Asumido el hecho de estar todos bajo la amenaza del contagio, surgen otras decisiones.
Entre promesas y dudas, datos comprobados y especulaciones, opiniones científicas y ofertas políticas, la vacuna hace su aparición y abre de pronto la puerta hacia un hipotético regreso a lo que considerábamos “la normalidad”: esto es, un cierto estado de libertad en un ambiente desprovisto de la amenaza viral a la cual estamos expuestos. Los debates sobre la efectividad, los riesgos y la postura ética de laboratorios conocidos por su orientación mercadológica, han rebasado la capacidad de absorción de tanta información contradictoria, y el público permanece a la espera de obtener respuestas claras y garantías mínimas.
El mundo científico está dividido frente a este recurso de emergencia y su incertidumbre comienza a infiltrarse hacia una población lega, ansiosa de creer en el remedio mágico de una vacuna cuyos efectos de mediano y largo plazo aún no han sido probados. Pero las dificultades no paran ahí. Uno de los mayores obstáculos presentados a los países comprometidos a iniciar las vacunaciones entre sus habitantes es la complicada logística en el almacenamiento, distribución y aplicación de la vacuna en forma masiva.
La desarrollada por el laboratorio Pfizer, por ejemplo, requiere de una cadena de frío inexistente en la mayoría de países del mundo. Es decir, para mantener el producto en perfectas condiciones, necesita una infraestructura que le garantice su conservación a -70 grados Celsius, un nivel de frío semejante a la temperatura del ártico. Sin embargo, aseguran los expertos que esta exigencia tampoco es insuperable, ya que en la República Democrática del Congo se pudo inmunizar contra el ébola a más de 300 mil personas con una vacuna que exigía requerimientos de temperaturas semejantes a las de Pfizer contra el Covid-19.
Antes de cantar victoria con un recurso de emergencia como las vacunas desarrolladas en tan corto tiempo, es preciso comprender que los obstáculos presentados por las comunidades alejadas de los centros urbanos –los cuales tampoco poseen los recursos necesarios, sobre todo en países en desarrollo- en donde predominan la pobreza, la falta de agua y de infraestructura sanitaria, colocan a sus habitantes en una situación de riesgo extremo. Y es importante señalar que este segmento de población vulnerable es la inmensa mayoría de la población mundial. Por tal motivo, además del tiempo requerido para crear un sistema suficientemente eficaz para inmunizar a un porcentaje mayoritario, las esperanzas de un freno efectivo a la pandemia se reducen a ciertos núcleos urbanos favorecidos por su acceso a los beneficios de un mayor nivel de desarrollo.
Aun cuando la discusión sobre la efectividad y la seguridad de las vacunas desarrolladas por los más importantes laboratorios está planteada -tanto en círculos científicos como políticos- la realidad es que la población está ansiosa por aceptar como buena una solución que le permita retomar sus actividades normales y le prometa brindarle un efectivo parapeto contra el virus. La gente está cansada de vivir una realidad incómoda, limitante y precaria. Está, además, razonablemente temerosa por la pérdida de sus derechos civiles ante decisiones arbitrarias de ciertos gobiernos que se aprovechan de la crisis para adoptar medidas dictatoriales.
Es importante tomar en cuenta, de paso, que los países más ricos se adjudicaron ya la provisión prioritaria de vacunas, por lo cual los más pobres deberán esperar varios meses antes de obtener la cantidad suficiente para asegurar la inmunización de un porcentaje mayoritario de su población.
Una puerta hacia la normalidad, esa es la promesa de la vacuna.
Por Carolina Vásquez Araya