El otro día un tipo apuñaló en la calle a un supuesto ladrón. Sí, un sujeto que le recriminaba al otro ser “delincuente” pescó algo con punta, al parecer un destornillador, y se lo enterró en el hombro, como queriéndole tatuar su rabia. Otro día, otro sujeto, aceleró con su camión y atropelló a un motorista que asaltaba a un bombero en una bencinera. Alguien grabó esos momentos y los subió a Internet. Las nuevas vendettas ciudadanas se viralizaron rápidamente. “La gente está aburrida de la delincuencia”, es el eslogan.
Por eso gustan tanto las trampas del “Tío Emilio”, la funa televisada al ladrón que podría ser tu verdugo en la calle en cualquier momento. De ahí la proliferación de las llamadas “detenciones ciudadanas” y sus respectivos noteros amateur, de los “Tíos Emilios”, personas que consideran legítimo hacer algo de justicia frente a la inoperancia de los gobiernos para resolver el problema de la delincuencia.
El dilema es que la aparición de esta suerte de pequeños “superhéroes” tiene también sus propias trampas.
LA MIOPÍA
Los noticieros de Chilevisión y MEGA son hoy los más vistos, con una pauta en donde se van mostrando uno tras otro hechos de violencia que parecieran competir por cuál es el más terrible. Informándose diariamente así no hay ninguna posibilidad de que al final del día –aún cuando a usted nunca lo hayan asaltado- no sienta miedo de salir a la calle. Es el riesgo de replicar lo que hacen los medios tradicionales y monofocalizar la atención en “la delincuencia”. Pero peor aún, es hacerlo en solo un tipo de “delincuentes”.
¿Ha escuchado a algún conductor de noticias referirse a los integrantes del “Cartel del Confort” como delincuentes? ¿Cree usted que Eliodoro Matte podría llegar algún día a ser amarrado a un poste por un grupo de transeúntes? ¿Participa usted de alguna iniciativa ciudadana masiva para exigir justicia contra los que se coluden para subirle los remedios y hasta el papel higiénico? ¿Cuándo fue la última vez que se coordinó con un amigo, un vecino, un colega, para comenzar a actuar contra las AFPs, el robo permanente del que la gran mayoría de los chilenos son víctimas?
Repetir la lógica miope de los noticiarios y Emilio Sutherland significa perpetuar una crítica superficial y no entender que el problema es más profundo y tiene que ver con la desigualdad que precisamente generan aquellos que delinquen amparados en la tradición y el valor monetario de sus apellidos.
EL VELO
A mediados de este año, al cantautor chileno Ángelo Pierattini le intentaron robar su auto por segunda vez en una semana. Sin embargo, en vez de apelar a sus seguidores y despotricar contra esos ladrones, decidió darle una vuelta al asunto.
“Segundo vidrio del auto que me rompen en una semana, no me robaron nada por que (sic) no había nada que robar. Los ladrones poderosos, ya sean políticos o empresarios, nos rompen el vidrio de nuestra integridad como seres humanos privatizando los derechos básicos y legislando al beneficio de su bolsillo. Los ladrones angustiados de la calle, estos que en una semana me han tratado de robar dos veces, son consecuencia del sistema que tanto protegen los ladrones poderosos.#educaciongratuitaydecalidad”, escribió en su cuenta de Facebook.
Eso es sacarse el velo que teje la cruzada mediática contra la delincuencia de los que roban poco y el endiosamiento de la propiedad privada. Ese velo que opera tanto en el que roba para tener lo que no puede comprar, como en el que está dispuesto a quitarle la vida a otro por defender lo suyo.
LA DESPROPORCIÓN
Los pequeños “Tíos Emilios” saben bien dónde comienzan sus ganas de justicia, pero no dónde terminarán. Alguien subió hace poco una foto de una mujer que supuestamente no le quiso dar el asiento en el Metro a una embarazada. La innegable indiferencia de la acusada fue rápidamente convertida en el rostro de lo despreciable, como si entre su falta de criterio y un crimen no hubiera diferencia alguna.
¿Será justo que alguien pueda llegar a perder su trabajo por no haber sido empática –quién sabe por qué- con el otro, en momentos en que alguien la estaba filmando? Lo peligroso de todo esto es que desde la legítima crítica entre ciudadanos y la urgente necesidad de poder resolver nuestros problemas de forma directa, se pasa rápidamente a la desproporción y pocas veces se proyectan los alcances de una funa de ese tipo.
¿Se imagina qué ocurriría si la mitad del empoderamiento, de la organización espontánea, de la fuerza, de la decisión de los temerarios “Tíos Emilios” se pusiera a disposición de combatir la delincuencia que más daño ocasiona al país, la de cuello y corbata? ¿Si de la bronca frente al televisor porque “me cagaron” con el Confort se pasara a la concientización, al sabotaje permanente de los negocios que sostienen su fraude, a la acción legal, a la búsqueda de la justicia que tanto se exige para el del portonazo?
La trampa del Tío Emilio es un hoyo oscuro desde donde solo se ve una parte de la realidad, la que más brilla, la que encandila. Allí hemos caído y en esa negritud nos instalamos a vivir, con miedo, desconfiando del otro, sospechando de su apariencia, de su origen, de su forma de hablar y de moverse. Estamos obsesionados con que nadie se robe nada en ese bajo fondo, mientras los de arriba se han apropiado hasta de las aguas del mar.
Por Daniel Labbé Yáñez