Por Amanda Durán
Julian Assange ha regresado a Australia, luego de ratificar ante un juez el acuerdo que ha alcanzado con el Departamento de Estado norteamericano. En las próximas horas, Assange se va a declarar culpable del cargo de conspiración y será condenado a 62 meses de cárcel, los que ha cumplido ya, por tanto, quedará en libertad. Julian Assange, fundador de WikiLeaks, está libre: ha llegado a un acuerdo con el Departamento de Justicia. Para ello, ha tenido que sufrir dos años de durísimo cautiverio y declararse culpable de espionaje ante los Estados Unidos que le demandaron.
Ya nada será lo mismo. A partir de ahora, como explica Olga Rodríguez, Estados Unidos reclasifica como espionaje el periodismo que exponga crímenes de Estado con pruebas facilitadas por fuentes o documentos estatales. Gracias a Assange y a WikiLeaks, supimos que el gobierno estadounidense mandó espiar al secretario general de la ONU y a algunos de los miembros de la organización, incluyendo sus ADN en las pesquisas. Gracias a él, confirmamos que Berlusconi era el informador de Putin en Europa, o que la administración estadounidense recibe informes serios, como el de un golpe de Estado en Honduras y nadie dice nada. Assange ha cumplido sobradamente su pena por informar; sale libre así a curar sus muchas heridas. Las del periodismo y la justicia también precisan ser profundamente saneadas. Y puede que la indolencia de la comunidad también necesite tratamiento.
Entendamos que WikiLeaks no es una mafia, sino una organización que hizo pública la verdad sobre la corrupción gubernamental y la vulneración de los Derechos Humanos, y que pusieron sobre la mesa la responsabilidad que tenían los poderosos. Julian pagó severamente por estos principios. Pero también lo pagamos todos, porque lo cierto es que, a Assange, para llegar a ese acuerdo con los Estados Unidos y poder salir de prisión, se le ha empujado a declararse culpable de violar la ley de espionaje estadounidense de 1917. Es la primera vez en la historia que un periodista será condenado por espionaje por hacer su trabajo.
Nada de lo dicho por Julian Assange pudo ser desmentido, por lo que su único delito fue desenmascarar al gobierno de los Estados Unidos y ofrecer a la ciudadanía información de absoluta relevancia y pertenencia que de no ser por WikiLeaks jamás habríamos podido llegar a conocer. Recordemos la filtración más famosa, y probablemente la más importante, que hizo WikiLeaks en el año 2010: se trataba de un vídeo de 2007 en el que se ve cómo dos helicópteros estadounidenses tirotean y asesinan, sin motivo alguno, a doce civiles desarmados en Bagdad, entre ellos dos periodistas de la agencia de noticias británica Reuters.
Un par de meses más tarde, en julio de 2010, WikiLeaks filtró los diarios de la guerra de Afganistán, un conjunto de 90.000 documentos de los que fueron publicados luego por The Guardian y The New York Times, entre otros medios internacionales. Para el gobierno de los Estados Unidos, esto era una filtración que ponía en riesgo las vidas de civiles. Pero la realidad es que con esos papeles se develó cómo el ejército estadounidense había sido quien había causado estas víctimas civiles, además de informaciones sobre fuego amigo, asesinatos extrajudiciales y conexiones entre los servicios secretos de Pakistán y los talibanes insurgentes.
Luego, en octubre de 2010, WikiLeaks sacó a la luz los más de 400.000 documentos desde el Pentágono, que mostraban que el 63% de las víctimas mortales en Irak habían sido en realidad población civil. Que había habido casi 4.000 asesinados por fuego amigo y torturas sistemáticas contra los prisioneros. También develaba cómo las autoridades estadounidenses habían dejado sin investigar cientos de denuncias de abusos, violaciones e incluso asesinatos perpetrados por la policía y el ejército iraquíes que colaboraban con los ocupantes.
En el mes de noviembre de 2010, llega la gota que derramó el vaso: WikiLeaks filtró más de 250.000 cables entre el Departamento de Estado de Estados Unidos y sus embajadas por todo el mundo, que expusieron que Washington había dado orden a sus diplomáticos de espiar a otros gobiernos e incluso al secretario general de la ONU. Con el Imperio no se juega. Y si cometes el delito de difundir información sobre los crímenes de Estados Unidos, lo vas a pagar muy caro. Assange pasó 12 años encerrado por hacer periodismo y por romper el blindaje informativo a nivel global. Su salida en libertad coincide, qué casualidad, con el momento más bajo de la popularidad del presidente Joe Biden, que busca revalidar su mandato en noviembre en unos Estados Unidos involucrados en una guerra en Europa y en un genocidio en Oriente Medio.
Pero ¿de qué se trata ese acuerdo judicial que se usará para argumentar que Assange reconoció su culpabilidad? Esto reza básicamente en que Julian Assange no era ciudadano estadounidense, no poseía autorización de seguridad estadounidense, no tenía autorización para poseer, acceder o disponer de documentos escritos o notas relacionadas con la seguridad nacional de Estados Unidos, incluyendo información clasificada del gobierno de Estados Unidos. Assange es acusado de conspiración para obtener y publicar información clasificada, dando tratamiento a un periodista como un “espía” al apelar a la Ley Federal de Espionaje aprobada en 1917. Le han obligado a declararse culpable, pero por mucha criminalización que haya habido contra él y la que se haya vertido contra WikiLeaks, al día de hoy nadie puede negar que estos crímenes estadounidenses se produjeron en Afganistán, en Irak y en otros lugares.
Por lo tanto, la libertad de Assange es una noticia positiva, pero al mismo tiempo va cargada de un mensaje: El periodismo que devela la verdad, si ésta daña la imagen del poder político o militar, va a ser castigado; que divulgar la verdad siempre tiene límites definidos y represalias; que el periodismo en la época actual será aceptado siempre y cuando sea sumiso ante el poder y contribuya a mejorar la imagen de las grandes potencias mundiales y sus corporaciones.
Por Amanda Durán