mal, nuestra imagen les quedaría perfecta. ¿Qué dirían sus mandamientos?, quizás algo así:
1. No creerás que a los peces les encanta llevar collares de plástico.
2. No inventarás juegos para celebrar cuando matan a otros seres vivos.
3. No le echarás perfumes de partículas toxicas al aire.
En fin, algo así.
Solo espero que la huelga no sea contra todos, o que sea proporcional al daño. Por mi parte, trato de no dar motivos a los otros. De este modo, espero que mi hijita pueda presenciar las mismas maravillas que yo he presenciado en la naturaleza, porque, al fin y al cabo, la Tierra es solo un préstamo que se convertirá en herencia.