“Como éramos demasiadas no pudimos más que ponernos a comer la basura de ustedes. Pero en las tardes cortamos el cielo, danzando en multitud.”
Comenzaron invadiendo los centros más suntuosos de Europa mucho antes de que se convirtieran en un problema aquí. Más atrás en el tiempo, antes de que fueran poblaciones que duplican su número anualmente, se guardan recuerdos de cuando vivían en los bosques, alimentándose de frutos y semillas. A turistas y amantes de las plazas les parece una diversión fabulosa llenarles sus gordos estómagos con sobras de pan. Muchos terminan totalmente cubiertos por ellas. Se transforman en difusas siluetas de grises plateados pululando sin cesar. Supongo que no estarán al tanto de que estos pájaros pueden cargar cerca de cuarenta enfermedades, además de las infaltables pulgas, piojos o garrapatas. Seguramente alguno padeció después infecciones respiratorias y fiebres en las que alucinaba con seguir alimentando su propio malestar.
En la historia del arte y el pensamiento sobran ejemplos donde aparecen enaltecidas. Antes del espíritu santo bíblico se inmortalizaron en mosaicos romanos. Desde “La paloma” de Picasso, pasando sobre la poesía de Alberti en Serrat y la voz de Violeta, aparece la blanca paloma en representación de la pureza, la delicadeza, la elegancia y elevación espiritual como yo jamás he podido constatar cuando alguna se cruza por mi camino. Al contrario, tengo la sensación de estar frente a un ser corrosivo. Y es curioso, pues ellas pueden vivir básicamente donde quieran, pero prefieren construcciones y monumentos antiguos. Allí cagan sobre las huellas históricas del ser humano con un placer sospechoso. Es muy difícil limpiar sus deshechos y el daño que causa el ácido úrico suele ser irreparable.
A veces pienso que tratan de decirnos algo. Después de todo son seres brillantes. Con decir que la mayoría obtenía medallas en las guerras mundiales por sus méritos llevando mensajes a enormes distancias. Tienen un sentido de la vista tan privilegiado que los guardias costeros en Estados Unidos las usan para rescatar náufragos. Sobrevuelan el mar en helicóptero con la paloma asomada por una ventanilla. Cuando ella comienza a picotear lanzando llantos guturales se sabe entonces que abajo, a una distancia imposible de distinguir por el hombre, flota la cabeza de algún náufrago. Están mucho más avanzadas que nosotros en cuanto a la administración familiar, pues el padre y la madre se hacen cargo de las crías equitativamente. Su naturaleza tiene un sentido tradicional de la estabilidad, siendo monógamas, sedentarias y volviendo al lugar donde nacieron.
La imaginería del ilusionismo y los clásicos trucos de magia tienen a la paloma como mejor aliada. Aprende sin problemas con memoria minuciosa, es dócil y siendo una de las aves más veloces desaparece de escena en un instante fugaz.
Los amantes de los animales siempre me han inspirado confianza, quizás porque pueden ver más allá de su nariz. Personas, animales, cerros, árboles, mares, cielos, se convierten en mugrienta materia inanimada cuando no miramos dentro de ellos. En toda nuestra escalera social cada quien vive de las sobras de otros más, y así vamos cavando la propia tumba. Como si no fuera suficiente, condenamos a otras especies a vivir de esa forma. Aquella poco común pero innata capacidad a no tragarnos la vieja fábula autocomplaciente del ser racional y por ello superior es un punto de partida para que el planeta, reventado, exprimido, aterrorizado, no enloquezca de dolor.
Por Rocío Casas Bulnes
Marzo / 2011