La semana pasada se llevó a cabo el proceso de insaculación de las y los candidatos que competirán este año, para obtener alguno de los puestos que han sido señalados para ello en el Poder Judicial de la Federación. Se trata no sólo de jueces de distrito, sino también de magistrados, de ministros y de miembros de los nuevos órganos establecidos por la reforma que comenzó el 5 de febrero del año pasado por el entonces Presidente, Andrés Manuel López Obrador.
Contrario a lo que algunas personas suelen decir, el método por sorteo para elegir a quien tendrá una función pública, no sólo es algo que en el largo panorama de la historia ha sido usado de una manera común -y que funciona en este momento en muchísimos lugares- sino que era también uno de los componentes esenciales de la democracia ateniense, que suele ser considerada como el origen de nuestro sistema. El kleroterion griego era un instrumento que se usaba en el proceso de insaculación mediante el cual los ciudadanos eran elegidos en la polis helénica, con la finalidad de llevar a cabo las funciones que eran necesarias para ella. Este proceso, que con diferencias tecnológicas y de procedimiento, ha sido repetido en todo momento histórico, funciona aun ahora en infinidad de lugares y espacios democráticos modernos, como por ejemplo, en nuestro sistema, en la selección de funcionarios electorales.
El discurso conservador insiste en que esta forma no sólo es ineficaz, sino que además es, de alguna manera, antidemocrática. Como la realidad se opone a esa afirmación, se suele hablar desde una falsa excepcionalidad: “claro Sergio -suelen decir con una displicente mirada de lado- la insaculación funciona cuando se trata de actividades menores, de cuestiones puntuales , que no importan para el estado de derecho (en serio, alguien me dijo eso sobre … las elecciones), pero no cuando hablamos de algo técnico, profesional, importante”- Por qué o como hacer estas distinciones no sólo es algo que no se muestra, sino mas aun, algo que se presenta como intuitivo, obvio y que si no se entiende, entonces no se puede explicar. Un dogma en todo sentido, producto de una visión ideologizada y nada más.
Cuando se insiste en este tema, la respuesta facilona que se ha vuelto un lugar común, suele ser una comparación mal formulada: el médico, el piloto de avión, el conductor de tren que, nos indican, “podría ser elegido por votación popular”. Ante esta idea, se nos cuestión ¿con quién subirías? Con alguien que ha demostrado experiencia y conocimientos, o bien con quien tuviera más votos. El problema de esa falsa analogía -además de ser muy mala- es que fracasa estrepitosamente: coloca el valor de uno u otro, en mi elección. Es decir, me pide que yo elija entre esas opciones. Es decir, lo que el proceso de elecciones actuales exactamente pide.
Como he mencionado en otras ocasiones, tengo pocas esperanzas en la elección actual. Se trata de un proceso que está, en muchos sentidos, viciado de origen; que articula una serie de dinámicas que considero derivarán en una disminución de la calidad democrática y más aún, vistos los resultados de la insaculación, que nos dejan a todas y todos los ciudadanos pocas verdaderas elecciones válidas. Se tratará, en una gran parte de los casos, en una elección entre “el menor de los males” con esperanzas mínimas de vencer a la popularidad y el dinero.
Sin embargo, esto es importante mencionarlo, en nada difiere eso de cualquier proceso de selección democrático. Y podríamos decir, con una excepción, en cualquier tipo de selección posible. El elemento diferenciador, sin embargo, se encuentra en la potencial posibilidad de cambiar la realidad de nuestro país. La democracia es, lo decía ya el clásico, el peor de los sistemas posibles. Con excepción, claro, de absolutamente todos los demás que hemos tenido y eso, con el dolor de quienes hemos apostado por el egoísmo de la pasividad -y que no nos fingimos superiores por ello- es igualmente válido en esta elección.
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