A la hora de entender lo que significan los posicionamientos políticos internacionales y mediáticos respecto a las elecciones presidenciales de Venezuela, hay que contar con más datos, por ejemplo, saber que es un país en el que hay elecciones competitivas y que muchas veces ganan los partidos y coaliciones antichavistas, que de hecho comandan cuatro gobernaciones, el equivalente a varias regiones de nuestro país, y en más de 100 alcaldías de Venezuela.
Venezuela es presentada por buena parte de la prensa occidental como una terrible dictadura al tiempo que a países como Arabia Saudí, Qatar, Marruecos o Israel como respetables socios. Esto responde a lo que fríamente señalaban algunos analistas: el oficialismo venezolano podía perder estas elecciones sí, pero si somos un poco serios no era muy probable que ocurriera. Es dudoso que Maduro hubiera asumido competir electoralmente contra una oposición unificada en torno al candidato de María Corina Machado si no tuviera buenas perspectivas electorales, teniendo en cuenta además que de Venezuela migraron más de 7 millones de ciudadanos, se presume que mayoritariamente antichavistas y que por sus situaciones legales no tenían fácil votar en estas elecciones. Considerando además que la situación económica ha mejorado notablemente en los últimos años, no era difícil deducir para cualquier observador que lo más probable era que ganara el oficialismo.
Las denuncias de fraude se han convertido en un clásico en las narrativas de las derechas políticas y mediáticas generalmente latinoamericanas, y ya se usan nada menos que en los Estados Unidos. No es fácil pensar que si las autoridades electorales venezolanas fueran a llevar a cabo un fraude masivo habrían acreditado a casi un millar de observadores Internacionales o que José Luis Rodríguez Zapatero -que ha sacado de la cárcel a más opositores venezolanos que nadie- habría acudido a Venezuela si tuviera dudas sobre la limpieza del proceso.
Se ha producido un fenómeno en esta estrategia de las derechas internacionales, que no deja de ser curioso al tiempo que se reducen los disimulos antidemocráticos: Con estas dudas permanentes a toda elección medianamente de izquierda sobre fraude electoral, es cada vez menos creíble la retórica democrática, y sobre todo ya es evidente que tiene un recorrido más incierto frente a la aplastante lógica de la geopolítica y las negociaciones.
Es precisamente esa lógica (la geopolítica) y no tanto su victoria electoral, la que da mejores perspectivas al oficialismo venezolano, citando a The Wall Street journal: una parte del empresariado estadounidense ya negocia con maduro y presiona al gobierno de Biden para que levante las sanciones, pues lo ven como una opción estable para la inversión, ya que como señala este periódico, en Venezuela hay en juego los negocios petroleros y de gas de compañías estadounidenses y europeas, así como la renegociación de los bonos de deuda venezolana por 60,000 millones de dólares comprometidos por Maduro.
Esta situación da más opciones al presidente Maduro de ser reconocido como tal por Europa y Estados Unidos, quienes por intereses económicos probablemente acabarán admitiendo la legitimidad del gobierno venezolano e invitarán a su oposición a que se integre más en el sistema político, y es que hay muchos negocios y mucha geopolítica en juego.
El principal rival de maduro, Edmundo González Urrutia, se hacía con el 44,2% del voto y los números no dan, ya que en estas elecciones concurrían 10 candidaturas, 10 aprobadas por el consejo nacional electoral: La del actual presidente Maduro y otros nueve nombres más, entre ellos varios de los abanderados de la oposición al oficialismo, aunque el principal era el diplomático Edmundo González Urrutia, que era el candidato designado por María Corina Machado, la antichavista más a la derecha y con más apoyos internacionales que no pudo inscribirse al estar inhabilitada a ejercer cargos públicos por 15 años debido a una condena por delitos administrativos por “errores y omisiones en sus declaraciones juradas de patrimonio” una inhabilitación que fue ratificada por el tribunal supremo de Justicia del país.
Los y las venezolanas tenían de dónde elegir. Aunque el voto no era obligatorio, se sabe que ha participado el 59% del electorado llamado a votar, es decir una participación aproximadamente 10 puntos superior a la de los comicios anteriores, donde la oposición llamó a sus potenciales votantes a la abstención.
¿Cómo se vota en Venezuela?
El hecho es que el sistema de votación de Venezuela está totalmente automatizado y puede ser auditado en todas sus fases, de hecho en 2004 Venezuela se convirtió en el primer país del mundo en realizar una elección nacional con máquinas que imprimen el comprobante del voto. Actualmente se vota con la cédula de identidad la autenticación biométrica del elector o la electora que es lo que llaman “la huella” y luego se activa la máquina de votación donde se selecciona el candidato que se prefiere, después la máquina emite un comprobante que se introduce en una caja con el resto de los comprobantes , que el votante también recibe. Luego hay una fase de escrutinio pública y abierta en cada mesa electoral y posteriormente puede haber también una verificación ciudadana en el recinto electoral en el que se cuentan los votos uno a uno frente a todas aquellas personas que deseen estar presentes.
