El COVID-19 nos tomó por sorpresa, por lo menos desde este lado del mundo, si bien para países del primer mundo la pandemia era previsible, no se hizo mucho, a pesar de todos los antecedentes que existían, como la Estrategia Global Europea de 2016, que ya alertaba sobre una posible expansión de pandemias graves, o documentos estratégicos nacionales del servicio secreto de los Estados Unidos y del Reino Unido. Sin ir más lejos, el Foro Económico Mundial en su informe de Riesgos Globales de 2019.
Sin embargo, la pandemia ya está y ahora el problema radica en cómo la vamos a afrontar a futuro. Lo primero es el cambio de conciencia en los diferentes tipos de ciudadanos y países en el globo terráqueo. El Sr. Borrell, alto representante de la Unión Europea, declaró que el mundo tendrá un aspecto muy diferente después de la crisis de la COVID-19 y seguramente será así.
En 1945 la explosión de la bomba atómica resultó ser la primera arma global, es algo que alertaba que la tierra podría ser destruida, en ese momento comenzó a desarrollarse una nueva conciencia de la globalidad de la vida humana y de la existencia misma del planeta, la responsabilidad por la tierra se convirtió en una obligación ética para la vida futura; pero poco a poco se fue consumiendo esa idea, ya que el capitalismo pudo doblegar esa premisa.
Hoy, en pleno siglo XXI, nos enfrentamos a algo mucho más grande y es el arma de la biotecnología. Creo que es la primera vez que dio un sacudón tan grande al planeta, veo a mis amigos, a mis vecinos y a familiares aterrados por lo que está pasando, escriben en sus redes sociales #QuédateEnCasa como única salvación.
Sin embargo, su inocencia ha desembocado en una crisis general de la convivencia humana, hay un enfoque clasista de los fenómenos y procesos sociales que actúan, incluso, como elemento identificador de la concepción sobre la sociedad, “yo me quedo en casa y ellos no”, como si los otros fueran los enemigos, los ignorantes, los malos… y no es así, la clase media para adaptarse a ella necesariamente tiene que ser binarista, se blanquea de inmediato; la educación, la urbanización, el respeto a la norma, eso transforma progresivamente a la blanquitud como jerarquización de los estamentos sociales, por tanto asegura sus privilegios de clase.
Pero la verdad es que simplemente no pueden entender la sobreposición desarticulada que implica una diversidad de modos de producción, esa inocencia está jodiendo nuestra convivencia, nos aleja, nos confronta, poniéndonos más barreras como humanos. Cuanto mayor es la exclusión de sectores de la población humana, es inevitable la generalización e internalización del comportamiento inhumano de los incluidos respecto de los marginados.
El COVID-19 se ha convertido en un monstruo global, la globalización del mundo, es la amenaza global. Humberto Maturana decía: “la globalización es un proceso mundial, cuya experiencia es de una amenaza global que solicita una responsabilidad global, el ser humano está involucrado en esta realidad porque su vida depende de ella. Si esta realidad se hunde, también el ser humano se hunde”.
Por eso, estamos ante la obligación ética para la vida futura, es nuestra responsabilidad con el planeta, con las personas más necesitadas, con la marginalidad, con el otro y lo desconocido, ya que nuestra vida se ha globalizado y depende de ella.
Ante la aparición de estas nuevas responsabilidades humanas, la única forma de superar esta pandemia es colectivamente, no generando más muros, sino siendo más solidarios, enseñando-aprendiendo, escuchando-hablando, es una responsabilidad frente a los efectos del propio método científico, en este caso globalmente, porque fue afectado todo el planeta, tiene que existir una nueva conciencia global de supervivencia, podríamos hablar de un nuevo modelo, de un nuevo sistema, de nuevos valores mundiales, ¿un mundo social?, creo que esto es medular para entendernos como humanidad, un regreso a Marx, como un sol del mundo moral.