Los centauros

Una invitación a elegir entre establecer nuestros sistemas de dominación mediante la fuerza o mediante la idea

Los centauros

Autor: Francisco Baeza

Hace mucho, mucho tiempo, las montañas de Tesalia, al este de Grecia, estaban pobladas por centauros, imponentes seres de cabeza, torso y brazos de hombre pero cuerpo, patas y cola de caballo. Reconocidos por su buena puntería y por sus amplios conocimientos médicos y quirúrgicos, no obstante, tenían fama de ser maleducados, especialmente, cuando bebían.

Los centauros eran famosos por hacer el feo en todas las fiestas a las que asistían. Cierta vez fueron invitados a una boda en el país de los lápitas, en el valle del Tempe, donde, luego de beberse hasta el agua de los floreros, se pusieron impertinentes y comenzaron a molestar a los meseros y a los otros invitados, y, finalmente, trataron de raptar a la novia, lo que originó una guerra de la que da cuenta Homero, en La odisea. Desde aquella borrachera épica, los Charlie Sheen de la mitología griega quedaron fatalmente asociados a la brutalidad y a la barbarie, y a los excesos, lo cual, quizá, sea una conclusión un tanto injusta:

Los centauros no eran creaturas singulares, sino duales sujetas, por un lado, a los instintos salvajes de su mitad posterior, la de la bestia, la de la fuerza bruta, la dotada de extremidades que fácilmente podrían descuartizar a un lápita de complexión promedio, y por el otro, al razonamiento de la anterior, la del hombre, la de la idea, la de la inteligencia superior. De tal suerte, según desearan, podían ser tan villanos como lo fue Euritión o tan nobles como lo fueron Pholos o Quirón, a quien, por salvar la vida del padre de Aquiles, los griegos inmortalizaron en la constelación de Sagitario.

Observamos, entonces, que en los centauros coinciden la representación del poder en su forma más convencional, a la que se remiten la mayoría de los autores clásicos como Hobbes o Nietzsche, la de la capacidad de los hombres de imponer su voluntad mediante alguna forma de coacción, y una menos común, la que prefiere Gramsci, la de la capacidad de hacerlo mediante el consentimiento, es decir, la que se fundamenta en el liderazgo, en el reconocimiento o en la autoridad moral de los dirigentes, y la cual viene acompañada de mayores dosis de legitimidad.

Asomándose desde lo más profundo de aquellos bosques repletos de maravillas que coronaban las tierras de las que hablaban los antiguos poetas, los centauros se nos revelan, pues, no sólo como una metáfora admonitoria sobre las consecuencias de beber en exceso sino como una invitación a elegir entre establecer nuestros sistemas de dominación mediante la fuerza o mediante la idea.

Colocados en ese dilema, me pregunto, en fin: ¿comenzaremos por prevalecer con el músculo de los recursos infinitos con los que pueden comprarse lo mismo refrescos y tortas que conciencias o sin otra cosa en la mano que la razón y el derecho, y en el rostro, que una sonrisa sincera?

Foto: Archivo El Ciudadano

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