Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
El entramado sobre el que se ha construido Estados Unidos se sostiene en la idea de ser un pueblo elegido por Dios. Un seguimiento del discurso de todos sus presidentes dará cuenta de la presencia y continuidad del concepto en todos ellos, aunque han tenido la precaución de adaptarlo a cada momento histórico.
El influyente analista político estadounidense de extrema derecha Patrick J. Buchanan citando a su colega Charles Krauthammer en un artículo publicado para un pequeño libro titulado “El propósito de Estados Unidos de América”, escrito en 1991 pero que tiene particular vigencia en la coyuntura actual, dice que el ”deseo y trabajo de Estados Unidos debe ser “integrarse“ con Europa y Japón dentro de una entidad “súper soberana” que es “económica, cultural y políticamente hegemónica en el mundo” agregando que “este nuevo universalismo […] requeriría de la depreciación consciente no solo de la soberanía norteamericana sino también de la noción de soberanía en general. Esto no es tan atroz como parece”.
Esto es lo que recientemente Estados Unidos ha comenzado a llamar “comunidad internacional” y que Rusia ha denominando “la comunidad del 11% del planeta”. Según Washington todo los que no estén ahí, no existen, lo cual es aceptado en los círculos más reaccionarios de Estados Unidos y Europa.
En el caso de América Latina y el Caribe esto es particularmente aberrante, a tal punto que pareciera que a veces en Washington confunden el propio nombre de su país. En un ejercicio de dislexia orgánica, creen que en vez de ser Estados Unidos de América, en realidad son “América de Estados Unidos”.
Desde 1823 cuando se lanzó la Doctrina Monroe en la que se enunciaba que América debía ser para los americanos, se apelaba a una circunstancia geográfica conformada por una variedad de países, pero el gentilicio estaba reservado para Estados Unidos, que desde entonces se autodenominó como “América”. Razón tenía Bolívar cuando muy temprano señaló que basado en una razón divina, Estados Unidos iba a ser una plaga para la región.
Como señala el profesor Demetrio Böersner en su conocida obra “Historia de las Relaciones Internacionales de América Latina”, a partir del inicio de la fase imperialista de Estados Unidos en la penúltima década del siglo XIX, Washington se propuso tener una participación activa “en los asuntos políticos de Latinoamérica y asumir en forma decidida el papel de árbitro en las relaciones internacionales americanas”. De manera tal que las aspiraciones de marcar las pautas del comportamiento de los países latinoamericanos está en el ADN de la nación imperialista del norte de América.
La impronta hegemónica estadounidense se ha vuelto a manifestar, ahora en la convocatoria de la 9na. Cumbre de las Américas a realizarse en Los Ángeles, California, en la que el presidente estadounidense ha decidido excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela, países que no se subordinan a los dictámenes de Washington, sin embargo para sorpresa de la Casa Blanca, una serie de naciones han manifestado su repudio y rechazo a tal decisión.
Por razones distintas, varios mandatarios latinoamericanos y caribeños no estarán presentes en el acontecimiento durante el próximo mes de junio. Aunque eso no necesariamente signifique que no haya representación de esos países, el solo hecho de ser una Cumbre a la que se envía a un funcionario de menor nivel es un desdén hacia el presidente de Estados Unidos, quien ha convocado el evento.
Las Cumbres de las Américas son reuniones a través de las cuales Estados Unidos se propuso convocar y unificar a toda la región cuando desapareció la Unión Soviética. La “historia había terminado” y el capitalismo se sembraría en toda la tierra para siempre. En el caso de América Latina, eran tiempos en que el sector más reaccionario de la política estadounidense había producido los documentos de Santa Fe, en los que entre otras cosas hacían un llamado a desaparecer los ejércitos latinoamericanos porque Estados Unidos se iba a hacer cargo de la defensa continental, mientras que los gobiernos locales debían solo responsabilizarse de la seguridad interna.
En los hechos, estas Cumbres se originaron como expresión regional del mundo unipolar que se pretendía construir. En la práctica, desde un primer momento, se plantearon implementar un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que debió haber entrado en vigor en el mes de enero de 2005, sin poder lograrlo al ser repudiada por una buena parte de los Estados americanos.
En la Tercera Cumbre realizada en abril de 2001 en Canadá, se había propuesto y aprobado la creación de esta Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) bajo hegemonía de Estados Unidos: he ahí su gran propuesta estratégica para la región. Pero en la IV Cumbre, realizada en Argentina, bajo liderazgo del comandante Hugo Chávez y con el apoyo de los presidentes Lula da Silva, Néstor Kirchner y otros, ese proyecto fue rechazado. Estados Unidos sigue intentándolo: su meta es controlar políticamente la región para –de esa manera-, controlarla económicamente. En la medida que ha habido gobiernos que se resisten al designio, ese objetivo no ha podido ser cumplido.
