La paz en Europa comienza en Venezuela

Los dirigentes europeos comprenden por fin que la intervención armada contra Venezuela es una pieza en el Kriegsspiel de Estados Unidos en un continente donde, tanto los europeos como los chinos y los rusos tienen ahora intereses opuestos. Se enteran de que Venezuela es sólo una introducción, antes de que se usen los mismos argumentos contra Cuba y Nicaragua.

La paz en Europa comienza en Venezuela

Autor: oscarfernandez

¿Atacará Estados Unidos a Venezuela? En estas horas que pasan se está jugando, sin duda por décadas, el destino de la paz en América del Sur. Ya he defendido, con mis amigos diputados insumisos, en una tribuna del periódico «Le Monde» la idea de la salida democrática que propusieron México y Uruguay: en vano. Sólo el presidente Nicolás Maduro había manifestado su intención de participar positivamente. Los Estados Unidos y sus lacayos pasaron de una contraoferta a otra en un obvio ánimo de provocar el fracaso. Por su parte, el presidente francés fijó un ultimátum para las elecciones legislativas. Cuando Nicolás Maduro dijo que estaba listo, Macron y sus colegas europeos repentinamente pidieron que fuera una elección presidencial. Es decir, no para buscar una salida de una crisis democrática sino para una rendición incondicional del legítimo presidente en ejercicio.

A lo largo de todo este período, entonces, las provocaciones irresponsables se han sucedida con una intensidad y mala fe que ha permitido a muchas personas entender que el discurso de los Estados Unidos no trata ni de la situación alimenticia de los venezolanos ni de los derechos humanos en su país. Se entiende que se trata del petróleo venezolano y de mantener la dominación del Imperio en lo que considera su patio trasero de América del Sur.

Para muchos de nosotros es evidente que para los Estados Unidos los derechos humanos son sólo un pretexto, que éste sigue siendo el país de la tortura oficial en Guantánamo, el de la segregación racial y del apoyo a los peores gobiernos de la extrema derecha del mundo, en Europa, Medio Oriente y en otros lugares. Pero muchas personas de buena fe están a la espera para entender lo que está sucediendo. Estos tienen dificultades para darse cuenta del poder agresivo que Estados Unidos ha tenido desde su fundación y sus 222 años de guerra a lo largo de 229 años de existencia. Muchos han olvidado o bien no han conocido los años oscuros de asesinatos y torturas en toda América Latina, bajo el liderazgo de la escuela de guerra de los Estados Unidos, donde enseñaban bestias sádicas como el general francés Aussaresse. Ocurrió en los años 70, después del asesinato del presidente Salvador Allende en Chile.

 

En lo que se refiere a Venezuela, muchas personas ignoran que Hugo Chávez fue atacado por sediciosos y salvado in extremis del pelotón de fusilamiento. Sin la irrupción en las calles de millones de personas y especialmente de pobres, Chávez habría sido fusilado por los golpistas. También ignoran que, si Francia ha mantenido en la cárcel durante 25 años a los generales sediciosos partidarios de la Argelia francesa, los culpables del golpe de Estado contra Chávez fueron dejados en libertad.

 

Pero sea cual sea nuestra opinión sobre los EE. UU e incluso sobre Venezuela, todos en tanto ciudadanos, estamos puestos al pie del muro ante lo que creemos que es justo y bueno para todos en este momento en el orden mundial. Porque el orden del mundo es un todo. Al convocar a la opinión pública mundial en su cruzada contra Venezuela, los Estados Unidos nos han obligado a todos a dar una opinión también. Después de tantos episodios nefastos como, por ejemplo, el de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, las alertas están ahora vivas y despiertas ante cada zafarrancho de combate estadounidense. Si en un primer momento muchos adoptaron la posición de guardia, desde entonces vemos que el entusiasmo atlantista se debilita.

 

Hasta el punto de que ahora los ingenuos o irresponsables al mando de los Estados se están despertando, particularmente en Europa. Después de haber reconocido al líder de los facciosos golpistas de Venezuela como «presidente encargado», entienden que han abierto la puerta a la intervención militar estadounidense para imponer a su títere. Los líderes europeos finalmente comprenden que América del Sur no es un continente infantil que se deja corregir por sus padres europeos o norteamericanos. Los dirigentes europeos comprenden por fin que la intervención armada contra Venezuela es una pieza en el Kriegsspiel de Estados Unidos en un continente donde, tanto los europeos como los chinos y los rusos tienen ahora intereses opuestos. Se enteran de que Venezuela es sólo una introducción, antes de que se usen los mismos argumentos contra Cuba y Nicaragua. Nos gusten o no los gobiernos de estos países, o de algunos de ellos, la cuestión es saber si le reconocemos o no a los Estados Unidos un derecho de injerencia autoritaria que se sustituya al derecho internacional.

