En la Cumbre del G7 en Alemania este 26 de junio de 2022, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, se comprometió a recaudar 200 mil millones de dólares dentro del país para el gasto global de infraestructura. Quedó claro que este nuevo proyecto del G7 – la Colaboración por la Infraestructura Global y la Inversión, PGII, por sus siglas en inglés – pretendía contrarrestar la iniciativa china de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés). Dado el fracaso de Biden en la aprobación del proyecto de ley “Build Back Better” (aún habiendo reducido su alcance casi a la mitad, pasando de 3.5 billones a 2.2 billones de dólares), es poco probable que el Congreso estadounidense le acompañe en este nuevo esfuerzo.
El PGII no es el primer intento estadounidense que busca igualar la inversión china en infraestructuras a nivel mundial, que en sus inicios se dio bilateralmente, y que después de 2013 comenzó a realizarse a través del BRI. En 2004, con la guerra de los Estados Unidos contra Irak en marcha, el Gobierno estadounidense estableció un organismo llamado la Corporación Desafío del Milenio (MCC, en inglés), que denominó como una “agencia independiente de asistencia exterior de los Estados Unidos”. Antes de eso, la mayoría de los préstamos para el desarrollo se realizaban a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo de los Estados Unidos (la USAID), que se creó en 1961 como parte de la campaña de carisma del entonces presidente John F. Kennedy contra la Unión Soviética y contra el espíritu de los no-alineados de Bandung en el novedosamente firme Tercer Mundo.
El ex presidente estadounidense George W. Bush dijo que la USAID era demasiado burocrática, y que, por lo tanto, la MCC sería un proyecto que incluiría tanto al Gobierno como al sector privado. El uso de la palabra “corporación” en su nombre es intencionado. Cada uno de los directores del MCC, desde Paul Applegarth hasta Alice P. Albright, provienen del sector privado (la actual directora, Albright, es la hija de la ex secretaria de Estado estadounidense Madeleine Albright).
La palabra “desafío” en MCC se refiere al hecho de que los préstamos sólo serían aprobados si los países pueden demostrar que cumplen con los 20 “indicadores de rendimiento político”, que van desde las libertades civiles hasta los niveles de inflación. Estos indicadores aseguran que los países que buscan subvenciones se adhieran al marco de las convenciones neoliberales. También existen grandes inconsistencias entre ellos: por ejemplo, los países deben tener un alto nivel de inmunización (monitoreado por la Organización Mundial de la Salud), pero al mismo tiempo deben seguir los requisitos de una política fiscal ajustada del Fondo Monetario Internacional. En esencia, esto quiere decir que el gasto en salud pública de un país candidato debe mantenerse bajo, lo que hace que el número requerido de trabajadores de salud pública no esté disponible para los programas de inmunización.
El Congreso de los Estados Unidos le asignó 650 millones de dólares al MCC para su primer año en 2004, según me dijo un funcionario del Gobierno estadounidense. En 2022, el monto solicitado está por encima de los 900 millones de dólares. En 2007, cuando Bush se reunió con el ex presidente de Mongolia Nambaryn Enkhbayar para firmar una de las subvenciones del MCC, dijo que la Cuenta para el Desafío del Milenio – administrada por la MCC – “es una parte importante de nuestra política exterior. Es una oportunidad para que nuestro país y nuestros contribuyentes ayuden a países que combaten la corrupción, que apoyan las economías de mercado, y que invierten en la salud y la educación de su pueblo”. Claramente, la MCC es un instrumento de la política exterior de los Estados Unidos, pero su objetivo pareciera no ser tanto abordar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (contra el hambre, por la salud y la educación), como dijo Bush, sino asegurar la extensión del alcance de la influencia estadounidense e inculcar las costumbres y estructuras de la globalización liderada por los Estados Unidos (“economías de mercado”).
En 2009, el entonces presidente Barack Obama desarrolló un “pivote asiático”, una nueva orientación en política exterior que tenía al establishment estadounidense enfocando más atención en el sur y el este del continente asiático. En 2011, como parte de este pivote, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton ofreció un discurso importante en Chennai, India, en el que se refirió a la creación de una Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda. Clinton argumentó que el Gobierno de los Estados Unidos, en el marco de la política de “pivote a Asia” de Obama, desarrollaría una agenda económica que iba de los países del Asia Central al sur de India, y que de ese modo ayudaría a integrar a las repúblicas centroasiáticas dentro de un proyecto estadounidense y romper los vínculos que la región había formado con Rusia y China. El impulso por una Nueva Ruta de la Seda era encontrar una forma de usar este desarrollo como un instrumento para debilitar a la insurgencia Talibán en Afganistán. Este proyecto tuvo problemas debido a la falta de financiamiento del Congreso y por la mera imposibilidad, ya que Afganistán – que estaba en el corazón de este proyecto vial – no pudo ser persuadida de someterse a los intereses estadounidenses.
