La nueva cara del Progresismo criollo y el futuro electoral de la Concertación

A la sombra de una economía mixta que encarna el yugo del modelo neo-liberal, comienza a articularse un nuevo discurso político impulsado por diversos bloques de nuestra agrietada “burguesía intelectual”, esta propuesta delinea sin premura el camino a una tercera vía política al progresismo criollo, cuestión que va más allá del estéril manejo de la […]

La nueva cara del Progresismo criollo y el futuro electoral de la Concertación

Autor: Director

A la sombra de una economía mixta que encarna el yugo del modelo neo-liberal, comienza a articularse un nuevo discurso político impulsado por diversos bloques de nuestra agrietada “burguesía intelectual”, esta propuesta delinea sin premura el camino a una tercera vía política al progresismo criollo, cuestión que va más allá del estéril manejo de la Concertación en el curso de las elecciones presidenciales del año pasado.

Este discurso político, sintetiza el engranaje actual de una socialdemocracia disminuida, que a partir de los años noventa permanece en una suerte de estado intermedio, circulando en una esfera de letargo insostenible que parece no tener solución de continuidad. La vertiginosidad histórica y potencia del discurso ideológico del movimiento social a mediados del siglo XX, dio paso a la aceptación tácita de una corriente economicista en la que los intereses colectivos juegan un papel secundario. En nuestros días, la política opera con estabilidad vertical en el paredón de las desigualdades sociales, basta pesquisar los resultados de la última encuesta Casen que, a pesar de la benevolencia de sus indicadores de medición, evidencia un abismante deterioro de las condiciones de vida de la población –la pobreza alcanzó un 15,1%- y una brecha cada día más brutal entre personas bajo la línea de la pobreza y el 10% de familias con mayores ingresos en nuestro país –que incremento a un 9%-.

No obstante es común que el gobierno de turno se jacte del prestigio y la seguridad de sus instituciones en medio de una posición de privilegio para la producción de discursos “políticamente correctos”, en particular los que dicen relación con el progreso, la democracia y la participación ciudadana.

Un ejemplo claro de este reposicionamiento discursivo es el que caracterizó los comicios internos del PPD –desarrollados el mes de junio-. Pues tanto la candidata a la presidencia del partido, Carolina Tohá, como los aspirantes a ocupar su vicepresidencia, los senadores Guido Girardi y Ricardo Lagos Weber, con frecuencia aludieron al término progresismo -prolongando la popularidad del concepto manoseado indiscriminadamente por Enríquez-Ominami, meses antes-. Curiosamente, las veces que se remitieron a este concepto, sin amilanamiento lo relacionaron con las palabras cambio, participación, mejores práctica, descentralización o transparencia. Ofreciendo una visión amplia y difusa de lo que en el fondo se pretende precisar con el uso de este término.

Los riesgos de la abundancia firulística en la producción de una propuesta discursiva de este tipo, van más allá de una aparente homogeneización política. Estos se relacionan primordialmente con la poli comprensión del concepto y su uso, que, paradójicamente sitúan al progresismo dos punto cero a un extremo y otro de la discusión.

Para ser preciso, a partir de la Revolución Francesa la idea de progreso se identificó notoriamente con la necesidad de “cambio político” -en oposición al conservadurismo aristocrático de la época-. En nuestros días, la derecha ha logrado  flexibilizar este concepto al punto de presentarlo como membrete de su propaganda presidencial: “La Alianza por el Cambio”. Tal estrategia política ha experimentado un ciclo de madures desde las elecciones presidenciales del año 2000, con Lavín y su promoción por el cambio, hasta la franja presidencial de Piñera el año pasado. Quizá esta clase de experiencia electoral ha legitimado un cierto tipo de “sincretismo político” o “politiquero”, una hibridación en la que no nos debiese asombrar la palabra popular al costado de la sigla del partido Unión Demócrata Independiente ¿UDI popular?, ¿Alianza progresista?

Esta irrisoria mutación, tiene su origen –presumible- en la aceptación intransigente de la representación del sistema capitalista y su empoderamiento en los modos de vida contemporáneo, la triada crediticia, el endeudamiento y la crisis son improntas del progreso económico y bienestar de la sociedad –desde este paradigma. Por esta razón, considero necesario transparentar una propuesta como la progresista, en especial por que no configura una alternativa en sí pues depende de dos factores que, copulativamente permiten su nexo: la continuidad del modelo económico neo-liberal, y que las condiciones en que opera dicho modelo no presenten fisuras que limiten el principal activo progresista, el asentamiento de una política redistributiva –como ocurre en la actualidad frente a las políticas de reconstrucción-.

En este contexto no cabe duda que el futuro electoral de la Concertación -como coalición política de transición- es incierto y comprometedor. En primer lugar debido a que necesariamente cualquier bloque político que permanece tantos años en la cúspide del poder ejecutivo y súbitamente es despojado de dicha posición, experimentará un proceso de rearticulación interna que supone un periodo de quiebre. Sin embargo lo incierto del futuro de la Concertación, dice relación con el hecho de que la unidad de un pacto de oposición reside en compatibilizar no solo intereses electorales, sino más bien, en prosperar una comunicación armónica y consistente  entre las diversas visiones, dimensiones y perspectivas sociales, culturales, económicas, políticas, religiosas, etc., de sus integrantes. Actualmente en cambio, las coincidencias entre miembros de la cúpula progresista, la Concertación y representantes de la derecha son asombrosas, incluso más fuertes que las “convicciones ideológicas” de antaño. Esto me lleva a suponer que lo que aparentan ser paralelas políticas convergerán irremediablemente o mejor aún, que los partidos que integran la Concertación finalmente se polaricen al extremo de dividirse, transformando (sincerando) la dinámica actual de nuestro decimónico sistema representativo.

Generosamente, la elección presidencial 2009 nos proporcionó algunas directrices de cara al futuro de la Concertación en nuestro país. En principio nos permitió derribar empíricamente el mito del voto estructural, por consiguiente esta coalición pensará dos y hasta tres veces antes de levantar un candidato a La Moneda. Luego, nos invita a reflexionar entorno a la pregunta ¿Qué tan representativo es en el Chile de hoy un bloque de transición? En especial, considerando que parte importante de su periodo en el gobierno, la Concertación se caracterizó por dar continuidad al principio de subsidiariedad del Estado por medio de un creciente fortalecimiento de su matriz institucional en la que la privatización fue un aspecto clave. En síntesis, ¿es posible considerar opuesto a quien internaliza plenamente el mensaje de sus contendores? Eso no parece muy probable.

Finalmente, un espiral de Arquímedes envuelve el escenario político nacional en el que cada extremo parece desvanecerse dando forma a la construcción de un discurso mestizo de desarrollo y prosperidad, pero cuidado, no todo lo que brilla es oro. Desde el mito de las edades del hombre de Hesidoro -en la antigüedad-, el progreso personifica la decadencia histórica del hombre, quien está sometido a continuos procesos degenerativos en los que el avance material será acompañado por un declive moral.

Por Cristián G. Palma Bobadilla


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