El llamado de Mario Kreuztberger durante estos últimos días a rayar los automóviles y el transporte público apoyando la teletón, al parecer ha tenido un bajo apoyo ciudadano, es solo cosa de ver en las calles, de cada 20 vehículos no más de uno utiliza las consignas de la multicampaña nacional.
En cambio, el llamado que hiciera Gladys Marín el año 2001 a las multinacionales a donar solo un poquito de sus utilidades para resolver el problema de la atención a la discapacidad de manera permanente, es cada vez más difundido en las actuales redes sociales.
Dos muestras de una realidad cambiante, en la que los ciudadanos tienden a cuestionar y a desarrollar una mayor autonomía, en el sentido castoridiano, como un ejercicio de incidencia en el poder, representado en el cuestionamiento general a la totalidad neoliberal. Impensadas hace tres años atrás.
Lo cierto es que la solidaridad de a poco se fue transformando en un elemento de dominación simbólica, aquel que permite -entre otros- integrar a los ciudadanos/clientes dentro de la lógica activa de la dominación mercadocéntrica, haciéndolos cómplices, transformando el acto puramente humano de dar sin recibir, en la validación, en la legitimidad de una forma de comprender el mundo y construir la sociedad. Aquella que privilegia el lucro, el interés individual, la mercancía, por sobre el propio acto humano. Esa fue la principal habilidad del sistema para con la dominación simbólica, el transformar lo más humano en un acto de validación de lo antihumano.
La obra de la Teletón es sin lugar a dudas una obra hermosa, que nos trae lo mejor de una sociedad capitalista en decadencia. Pero, junto con esa acción teje un manto de conformidad típico de la sociedad neoliberal chilena, el de participar, ser integrado mínimamente a través del voto cada dos años, a través de la donación de los 2 pesos en el supermercado, a través de la colecta anual de las diversas fundaciones, a través de la participación de los “famosos leptonianos” en la televisión apoyando diversas “nobles causas”.
En síntesis, obras como la Teletón permiten también la participación sin empoderar, crear la sensación de que lo que se hace es suficiente, alientan la generación de una sociedad mediocre, conformista e individualista. Para qué ser más si con cualquiera de los actos descritos estoy siendo un mejor ciudadano.
Lo mejor de esta Teletón es que la dominación simbólica institucionalizada es cada vez más cuestionada.
Por Nelson Ruminot
Sociólogo
1 diciembre, 2011