No es un fenómeno nuevo, pero parece tomar cada vez más fuerza. La irrupción en la política de personajes legos en la materia, es el resultado de la virtualidad en que vivimos. Y también parece reflejar lo difuso que se han tornado los mensajes y la similitud de las propuestas. Sin dejar de reconocer que muchos creen que la nueva realidad obedece a que los actores políticos han sucumbido a la forma, en desmedro del fondo. Y esa farandulización ha sido captada por los ciudadanos.
La desinhibición de los brasileños permite ver esta realidad en toda su magnitud. En las elecciones generales efectuadas el último fin de semana, el candidato a diputado federal más votado a nivel nacional fue Tiririca. Se trata de un payaso de la televisión, que postuló con ese apelativo -la ley electoral brasileña autoriza a utilizar seudónimos. Pocos lo conocen como Francisco Silva (45). Pero la fama de Tiririca lo ha encumbrado a personaje de proyección ecuménica. Postuló a un escaño por el Estado de Sao Paulo. Algo más de 1 millón 300 mil electores lo votaron. Casi el doble de la cantidad de sufragios que recibió el segundo candidato con más preferencias a nivel nacional.
No es que Tiririca sea un político de alcurnia que dedica sus tiempos libres a entretener a la gente con sus payasadas. No. Él sólo sabe hacer reír. Antes de la elección le preguntaron si conocía la función de un diputado federal. La respuesta fue concisa: “No tengo idea. Pero vote por mí y se lo cuento”. Su eslogan también era decidor: “Vote por Tiririca. Peor de lo que está, no va a estar”. Y arrasó.
Guardando las distancias, los brasileños tienen experiencia en esto de epatar a la clase política. En 1959, un rinoceronte del zoológico de Sao Paulo dio el batatazo. Cacareco logró más de 100 mil votos en la elección para la Cámara municipal paulista, por el distrito de Osasco. Fue primera mayoría y demostró el malestar popular frente a la política.
Con distinta suerte electoral, en Brasil se han seguido conociendo candidatos exóticos. Ha habido micos, futbolistas, prostitutas y hasta un imitador de Diego Maradona.
Refrendando que se trata de un fenómeno global, los italianos eligieron a la Cicciolina como parlamentaria. Illona Staller, una actriz porno, fue diputada nacional entre 1987 y 1990. Como Cacareco y Tiririca, sus argumentos no tenían tinte ideológico.
En Chile difícilmente podrían darse casos como los de Brasil o Italia -que cada vez son más frecuentes en el mundo. Nuestra gravedad nos impide protestar de manera tan alejada de lo políticamente correcto. Sin embargo, en cada elección aparecen nuevos exponente de esta política “despeinada”. Se ven en los municipios y en el Parlamento. En la Cámara de Diputados siguen imperando los profesionales universitarios. Pero también hay agricultores, personas sin profesión reconocida, un obrero de la construcción, una actriz, un actor y una animadora de televisión.
En estos últimos tres casos, es clara la influencia de los medios de comunicación. Ramón Farías, Ximena Vidal y Andrea Molina, carecían de experiencia política anterior a ser electos. Su atractivo se basaba exclusivamente en el desempeño que había tenido en la TV.
Estos casos como los extranjeros tienen un mensaje claro. El primero y más evidente, la gente busca cercanía. Y ese aditamento, que antes lo daban los partidos políticos, hoy lo entrega la TV. El ser actor no asegura sensibilidad para enfrentar los problemas sociales. Y tampoco lo hace el haberse desempeñado como animadora de un programa televisivo, por más que éste tratara temas de interés humano. Si hay confusión entre servicio público y entretención masiva, poco importa. Lo que el elector ve es cercanía.
Se está imponiendo una nueva mirada para la política. En ella, los patrones antiguos ya no funcionan. Lo mediático resulta crucial para crear imágenes y destruirlas. Los mensajes ideológicos de profundidad o de proyección en el tiempo, han sido reemplazados por respuestas inmediatas y, a menudo, efímeras. Vale más un subsidio -que sin duda saca de apuros- que una política redistributiva que obligue a los que más reciben a hacer un aporte mayor, en bien de todos. Los mensajes se han banalizado. El elector-consumidor no quiere promesas, sino soluciones ya. Piensa que así no es manipulado. Posiblemente está equivocado. El pan y el circo sigue siendo tan eficaz como cuando lo impusieron los césares en la antigua Roma.
El papel de los partidos políticos también ha cambiado. De las correas de participación de antaño han pasado a ser cajas electorales y bolsas de trabajo. El poder real sigue en las mismas manos. Sin embargo, el elector cree que su protesta contra lo establecido ha funcionado. Hay que decir que en esta confusión, a menudo caen los propios protagonistas políticos. Es posible que cuando salen de su actividad cotidiana y llegan al Parlamento, sus utopías se encuentren intactas. Pero con el correr de poco tiempo las cosas cambian. Me dirán que hay excepciones y, efectivamente, es así. Pero la regla general es la otra.
Con seguridad seguiremos viendo cambios en la política chilena. No se despeinará con violencia. Pero el chasconeo ha comenzado. Para tranquilidad de los partidos, su impopularidad no basta para sepultarlos. No tienen reemplazantes como caja electoral. La normativa legal actual les asegura esa función… Pero los electores son creativos.
Por Wilson Tapia Villalobos
(5.10.10)