Cito aquí sólo argumentos limitados al juego de intereses. Pero la lista de motivos y razones que militan contra la invasión militar de Venezuela es mucho más larga. Mi objetivo es que las almas honestas que se preocupan por los hechos no se dejen llevar por la propaganda simplista venida de Estados Unidos y transmitidas en nuestro país por la prensa bajo influencia. El tema de Venezuela es tratado apasionadamente en Francia por los enemigos de la izquierda latinoamericana. En ellos se mezcla el «atlantismo» comprometido (para ellos, Estados Unidos es la solución y no el problema) y la satisfacción de apostar por un renacimiento de la Guerra Fría. En esta visión, nosotros, “los insumisos», estamos asignados a la posición de amigos enceguecidos de un régimen dictatorial. Muchos de nosotros vivimos esta situación con total disgusto. No digo una vez más cuánto nos repugna el «doble rasero» por parte de los sermoneadores pretenciosos. Cuán lamentables nos han parecido los reportajes de France 2 en cada víspera de elección o en alguna de mis escasas apariciones por ese canal.

Sin embargo, no debemos caer en su trampa. Debemos seguir argumentando. Porque los amigos incondicionales de Estados Unidos realmente no tienen argumentos. Recordemos el show lamentable en el estudio del canal France 2 de esa extraña opositora franco-venezolana residenciada en España que utilizó como argumento la falta de papel higiénico en Caracas para reclamar la eliminación del poder chavista.

He aquí entonces que esos grandes demócratas están apoyando un proyecto de intervención armada desde un país, Colombia, donde más de 50 demócratas, incluidos varios periodistas, han sido asesinados desde el fin de la elección presidencial sin que les hayan dedicado ni siquiera una palabra de compasión. Pero poco importan sus anteojeras. Son, sobre todo, a tal punto amigos de los Estados Unidos, que olvidan el interés y la posición de su propio país, Francia. Porque aparecer, ante los ojos de toda América Latina, como los perritos falderos de Estados Unidos no es bueno en ningún entorno social de este continente. Hay que entender que el nacionalismo en América del Sur es una idea fundadora desde las guerras de independencia contra España. Incluso aquellos que odian más ferozmente a los comunistas en América del Sur continúan invitando a Cuba a todas las reuniones internacionales por la única razón de que este país no obedece a los Estados Unidos y que su presencia funciona como una advertencia para ellos.

En la actitud de los dirigentes franceses, existe un antiguo fondo de colonialismo que les hace perder de vista la realidad política y económica del mundo contemporáneo. Estos franceses de la televisión y de la política son incapaces de pensar en relaciones igualitarias con los países que otrora nuestros países dominaban. No logran pensar estas relaciones fuera del marco grosero de la vieja repartición del mundo. En su visión, África es de Francia y América de Sur es de los Estados Unidos. Todo está relacionado. Estados Unidos ayuda al Gobierno francés a destruir a Libia (por su bien, por supuesto) y, a cambio, los dirigentes franceses aplauden a todos los que aman a los Estados Unidos en su continente. Solo cito aquí a Libia para no evocar ejemplos más recientes, igualmente lamentables, y en los cuales nosotros continuamos navegando de una aventura militar a otra.

De hecho, los exaltados de Europa y de otros lugares esperaban que el gobierno de Maduro se derrumbara. No ha sido así. Y desde hace poco, es todo lo contrario. En cuanto se habló de intervención armada de los Estados Unidos y el tam-tam europeo comenzó a oírse por allá, un número creciente de personas, incluidos los opositores de Maduro, abandonaron a los golpistas, considerados de pronto como los adelantados de una invasión.

El nacionalismo de los pueblos latinoamericanos es mal conocido o despreciado en Francia. Pocos se dan cuenta de que Europa, para muchos, es también España, su antiguo colonizador, es Francia y su expedición en México. La historia también existe en la conciencia colectiva de los pueblos de América del Sur. La intervención de los EE. UU. Y de los europeos es tan intolerable para ellos como lo sería en Francia una intervención militar de Alemania para ayudar a los chalecos amarillos e instalar a Eric Drouet como presidente «encargado». Hago intencionalmente esta comparación caricatural para intentar despertar las conciencias respecto de la realidad del sentir de los pueblos del nuevo mundo que tanta gente en Europa desconoce. Porque siguen considerándolos como niños turbulentos y a sus países como protectorados en libertad vigilada. Sé que esto me valdrá nuevos insultos, espetos groseros y todas esas otras ignominias que ya he soportado en torno a este tema, como en torno a tantos otros de nuestra política exterior. Pero creo que es un deber abrir constantemente caminos alternativos al reinado de la violencia globalizada.

Acepto evaluaciones comparativas sobre los últimos 25 años. Desde la primera Guerra del Golfo hasta Afganistán y Siria, ¿cuándo me equivoqué frente al partido de los medios y de los atlantistas que querían la guerra como solución?; ¿dónde sus guerras resolvieron uno solo de sus problemas?; ¿dónde la situación no es hoy peor que antes? Ya que estoy en este punto de mi alegato contra la guerra en Venezuela, quiero admitir un error que cometí en el pasado. Porque creo que este ejemplo ayudará a reflexionar también sobre el presente. Acepté la idea de un corredor de exclusión aérea en Libia cuando Gaddafi amenazó con provocar, según sus propias palabras, un baño de sangre en una ciudad insurgente. Fui imprudente porque el Consejo de Seguridad de la ONU fue unánime al respecto. Craso error. La OTAN se infiltró de inmediato por la brecha y el corredor de exclusión aérea se convirtió en un corredor de bombardeos excesivos. En ese momento fui criticado duramente por muchos amigos queridos en América del Sur que me reprocharon mi ingenuidad y a quienes reproché de no entender nada sobre las revoluciones populares del Magreb. La historia les ha dado más razón que a mí en este caso. Pero esto demuestra que es esencial comprender seriamente las motivaciones de los protagonistas y tener una conciencia clara de lo que más nos importa para posicionarnos.