La situación en Venezuela es muy diferente a la de las últimas elecciones, del anterior sexenio. Tras el fracaso de la operación Guaidó en 2021, y aunque Venezuela dejara de estar de moda en las portadas, a partir de entonces se han producido algunos cambios fundamentales para comprender los resultados de hoy:
El país ya inició un proceso de apertura económica, lo que algunos analizan o llaman una suerte de emulación al modelo chino.
Fuera de esto el oficialismo venezolano y la oposición firmaron en Barbados un acuerdo político que fue mediado por Noruega y celebrado por Estados Unidos sobre las garantías democráticas en el país, de hecho estas elecciones destacaban también por el acompañamiento electoral más masivo en el mundo, de diferentes comisiones internacionales, entre ellas por ejemplo Naciones Unidas o el Centro Carter que es una organización estadounidense fundada por el expresidente Jimmy Carter. También se había acreditado más de mil acompañantes electorales de más de 110 países.
Para ser observador internacional en estos comicios había que seguir un procedimiento muy simple solicitar una visa de cortesía que te aprobase el Consejo Nacional electoral, visa con la que el Senador Rojo, ni ninguno de acompañantes contaban al embarcarse en un vuelo como turistas, para acompañar a María Corina Machado durante los comicios, y que vieron su entrada denegada, y es que al llegar a Caracas no siempre hay visa para un sueño. Sabían por supuesto que no iban a poder acceder al país, pero Igualmente volaron para organizar ese numerito preelectoral al que se sumaron comisiones -sin visa- de las derechas de distintos países.
Hay que recalcar que ni el “régimen” (como lo nombra la prensa) de Nicolás Maduro ni el mismo presidente es quien entrega los resultados, estos están a cargo del Consejo Nacional Electoral, y lo hizo después de un proceso de votación que duró todo un día en más de 28.180 mesas.
Venezuela está viviendo un nuevo día de la marmota, al que ya nos vamos acostumbrando, al no ser reconocidos los resultados por varios países, y junto con Venezuela lo estamos viviendo todos aquellos que venimos siguiendo los procesos electorales venezolanos desde hace años, que por cierto han sido más de 300 en menos de tres décadas -nunca viene mal recordarlo-.
Desde los años 2000 el guion se repite sin sufrir prácticamente alteraciones, paso a paso: Primero se presenta el Chavismo contra una fuerza opositora que se la pasa peleando entre ella la mayor parte del tiempo, pero que se une circunstancialmente para derrotar al régimen. Segundo, que esa fuerza opositora unitaria es representada tradicionalmente por familias oligárquicas quienes arrancan meses antes alertando lo más alto que se pueda, desde mucho antes del día de la votación, que cualquier resultado que no les favorezca a ellos va a ser fraudulento. Otro punto fundamental de este guion es la inestimable ayuda de los medios de comunicación, en los que tertulianos que ayer eran expertos en la seguridad antidelincuencia, anteayer en covid-19, lo son hoy en la revolución bolivariana.
El caso es que hoy Washington necesita garantizarse el acceso a los recursos de Venezuela, país que tiene al lado, y desde 2022 desde los primeros meses de la invasión de Ucrania ha llegado a levantar algunas sanciones a la industria petrolera venezolana. Que la hiperinflación que definía el día a día del país hace tan solo unos años quedó lejos de la tasa mensual de inflación de Venezuela y en marzo de 2024 se ubicó en 1,4%, la más baja en una década. Que en 2022 el banco suizo Credit Swiss proyectó un crecimiento de hasta el 20% del PIB para este año 2024 y que el FMI le proyecta a Venezuela el mayor crecimiento de la región. Paralelamente con esto se experimenta una sensación de seguridad pública inédita para ese país en los últimos tiempos, algo que es en cierta forma debido al fenómeno migratorio.
Otra cuestión es cómo se han logrado esos índices económicos, que se han logrado mediante un programa de liberalización económica y una dolarización de facto que básicamente erosiona los cimientos de un gobierno que se ha mantenido a la izquierda.
La investidura del presidente de Venezuela está prevista para el 10 de enero ¿Qué cabe esperar que ocurra en este tiempo?
Ahora la tendencia que aparece con fuerza es que se le va a solicitar un análisis de los comicios de Venezuela al Consejo Nacional Electoral, una auditoría mesa por mesa en un reclamo de mayor transparencia. Esto en principio no es nada malo, pero ya tenemos experiencias con las auditorías de los votos, pues no olvidemos la de Bolivia de 2019 donde el ente encargado de revisar “independientemente” los resultados, terminó avalando un golpe de estado en toda regla, con víctimas mortales incluidas.
Por Amanda Durán