Por Mauricio Rojas Alcayaga
Temporada de movidas veraniegas del fútbol chileno, la Universidad de Chile se mueve vertiginosamente en el mercado. Otra temporada de inversiones millonarias de sus nuevos propietarios, tratando de olvidar la pesadilla deportiva del campeonato pasado en donde las zozobras futbolísticas lo llevaron a salvarse en los últimos minutos del partido final del año. Para algunos épicamente, para otros sospechosamente. Este último aspecto, aunque no haya algún hecho concreto que lo avale, habla de la desconfianza de la ciudadanía en la dirigencia del fútbol chileno, que desde que los tres clubes llamados “Grandes” propiciaron la salida de Mayne-Nicholls y Bielsa, sumado al escándalo de su ex Presidente refugiado en Miami, nunca más han podido erguir la cabeza. Muchos dirán: esto es casi inherente al fútbol de hoy en día con los casos conocidos de la FIFA y la Confederación Sudamericana de Fútbol; estos hechos ya están tan naturalizados que no vale la pena hablar ni menos escribir sobre ellos.
Argumento, quizás válido, en el mundo del llamado deporte rey, pero un tema insoslayable para un club que lleva el nombre de la principal universidad pública de nuestro país. Los temas éticos y de principios que inculca la Casa de Bello a sus estudiantes, y que es parte consustancial de su labor académica, evidentemente colisiona de manera frontal con este tipo de comportamientos que cualquier miembro de la comunidad universitaria no debería dejar pasar, como tampoco ninguno de sus hinchas que comparte los idearios de un club universitario, que propalaban por las redes sociales que preferían descender para así provocar la salida de la sociedad anónima de la regencia del club y refundarlo en aras de su propia historia.
Por ello no deja de sorprender el silencio de la propia comunidad universitaria ante hechos tan antagónicos con los valores de la casa de estudio. ¿Cómo es posible que todavía no haya información transparente de quiénes son los nuevos propietarios? ¿Subsecuentemente, cómo es posible que en torno a un club universitario se hable de propietarios o concesionarios? ¿De qué modo se puede aceptar que la Universidad de Chile sea acusada de truculentos contratos con sus jugadores ante los tribunales pertinentes del fútbol? Punto aparte el trato casi vejatorio que le da el club de fútbol a jugadores emblemáticos, tratándolos más que como jugadores y personas, como simples mercancías. Se dirá que así es el mercado del fútbol, pero justamente de eso se trata esta columna: uno supondría que los valores de una Universidad Pública deberían hacer la diferencia con esta lógica capitalista, pero con asombro observamos un total silencio ante hechos que van en la dirección contraria a los valores y misión de la Universidad de Chile.
Algunos probablemente apuntarán a que no hay otra alternativa para gestionar clubes de fútbol en el contexto de una “industria” regida por sociedades anónimas deportivas, que ya en sí misma son un tema por el evidente fracaso que exhiben en los resultados deportivos, y más preocupante aún, en estándares de transparencia y confiabilidad pública. Esto nos lleva a la cuestión si existen otros modelos de administración para el fútbol y la respuesta está a la vista. Otro club universitario de nuestro fútbol como Universidad de Concepción, que ha tenido interesantes campañas llegando a torneos internacionales, es un buen ejemplo de ello ya que no está concesionado a una sociedad anónima. Los futboleros objetarán que dicho club está en segunda división (Primera B como se le denomina eufemísticamente) como si la “U” no hubiese estado a 5 minutos de compartir dicha categoría. Si atendiéramos a que los resultados futbolísticos son el principal objetivo de la Universidad de Chile – hecho ya cuestionable para un plantel universitario – podríamos mencionar un buen ejemplo internacional en Pumas UNAM de México, un club competitivo en la liga azteca que es administrado por un Patronato en el que participan connotados empresarios del país del norte, pero bajo los principios universitarios como elecciones cada cierto tiempo de sus directivas, cuentas públicas ante la comunidad, y en donde sus estudiantes pueden disfrutar de sus partidos en su Estadio que es parte de su Campus Universitario. Y me quiero detener en este último punto, porque como canto de sirena los nuevos propietarios publicitan la construcción del tan anhelado estadio para la “U”, pero el gran problema es que por primera vez en la historia la Universidad de Chile su nombre estará asociado a un campo privado, con nombre de alguna empresa privada, y sin NINGUNA relación con la Universidad, ni menos su comunidad triestamental de alumnos, profesores y funcionarios.
¿Será posible que se permita este atentado contra los valores de la Universidad de Chile? Esperemos que NO, que haya una reacción de sus autoridades y comunidad universitaria para recuperar la “U” para la Universidad, y para el país, como símbolo del nuevo Chile que queremos construir, extendiendo al deporte el valor de lo público, como una práctica social y cultural compartida, y con participación de todos, acordes a los principios que guían a la Casa de Bello. Lo digo como un simple ex alumno, pero también como un ciudadano en tiempos que favorablemente esto vuelve a ser un valor constitutivo de nuestra sociedad. Porque la Universidad de Chile podría contribuir con su ejemplo volver a hacer del fútbol una práctica social y devolver el fútbol a sus verdaderos propietarios, la gente y sus hinchas, en donde ellos tengan una voz determinante en el destino de sus clubes, un hecho casi inobjetable en un tiempo que clama por más democracia.