Francia no es una fuerza supletoria del ejército estadounidense, ni una de las fortalezas de «Occidente» ligada a otras. Francia no es una nación «occidental». Es una nación universalista, en mi opinión. Además, nuestro país está presente en el continente sudamericano, no ceso de repetirlo. Está presente en Guyana con su frontera terrestre más larga: 800 kilómetros deslindando con Brasil. Está presente en el Caribe, donde La Martinica y Guadalupe ofrecen una colaboración no considerada en el Hexágono. Tenemos algo mejor que hacer allí que ser los soldaditos del Imperio. Nuestro primer deber en el mundo es estar del lado del derecho de los pueblos a la autodeterminación. Por lo tanto, Francia debería estar dedicada por naturaleza al anticolonialismo y a la causa por que en todo lugar las soluciones se decidan y estén regidas por la soberanía popular.

Puede parecer abstracto. Pero el independentismo francés —que es mi línea política y la del programa «El futuro en común«— es, por el contrario, la contribución concreta que nuestro país puede ofrecer frente al recurso permanente a las armas. Las armas no son el problema, a mi juicio. Al decir esto, dejo de lado en este momento la cuestión moral de los crímenes que ellas inducen en todas las circunstancias y sin excepción. Es que lo más a menudo las armas no arreglan nada, sino que todo lo agravan. En el caso de Venezuela, ¿qué puede lograr la intervención norteamericana? Esto, suponiendo que resulte victoriosa, algo que el ejemplo de Vietnam o de Afganistán no mostró. La intervención no puede «resolver» sino la suerte de la propiedad de la primera reserva de petróleo del mundo y del 18% del combustible que los EE.UU. consumen ya. Este no es un motivo suficiente ni aceptable para asesinar a los cientos de miles de personas que se opondrán a la invasión.

Después de lo cual agrego lo que cuenta para mi motivación sobre el tema, pero que no lo esgrimo como una condición de consentimiento para oponerse a la intervención militar. Venezuela es un país amigo y un pueblo con un admirable compromiso político con los derechos de los pobres y oprimidos. Venezuela nunca ha regateado su apoyo, su dinero, ni sus conocimientos, allí donde los desastres naturales han golpeado a los pueblos en el continente y en el Caribe. Los franceses se beneficiaron de esta ayuda en cada una de las calamidades sufridas en el Caribe. No tenemos ninguna disputa con este país. Se pueden entender las dificultades del gobierno de un país cuyos ingresos petroleros se han derrumbado en dos tercios. Especialmente cuando distribuyó ampliamente este ingreso en el bienestar social más diverso, a diferencia de las monarquías petroleras y otros estados petroleros comparables.

Si el pueblo de Venezuela llegara a creer que se equivocó en la elección de su política y de sus líderes, lo dirá cuando llegue el momento, pues las elecciones en Venezuela son libres. Sus resultados son impugnados sólo por un puñado de perdedores, gentes que boicotean las elecciones en vano. Y los Estados Unidos, por supuesto. Pero ningún organismo internacional los ha cuestionado. Este no es el caso, por ejemplo, en Kazajstán, que proporciona a Francia todo el uranio que compra, pero cuyo partido y presidente han estado en el poder desde 1989 y han sido acusados ​​de innumerables delitos, de torturas y de falsificación de elecciones. Sin embargo, hace unos meses, Francia firmó un acuerdo de cooperación reforzada con este país y el portavoz de la La République en Marche (partido oficialista del gobierno Macron) felicitó a este país por su progreso democrático. Por supuesto, yo voté en contra. Por supuesto, los “macronistas” que se muestran indignados por Venezuela, votaron por una amistad reforzada con el régimen de Kazajstán.

Mi convicción personal se forjó a través de la experiencia adquirida en este tema durante varias décadas de participación en cuestiones internacionales. Se debe hacer todo lo necesario para evitar que Estados Unidos ataque a Venezuela. No hay ninguna base legítima para esa intervención militar. Y lo que allí se juega nos involucra directamente. Se trata de saber si admitimos que los Estados Unidos sean los amos del mundo. Pues este amo será también el nuestro. En Europa, el “seguidismo” nos ha llevado a un punto en que el posicionamiento de baterías de misiles de la OTAN en Polonia nos ha puesto frente a la amenaza de una instalación similar por parte de los rusos, apuntada hacia los centros de comando de la OTAN en Bélgica. y en Alemania. Una situación peor que la de la guerra fría. Poner fin a la escalada en Europa comienza en la frontera con Venezuela.

 


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