La mentira en política busca engañar de manera consciente y premeditada a la ciudadanía. Pero las elites políticas se han acomodado con ella. Es parte del oficio, creen. La mentira es concebida como un procedimiento necesario en el ruedo político-mediático; una técnica de poder que con el concurso de los medios se transforma en una práctica incuestionable. Sin embargo, habría que combatirla, pues el uso de la mentira y su aceptación funcionan como anestesia del espíritu crítico en una democracia.
El periodista francés Jean-François Kahn, director de la revista Marianne, acaba de publicar Menteurs (mentirosos), un libro que en plena campaña electoral de las presidenciales galas abre un debate de fondo acerca de la mentira en política. Editado en la fase final de la campaña, el documentado trabajo dispara dardos certeros en contra del actual presidente y candidato Nicolas Sarkozy, representante de la derecha francesa. Allí nada escapa a la vigilancia de Kahn cuando se trata de hacer arreglines con la verdad. «Es una investigación de transparencia llevada a cabo con indignación, júbilo y precisión», dicen los comentaristas. La izquierda también recibe las críticas del periodista, pero en mucho menor grado, puesto que la obra es un combate declarado contra el actual Jefe del Estado francés debido al abuso de la mentira o al «síndrome de Pinocho», como lo llaman otros autores.
Además, como bien lo demuestra Kahn, durante el mandato de Sarkozy se han multiplicado las declaraciones engañosas y manipuladoras destinadas a la opinión pública.
El debate de fondo cae en un buen momento puesto que aunque es viejo como la política misma, con Internet y la explosión de las comunicaciones instantáneas, parece haber cambiado de naturaleza. «La mentira en política entró en la era de la producción y consumo de masa», afirma el historiador Jean-Jacques Courtine. Así pues, una mentira corretea a la otra sin que nunca la verdad se sepa. Y nadie se disculpa por haber mentido una vez que la verdad se impuso.
Cerca nuestro, basta con repasar las últimas declaraciones del ministro Longueira para saber que éste no decía la verdad cuando a propósito de las movilizaciones sociales y a la rebeldía del pueblo de Aysén declaraba que eran «teledirigidas» desde Santiago. Tales propósitos falsos indignan y provocan rechazo. Parlamentarios regionales de derecha le salieron al paso a la campaña del Gobierno por desacreditar los justos reclamos del movimiento ciudadano de Aysén. El ministro Pablo Longueira intentó calificar la movilización de los pescadores artesanales, empleados, jóvenes y trabajadoras de maniobra opositora destinada a contraatacar al Gobierno por la acusación de negligencia ante tribunales de altas autoridades concertacionistas (Pérez Yoma y Rosende) durante el tsunami-terremoto del 27/02/2010. Caso que salpica a la candidata Bachelet.
El ministro de salud Jaime Mañalich va más lejos al declarar que habría «agitadores profesionales pagados» por Patagonia Sin Represas. Tampoco se queda atrás el ministro Larraín al referirse a «violentistas» infiltrados en la movilización social y ciudadana de Aysén.
Es un hecho. El Gobierno tomó el camino de desinformar al levantar la tesis de la infiltración y la manipulación financiada del exterior del movimiento social.
Sin embargo, el peso de las evidencias ha obligado al Gobierno a reconocer que los problemas en regiones, son realmente existentes y graves al designar a la Intendenta para negociar. También hemos visto cómo el movimiento social no retrocede ante las amenazas. No obstante, junto con designar autoridades para aplacar el movimiento, el Gobierno lo criminaliza y reprime cada día con más fuerza al punto de considerarlo casi como un enemigo interno.
Pareciera que las frustraciones políticas acumuladas por el Gobierno de Piñera durante el 2011 lo llevaran a aumentar los grados de violencia policial este 2012. Después de que campañas políticas fundadas en prosaicas mentiras se desvanecen sin que sus autores reconozcan manipulaciones de la verdad y falsedades.
Leopoldo Lavín Mujica