Las llamas que hicieron arder a toda Ucrania, las encendieron los neonazis en la Casa de los Sindicatos de Odesa, quemando vivas a 48 personas. Este acontecimiento brutal, del que este 2 de mayo se cumple el octavo aniversario, constituye uno de los episodios cruciales que llevaron a Ucrania a la situación actual.
Una vez impuesto un Gobierno títere en Kiev –donde la llamada ‘revolución de la dignidad’ fue protagonizada abiertamente por figuras como la entonces responsable para Europa del Departamento de Estado de EEUU, Victoria Nuland, quien, entre otras ‘actividades’, repartía bollos y galletas entre unos manifestantes que agredían ferozmente a las fuerzas del orden–, las autoridades golpistas procedieron inmediatamente a la ‘limpieza’ de todo aquello considerado “prorruso”.
Fue en el marco de esta campaña que se trasladó un potente grupo de los llamados ‘ultranacionalistas’ ucranianos, es decir, los neonazis, a la ciudad de Odesa, donde había un gran rechazo al golpe de Estado y a la orientación antirrusa de quienes tomaron el poder por la fuerza. Su despliegue desembocó en enfrentamientos callejeros, donde parte de los adversarios de estos ‘huéspedes’ no invitados se vieron obligados a refugiarse en la Casa de los Sindicatos.
Una decisión que significó una pena de muerte para muchos de ellos. Y es que los agresores les encerraron en el edificio y lo incendiaron. Quienes trataron salvarse saltando de las ventanas fueron asesinados a tiros. Una de las imágenes más impactantes de esta atrocidad es la de una embarazada que resultó asfixiada por el humo.
Los asesinos neonazis nunca fueron castigados, donde la indiferencia de la llamada ‘comunidad internacional’ se interpretó correctamente por el régimen ucraniano como luz verde para la limpieza étnica en el país.
Un hecho que lo ilustra: una serie de restaurantes de Kiev ofrecen a sus clientes platos como ‘Casa de los Sindicatos’ –así llaman ‘humorísticamente’ al guiso de carne–, o ‘separatista frito’, al tiempo que en una de las veladas glamorosas sus huéspedes ‘disfrutaron’ de una tarta en forma de un bebé, en clara alusión a los niños asesinados en Donbás por los ‘heroicos defensores’ de Ucrania.
A propósito de Donbás. Fue la masacre de Odesa la gota que derramó el vaso para la población de esta región, en aquel entonces territorio ucraniano. De hecho, las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk proclamaron su independencia el 12 de mayo de 2014, es decir, diez días después de lo ocurrido. La llamada ‘operación antiterrista’ inspiró a uno de sus ‘veteranos’, el neonazi ucraniano Alexandr Gramarchuk, para organizar la producción de conservas alimenticias bautizadas como ‘separatista de Lugansk’ o ‘Regimiento Inmortal’, burlándose de los caídos en la lucha contra el nazismo.
Casi 8 años después, la independencia de las dos Repúblicas fue reconocida por Rusia, ante el fracaso de los acuerdos de Minsk para el arreglo del conflicto en el Este de Ucrania. El mandatario, Volodímir Zelenski, quien llegó al poder gracias también a los votos de Donbás –al haber prometido una solución pacífica–, manifestó abiertamente, al ocupar el sillón presidencial, que los mencionados acuerdos eran ‘papel mojado’. Acto seguido, ordenó una nueva ofensiva a gran escala, donde la reanudación de atrocidades obligó a Rusia a intervenir en el conflicto.
Una operación de paz calificada hipócritamente como “invasión” por países como Alemania, uno de los garantes de los acuerdos de Minsk, que en la práctica no movió ni un dedo para obligar a Kiev a respetar lo firmado. La presidenta de la Comisión de Defensa, Marie-Agnes Strack-Zimmermann, acaba de acusar a Rusia de haber estado instigando la guerra en el Este de Ucrania, en una sesión parlamentaria donde se aprobó la entrega de armas, incluidas armas pesadas, al régimen de Zelenski.
Por Victor Ternovsky