Cuba había sido siempre excluida, hasta que fue invitada por primera vez en la 7ma. edición realizada en Panamá en 2015. Durante la administración del presidente Obama hubo indudables intentos de acercamiento de Estados Unidos hacia América Latina, pero en la 8va. Cumbre realizada en Perú, Venezuela fue descartada.
De manera que siempre Estados Unidos se ha arrogado el derecho de decidir quién asiste y quién no. Esto es lo que está impugnando el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien ha sido secundado por la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, y el mandatario boliviano, Luis Arce. Así mismo, los países de Caricom (14 en total), que tienen especiales relaciones de amistad con Cuba y Venezuela), también han dicho que no van a asistir si no son invitados todos los países. Que 14 pequeños países en territorio, pero inmensos en dignidad, se atrevan a rechazar la decisión de Estados Unidos, es un signo muy importante de los nuevos tiempos.
Por razones distintas, Brasil y Guatemala han dicho que tampoco van a concurrir al evento. En el caso de Brasil los presidentes Bolsonaro y Biden nunca han tenido buenas relaciones. Bolsonaro apoyó abiertamente al presidente Trump para su reelección y Biden nunca lo ha querido recibir, además de atacarlo fuertemente por el mal manejo ecológico de la Amazonía.
Por su parte, el mandatario guatemalteco Alejandro Giammattei ha dicho que no irá a Los Ángeles, en respuesta a las críticas que Estados Unidos ha realizado sobre su decisión de reelegir a la fiscal general, Consuelo Porras. que es señalada por su falta de compromiso en la lucha contra la corrupción. Giammattei dijo que aunque lo invitaran, no iba a asistir.
Más allá de unas y otras razones, estas manifestaciones dan cuenta de un cambio en el escenario político de la región, ante lo que podría ser una hecatombe de dimensiones trascendentales para Estados Unidos y para el presidente Biden. En una mirada más amplia, habría que decir que estos hechos hay que entenderlos también en una dinámica global distinta que se produce en un momento en que China reafirma su liderazgo mundial desde una perspectiva distinta, y Rusia juega un papel relevante en la propagación del terremoto necesario para producir cambios en la anquilosada, injusta e ineficaz estructura internacional. Así mismo, otras naciones del planeta asumen un papel protagónico en diferentes regiones y sectores de la economía, lo cual se manifiesta en la posibilidad cierta de una ampliación del grupo Brics, como expresión del montaje de una nueva gestión y conducción de los asuntos globales que parecieran avanzar hacia una multipolaridad efectiva.
Los rechazos a la prepotencia estadounidense expresan que en América Latina y el Caribe, se vive un espíritu distinto que apunta a la necesidad de transformación estructural del sistema internacional, lo cual se ha hecho posible en el marco del declive de la hegemonía de Estados Unidos.
Ante la evidente situación de crisis, Biden designó al ex senador del sector liberal del partido Demócrata, Christopher Dodd, como su enlace personal con América Latina y el Caribe para la Cumbre. Además envió a su propia esposa Jill, a una gira a algunos países de la región para asegurar su presencia en Los Ángeles.
Todo esto manifiesta cierta desestructuración del sistema burocrático de poder en Estados Unidos, Biden apela a una nueva diplomacia, en la que “enlaces personales”, el director de la CIA, parlamentarios, y hasta su esposa, tienen más relevancia que el propio Departamento de Estado, lo que ha ido generando un malestar natural en los diplomáticos de carrera que se ven superados y avasallados por la impronta presidencial. Hasta la propia OEA, antes instrumento imperial de Estados Unidos en la región, ha quedado relegada a un segundo plano.
En este contexto, podríamos estar asistiendo al fin de una hegemonía omnímoda de Estados Unidos en la región. Sin querer esgrimir situaciones ideales que la correlación de fuerzas actual no permite afirmar, sí es indudable que los parámetros establecidos en la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto están comenzando a ser corroídos por el impulso independentista de los pueblos, tal como ocurriera a comienzos del siglo XIX. Así, podría ocurrir que la Cumbre de Los Ángeles se transforme en una victoria tan importante como la que ocurrió en 2005 en Argentina, conllevando, así mismo, a una contundente derrota para Estados Unidos.
Como Sandino en Las Segovias, el pueblo cubano en Playa Girón, el ‘No al Alca’ en Mar del Plata, Los Ángeles podría transformarse en una nueva derrota del imperialismo en América, esta vez en las mismas entrañas del monstruo como lo señaló el Apóstol José Martí.
Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
Publicada originalmente el 27 de mayo de 2022 en Politika.