Dos años después, en 2013, el Gobierno chino inauguró el proyecto la Franja Económica de la Ruta de la Seda, hoy conocido como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI). En lugar de ir de norte a sur, la BRI iba de este a oeste, conectando a China con Asia Central y de ahí hacia afuera al sur y oeste de Asia, Europa y África. El objetivo del proyecto era el de unir a la Comunidad Económica Euroasiática (establecida en el 2000) y a la Organización para la Cooperación de Shanghái (creada en 2001) para trabajar en este proyecto nuevo y de mayor envergadura. Alrededor de 4 billones de dólares se invirtieron desde 2013 en una variedad de proyectos de la BRI y sus mecanismos asociados de inversión (incluyendo el Banco Asiático para la Inversión en Infraestructura y el Fondo de la Ruta de la Seda). Estas inversiones se pagan con subvenciones de instituciones chinas a través de la deuda contraída por los proyectos a niveles que son competitivos con aquellos programas de préstamo para infraestructura en occidente.
El “Informe estratégico para el Indo-Pacífico” (2019) del Gobierno estadounidense señala que China emplea “inducciones y penalizaciones económicas” para “persuadir a otros Estados a acatar su agenda”. El documento no ofrece ninguna evidencia y, de hecho, académicos que han investigado este tema tampoco las encuentran. El almirante Philip S. Davidson, quien anteriormente dirigió el Comando Indo-Pacífico, declaró ante el Congreso estadounidense que China está “valiéndose de su instrumento de poder económico” en Asia. La MCC, y otros instrumentos, incluyendo la nueva Corporación Internacional para Financiamiento del Desarrollo se crearon rápidamente para darle a los Estados Unidos una ventaja sobre China en una competencia (impulsada por ellos mismos) por la creación de inversiones en infraestructura a un nivel global. No hay dudas de que la MCC es parte de la estrategia ampliada del Indo-Pacífico para socavar la influencia china en Asia.
Hasta ahora sólo un puñado de países han recibido préstamos de la MCC, comenzando por Honduras y Madagascar. Por lo general no se tratan de grandes desembolsos, aunque para un país del tamaño de Malawi o Jordania, pueden tener un impacto considerable. Ningún país de grandes dimensiones se ha incorporado al convenio de la MCC, lo que sugiere que los Estados Unidos quieren otorgarle estas subvenciones principalmente a países pequeños, para fortalecer sus vínculos con ellos. La adhesión de Nepal a la MCC debe ser vista en este contexto. Aunque el descubrimiento de uranio en la región nepalés del Alto Mustang en 2014 pareciera jugar un papel importante en la campaña de presión sobre ese país.
En mayo de 2017, el Gobierno de Nepal firmó un acuerdo-marco del BRI, lo que incluía un ambicioso plan de construcción de una conexión ferroviaria entre China y Nepal a través de los Himalayas; esta conexión le permitiría a Nepal reducir su dependencia en las carreteras indias con propósitos comerciales. Varios de estos proyectos comenzaron a discutirse y se comisionaron estudios de viabilidad bajo el plan del BRI. Estos planes, de los que trascendieron más detalles en 2019, consistían en la extensión de una línea de transmisión eléctrica en el país y, por supuesto, la construcción de una enorme red de carreteras y ferrovías, que incluían un tren trans-himalayo, de Keyrung a Katmandú.
Durante este tiempo, los Estados Unidos aparecieron en la película con un esfuerzo a gran escala para desestimar el financiamiento BRI en Nepal y promover el uso de dinero de la MCC en su lugar. En septiembre de 2017, el Gobierno nepalí firmó un acuerdo con los Estados Unidos llamado el Convenio de Nepal. Dicho tratado – por el precio de 500 millones de dólares – es uno para proyectos de suministro eléctrico y otro para mantenimiento vial. En este punto, Nepal tuvo acceso tanto a fondos tanto de la BRI como de la MCC y ninguna de las partes parecía tener problemas con eso. Esto le dio una oportunidad para usar ambos recursos para el muy necesitado desarrollo infraestructural, según me dijo el ex primer ministro nepalí Madhav Kumar en 2020, su país podría obtener nuevos préstamos del Banco de Desarrollo Asiático.
Luego de haber firmado ambos acuerdos, se desató una disputa política dentro de Nepal que derivó en la división del Partido Comunista de Nepal y la caída del Gobierno de izquierda. Uno de los grandes temas era la MCC y su papel en la estrategia Indo-Pacífica en general, que parece tener a China como objetivo.
Este artículo fue producido para Globetrotter. Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es miembro de la redacción y corresponsal en jefe de Globetrotter. Es editor en jefe de LeftWord Books y director del Instituto Tricontinental de Investigación Social. También es miembro senior no-residente del Instituto Chongyang de Estudios Financieros de la Universidad Renmin de China. Ha escrito más de 20 libros, entre ellos The Darker Nations y The Poorer Nations. Sus últimos libros son Struggle Makes Us Human: Learning from Movements for Socialism y The Withdrawal: Iraq, Libya, Afghanistan, and the Fragility of U.S. Power (con Noam Chomsky).
Fuente: Globetrotter