Mucho se ha dicho y escrito en estos días sobre la figura de Patricio Aylwin. Ha habido un gran esfuerzo desde el status quo en engrandecer su figura y minimizar y relativizar sus responsabilidades históricas. Nuevamente en un ejercicio de consenso, la clase política ha salido en coro a resaltar las virtudes republicanas y como estadista de don Patricio Aylwin.
Uno de los dos periodos históricos donde más tuvo incidencia en los hechos que se desarrollaron fue durante los mil días de Allende. Su responsabilidad en el apoyo y posterior justificación al golpe de estado que derrocó a Salvador Allende y que dio inició al periodo más oscuro y terrorífico de nuestra historia patria, es uno de los aspectos que se quiere obviar o relativizar.
Otro periodo que genera aristas es su mandato como Presidente de la Nación y el rol de su gobierno en iniciar el rumbo de la profundización y enraizamiento del ilegítimo modelo político y económico que heredo de la dictadura.
Sobre el primer periodo mencionado, el entonces presidente de la Democracia Cristiana y Presidente del Senado tuvo una gran responsabilidad en los acontecimientos que se fueron dando; Salvador Allende se lo dijo sin titubeos es una misiva (la cual Aylwin nunca contestó) a solo 20 días del golpe de estado: “No deseo dramatizar, pero tengo el deber de recordarle las trascendentes responsabilidades que usted y yo tenemos en estos difíciles instantes que vive el país”.
El nivel de responsabilidad histórica es incluso mayor cuando se tiene en cuenta los recientes las declaraciones de su antecesor en la presidencia del PDC, Renan Fuentealba, quien afirmo en una entrevista que: “El general Prats (Carlos) me llamaba continuamente, yo no era presidente del partido y me decía, ‘senador, si la democracia cristiana no se entiende con Salvador Allende no hay nada que hacer. Esa es la única solución para que esto se encauce por la vía democrática, pero si no hay acuerdo aquí vendrá un golpe militar. Si no hay acuerdo, viene una dictadura militar, cruenta, con descabezamiento de los partidos políticos, organizaciones sindicales, sangrienta, violenta y quizás por cuánto tiempo. Si usted no se mueve dentro de la DC, esto no se va a solucionar porque Patricio Aylwin con Salvador Allende no se tragan’” (…) “los militares no querían dar el golpe si la democracia cristiana no les daba luz verde y la luz verde fue el acuerdo de la Cámara de Diputados.”
Para que no dejar espacio a la duda o a los intentos de eximir responsabilidades, la palabras del propio Aylwin a pocos días del bombardeo a La Moneda, no dejan dudas de su apoyo al golpe de estado: “El gobierno de Allende había agotado, en el mayor fracaso, la ‘vía chilena hacia el socialismo’, y se aprestaba a consumar un autogolpe para instaurar por la fuerza la dictadura Comunista” (…) “Nosotros tenemos el convencimiento de la llamada Vía Chilena de Construcción al Socialismo que empujó y enarboló como bandera la UP, y exhibió mucho en el extranjero, estaba rotundamente fracasada, y eso lo sabían los militantes de la UP y lo sabía Allende. Y por eso ellos se aprestaban -a través de la organización de milicias armadas, muy fuertemente equipadas y que constituían un verdadero ejército paralelo para dar un autogolpe y asumir por la violencia la totalidad del poder. En estas circunstancias pensamos que la acción de las Fuerzas Armadas simplemente se anticipó a ese riesgo para salvar al país de caer en una guerra civil o en una tiranía comunista”.
Patricio Aylwin en nada contribuyó, ni siquiera “en la medida de lo posible”, a evitar el golpe de Estado. Por esa primera razón, carece de méritos para que se le proclame como un estadista y republicano. Desoyó la petición del Cardenal Silva Henríquez que le pidió que buscara un acuerdo con el Presidente Salvador Allende por todos los medios, no “en la medida de lo posible”. Por tanto tiene responsabilidad política en la instalación de la peor dictadura que recuerde Chile. Prats le advirtió a su partido que la dictadura sería cruenta y prolongada, que Chile entraría en un baño de sangre, también advirtió que sin su apoyo lo militares dudarían en dar el golpe. Es ingenuo creer que desconocía los que se venía. Es más sensato creer que formaba parte de la conjura.
Con respecto a su papel como Presidente de Chile del año 1990 al año 1994 habría que decir que su política económica fue el punto de partida para ejecutar el ilegítimo mandato de la Constitución pinochetista. Su gobierno profundiza el proceso de desnacionalización de los recursos naturales y la privatización y mercantilización de todos los bienes comunes y servicios públicos. A pocos meses de asumir el primer gobierno de la Concertación se aprueba la más importante de todas las leyes que permiten la evasión y elusión tributaria por parte de las transnacionales del cobre, lo que da inicio a la progresiva desnacionalización del “sueldo de Chile” con el consecuente daño a la soberanía nacional. Esta Ley, la 18.985, del 28 de junio de 1990 estableció el actual status quo mediante el cual las empresas mineras transnacionales no pagan el impuesto a la renta en Chile, lo que ha significado el saqueo, que aún se mantiene, de miles de millones de dólares al año.
De modo general se puede decir que como primer gobernante al frente de la Concertación, le cabe cierta responsabilidad como continuador la hoja de ruta trazada por la dictadura. En la desmovilización de los movimientos sociales y populares se desarrolló su gobierno, iniciando así la despolitización del pueblo chileno y el progresivo distanciamiento de la política y la sociedad. En la distorsión de la práctica política para ponerla al servicio de los poderes económicos y que hoy ha llegado a los niveles indignantes y escandalosos que se conocen.
Una prueba de esto último es que su ex secretario de Estado, Enrique Correa, es hoy el principal lobista de los poderes económicos ante la agenda política, es el gurú de la “política de los acuerdos” entre grandes empresarios y políticos, y del maridaje entre la política y los negocios.
Puede decirse entonces que Don Patricio Aylwin es uno de los principales padrinos de este modelo, por eso todos sus continuadores le aplauden tanto, pues a la vez, se aplauden a sí mismos, pretendiendo justificarse y legitimar su política de consensos en 4 paredes.
Por último, como no todo es blanco o negro, cabe destacarle el convocar a la Comisión Rettig para esclarecer la verdad sobre las graves violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, aunque en lo esencial la justicia durante su gobierno fue como el mismo dijo, “en la medida de lo posible.”
Mientras el ex presidente Aylwin era enterrado en un funeral de Estado, miles de estudiantes marcharon por las calles del país exigiendo no sólo educación pública y gratuita, sino que exigiendo un verdadero cambio institucional y una democracia participativa. En medio de sus pancartas, lienzos y cantos la figura de Salvador Allende se erigía como un símbolo presente del cambio profundo aún pendiente en el Chile del siglo XXI.
*Médico y nieto de Salvador Allende