De partida pienso que las injusticias parten desde el núcleo más pequeño hacia el más grande centro del universo. Tierra hay para todos pero, sólo unos pocos la aprovechan, el resto como mierda si es que les alcanza. Y esa misma mierda es para todos los días de la vida de quienes no saben superarla.
Quisiera pelear por la injusticia política, económica, social y la discriminación, y todas las luchas que han generado muertes y más muertes a lo largo de toda la historia. Sin embargo, veo que la injusticia está instalada al centro de mi comedor, de mi living, de mi dormitorio, de mi patio, de mi antejardín, de mi piscina si la hubiere, de mi cocina, de mi baño, o sea al centro de mi casa.
¿Cómo puedo hablar yo de justicia o injusticia en las calles? Si dentro de mi casa golpeo a mis hijos, a mi pareja, a mis animales, y desde esa misma forma, a través de esos golpes, estoy golpeando también mis costumbres, mis valores, mis principios, y que más allá de esto, mis golpes atraviesan las murallas de mi casa y se depositan en la de los vecinos golpeándolos también a ellos, y así de casa en casa se traspasan mis golpes, mis gritos, mis reclamos sin piedad, mis enajenaciones, mis corrupciones, mis desvalorizaciones. Todo ronda en estos entornos cercanos. Aunque viviera en el desierto, estos mismos golpes caerían a la tierra y en forma subterránea recorrerían los caminos y tocarían a los transeúntes. Entonces sin duda estoy golpeando a la vida, al universo, a la naturaleza. Estoy apagando el sol, disminuyendo la luz de la luna. Ahuyento las nubes, las lluvias y atraigo las tormentas incansables a las ciudades de toda la tierra.
Quisiera luchar por la economía, y ¿cómo puedo pelear por la economía? Si mis gastos se elevan a las nubes y no precisamente por la carestía de los productos (aunque también) o por lo menesteroso de mi sueldo (aunque también), sino por mis gastos superfluos, mis “prioridades”, “mis cosas”, que debo comprar sin falta, las pilchas que debo comprar para “el trabajo”, dejando a mis hijos de lado, restándole porque son pequeños, porque yo soy dueña del dinero, porque yo trabajo, o simplemente porque quiero darme un gusto. ¿Cómo pelear por la economía?, si me gasto el dinero en drogas que no me hacen falta, en alcohol que no me hace falta, en fútbol que no me hace falta, en comida que no me hace falta. Dejando de lado lo que si es importante. ¿Cómo puedo empezar a pelear por la economía, si mi casa económicamente es una debacle?
Quisiera discutir sobre problemas sociales, sin embargo, no voy a reunión del colegio de mi hijo, por el “trabajo”, por mis prioridades, por el tiempo, etc. ¿Cómo puedo discutir de injusticias, de conflictos sociales, conflictos económicos, discriminaciones? Si soy la primera que ejecuto la injusticia en mi casa, centro de mi vida, refugio de siempre. ¿Con qué cara salgo a la calle a pelear por los derechos de los niños? Si dejo a mi hijo solo porque debo trabajar todo el día y realmente, no sé si será verdad que no me alcance para una nana. Aunque “las nanas”… ufff! es como sacarse la lotería.
Con qué cara de palo salgo a la calle a gritar por mis derechos, si el primer derecho lo estoy violando día a día. El derecho de vivir.
Con qué cara de raja salgo a la calle a vociferar por los reajustes salariales, si acepto que a mí, me roben día a día.
Con qué cara me miro al espejo luchando por la paz, si al que se pare frente a mí lo desafío por mi desconfianza, dispuesta a degollarlo públicamente.
Con que cara pido fiado si cuando tengo plata compro al lado. (Esto es copiado)
Con que cara lucho por la igualdad femenina si en mi casa me sacan la cresta.
Con que cara miro la paja en el ojo ajeno, teniendo yo, un tremendo tronco.
Con que cara hablo de amor por el prójimo, si lo único que quiero es que no esté más prójimo.
Con que cara trabajo por los niños si a mis hijos los maltrato cotidianamente.
Con que cara hablo en contra del tabaco o del alcohol si estoy a punto de ser cancerosa o cirrocienta, (pa’ no decir alcohólica)
Con que cara hablo de generosidad si no presto ni una luca.
Hay que ser muy care’ raja.
por Dilcia Mendoza