La izquierda es un concepto que denota posición -dimensión espacial de ubicación- y connota un universo ideológico-cultural y una práctica política. La referencia ha pasado a convertirse en un gesto y un símbolo. Ambos significados nos remiten a un posicionamiento político. Ya sabemos la historia de los que se sentaron a la derecha y a la izquierda del Rey u orador. Para el primer caso fueron las fuerzas conservadoras –nobles y curas-; y para los segundos, los más radicales del Tercer Estado –los comunes, el pueblo-. La semántica también tiene historia.
Han pasado más de 200 años y todavía la dimensión izquierda-derecha sigue siendo útil –a lo menos en Chile– para ubicar y posicionar las fuerzas políticas del país. Sin embargo, el “ser” de izquierda va cambiando con los tiempos y las nuevas realidades que van emergiendo. Obviamente, los que se entendía por izquierda durante la Unidad Popular, no es lo mismo que cuando nos encontramos al interior de la dictadura cívico-militar de Pinochet tratando de sobrevivir a la represión y buscando rearticulación política; del mismo modo, no es lo mismo en la fase de la refundación democrática o cuando entramos a la era del consumo y de las redes sociales. Del mismo modo, tampoco es lo mismo la izquierda local, que la europea, venezolana o uruguaya. Cada izquierda tiene su afán. Sin embargo, no podemos olvidar que hay elementos transversales, históricos y fundacionales que la identifican y diferencian como fuerza social y política.
Hemos entrado a un nuevo ciclo político; y por tanto, a una reformulación de los que es y debe ser la izquierda chilena. Sin duda, estamos frente a una coyuntura relevante para el reposicionamiento político e ideológico de la izquierda. Los esfuerzos de los últimos meses dan cuenta del nuevo contexto.
En este escenario la izquierda no sólo debe reconocer su identidad histórica –lo que los identifica y diferencia-, sino también construir confianzas, compromisos, proyecto y programa. Básicamente, tiene que responder por el sentido actual del “ser” de izquierda; ¿qué significa ser de izquierda hoy?
El primer elemento que debe identificar lo encontramos en el origen del concepto. En esa dirección su identificación como “tercer estado” es un elemento doble; diferencia e identifica. Por tanto, la izquierda representa al pueblo, a las mayorías, a los postergados, a los no privilegiados; a los pobres, a los excluidos y marginados sociales; a los trabajadores y a las clases subalternas –que en la época de la Revolución Francesa eran los campesinos y la burguesía emergente de corte urbano-. En la semántica política y social de la coyuntura se habla de “los ciudadanos”. Vemos, por tanto, que el primer elemento de su identidad se relaciona con la representación; es decir, ¿a quién debe representar?
La batalla por la representación “exclusiva” de tales sectores la perdió a manos de la DC en los sesenta y de la UDI Popular en los noventa. Sin embargo, ha logrado neutralizar esa “penetración legítima” avanzando hacia los sectores medios progresistas. Recuperar la representación histórica y fundacional implica volver a vincularse con el mundo social no sólo en la perspectiva de “escuchar” e intermediar sus demandas, sino también –y sobre todo- abrir cauces de participación. Ello implica, a su vez, crecimiento electoral.
El segundo elemento tiene que ver con la nivelación; es decir, con la igualdad. La acción política de la izquierda tiene –como foco principal- fomentar la igualdad en general y en particular para “sus representados”. Chile reclama hoy igualdad. Aquí está el elemento articulador de las oposiciones. De hecho, ya ha comenzado el diseño del “relato de la igualdad”.
El tercer elemento es más controvertido ya que se vincula con la libertad; sobre todo, si se trata de asociar los “socialismo reales” con la izquierda. La libertad política, económica y de conciencia no puede ser patrimonio de la derecha. En el plano político la izquierda fomenta las libertades públicas y la democracia. Ser herederos del “tercer estado” que fueron los que crearon la Asamblea Nacional los ubica en una posición de privilegio a la hora de identificarlos como los creadores políticos de la democracia. La izquierda no puede ni debe alejarse de su vocación democrática en perspectiva participativa.
Representar a “los comunes”, igualdad y libertad son los tres pilares sobre los que se refunda la izquierda actual. Sin embargo, esta refundación hay que hacerla sobre la base de un proyecto país y un programa de gobierno. Hay que darle contenido a estos pilares básicos. Justamente, en este punto surgen los problemas; ya que, es la instancia en que emergen los “hombres, mujeres y grupos de carne y hueso” con necesidades y demandas concretas. Es el momento de las proposiciones, de la negociación y de la articulación de intereses. El proyecto y el programa deben salir de la abstracción y conectarse con las coyunturas, sus problemáticas y demandas.
Para avanzar y materializar estos aspectos la izquierda chilena presenta algunos problemas y debilidades que dificultan su avance. Fragmentación, falta de liderazgo, diagnósticos y propuestas son tensiones que la izquierda local debe resolver.
La fragmentación es profunda. En ese escenario encontramos al socialismo oficial encarnado en el PS y sus fraccionamientos –allendistas, MAS, Paiz,- el PC, los ecologistas, humanistas, progresistas, cristianos de izquierda y grupos diversos. ¿Cómo articular y construir proyecto desde todos estos grupos?
La raíz de esta fragmentación se vincula con el hecho de que cada segmento pertenece a universos culturales, sociales y productivos distintos. Estudiantes, trabajadores, profesionales, intelectuales, artistas, ecologistas, humanistas laicos, pobladores, etc., forman un universo muy amplio que dificulta la unidad. En el Chile actual hay muchas izquierdas.
Este hecho, se vincula a la falta de liderazgos. La izquierda chilena no tiene liderazgos nacionales con vocación de poder. ¿Quién puede liderar este proyecto? No sólo hay que consensuar proyecto y programa, sino también equipos.
Esta dispersión genera diagnósticos distintos. Se trata, principalmente, de diferencias en torno al rol de la técnica en la política y en las decisiones públicas, al del mercado, de la empresa y del capital, al rol del Estado y de la propiedad de los recursos naturales, a la inserción de Chile en el mundo; al tipo de democracia y de sociedad que se va construir, al modo de relacionarse con el mundo social, etc. Es más –y en esto radica su debilidad política- a sus diferencias en los objetivos y estrategias políticas de la fase.
La fragmentación y los diagnósticos tienen efectos sobre el programa. Un programa de gobierno es la propuesta y las ideas centrales con las cuáles se va gobernar el país por un periodo presidencial específico. No se puede gobernar con la banderas de la “asamblea constituyente”, de la nacionalización de los recursos naturales y de la salud y educación gratis. Sin duda, son ejes fundamentales –sobre todo, los dos últimos-; pero, el país es largo, ancho y diverso. Hay que bajar de la ficción a la política real y dar cuenta de una infinidad de problemáticas. Política energética y ambiental, políticas públicas y el rol de los subsidios, relaciones internacionales, política tributaria, propiedad de los recursos naturales, tercera edad, política nacional de deportes, etc. La Izquierda no puede olvidar que en el país existen distintos grupos e intereses.
La izquierda chilena ha sido históricamente fuerte en términos ideológicos, culturales, políticos y electorales. Para la derecha y para el centro político es funcional su debilidad. Ha llegado la hora de la re-fundación. Hay historia y fuerza electoral. Sin embargo, falta unidad, liderazgo, proyecto y programa.
Por González Llaguno