Por Jaime Vieyra Poseck
Por primera vez una formación política global no propone el progreso, sino que gestiona las condiciones perfectas para la catástrofe ecológica. Vale decir, este partido político tiene como finalidad la consagración, en un ejercicio de irresponsabilidad política literalmente mortal, de promover el último ciclo de horror y sufrimiento apocalíptico en todo el planeta.
A pesar de la exactitud de la ciencia ―empírica, contractada, hiper probada― que anuncia la catástrofe climática planetaria si no se realiza la transición energética hacia una verde, este partido ultra es negacionista climático.
Su «propuesta» es una administración autoritaria iliberal del poder de la última etapa del capitalismo ultraneoliberal; última por la catástrofe ecológica que, paradojalmente, al negarla la exhorta.
En rigor, defiende los intereses que, según el Informe World Inequality Report de 2022 corresponde, en el caso chileno, a un 1% de la población más rica que concentra el 49,6% de la riqueza total del país; estas cifras son casi iguales si se extrapolan al resto del mundo. Cabe recordar que la desigualdad socioeconómica ha sido siempre la peor enemiga de la democracia por erosionar la paz y la cohesión social, y ha sido, históricamente, el caballo de Troya de los ultras para hacerse con el poder democrático y, ya en él, destruirlo.
Actualmente, el norteamericano Donald Trump y su discípulo, el brasilero Jean Balsonaro, han demostrado cómo administran una regresión en toda regla en derechos de toda índole y un abandono inexcusable de los tratados internacionales para minimizar el cambio climático; la forma en que han abandonado el poder, incapaces de reconocer sus derrotas, ilustra el desprecio a la democracia: los dos terminaron espoleando a sus turbas de fanáticos para asaltar las sanctasanctórums instituciones de la democracia.
Lo que queda claro, es que los ultras parecieran ignorar que la estabilidad económico-financiera depende del cumplimiento de la transición energética contaminante a verde, y que se debe tener sí o sí un portafolio de financiaciones y subsidios totalmente ecológico si queremos sobrevivir. Pero, aunque desde 2015 el Consejo de Estabilidad Financiera ( FSB, por sus siglas en inglés) del Grupo de los Veinte (G20), crea El grupo de trabajo sobre divulgación de información financiera relacionada con el clima (FSB-TCFD, por sus siglas en inglés), que es un auténtico manual para alcanzar la economía verde, lamentablemente se invirtieron desde 2016 a 2020 US$ 830.000 millones en inversiones ecológicas, mientras las contaminantes alcanzaron los US$ 1.342.000 millones.
Aliadas con estos grupos económico-financieros, que son parte importante del todopoderoso mercado ultraneoliberal a su libre albedrío, sin Responsabilidad Social Corporativa y las Inversiones Socialmente Responsables y ecológicas, construyen para el futuro más inmediato el macro genocidio ecológico.Los ultras han ideologizado premeditadamente profitando con la transición energética que, notoriamente, no tiene ideología partidista como ya lo demuestra que se aplica en países con sistemas económicos y políticos diversos, como China y EE UU. Esto revela que, si no se fortalece el negacionismo ecológico de los ultras, el tránsito hacia una plena economía verde es tanto una urgencia irrenunciable como también avanzar o quedarse rezagado de la competencia económica global del futuro.
Hay que subrayar, además, que 40 años de cultura neoliberal ha consagrado, por una parte, un individualismo crónico muy por encima del bien común y, por la otra parte, el miedo latente colectivo por la falta de protección social garantizada, base reproductora de este sistema económico, miedo con que los ultras profitan. Estos dos factores supeditan, en gran medida, el sufragio a intereses privados coyunturales.
Por estas razones, organizaciones ecologistas y gobiernos deben siempre asegurar que nadie se quede desempleado en los procesos transitorios de economía contaminante a verde si queremos un sufragio ecológico y no ultra antiecológico.
Por lo demás, para hacernos responsables de nuestra autodestrucción y contribuir a la transición ecológica, hay que tener una formación trascendente de la humanidad. El dogma político-religioso moralizante y excluyente ultra impide trascender sus intereses materiales y la obcecación por imponer su moral autoritaria.
Este dogmatismo es la base de su negacionismo ecológico. El desprecio por el futuro de su especie (incluyendo, obvio, hijos y nietos), confirma meridianamente el ethos intrascendente y deshumanizado de la humanidad que padecen los ultras.
Sobre éstos recae el más grande crimen de lesa humanidad por el calentamiento de la atmósfera; porque ya sabemos las millones de personas que fallecerán si no se cumplen los tratados internacionales ecológicos, como ya lo hacen: por temperatura extremas 61.672 personas murieron en el verano de 2022 europeo, en el mundo, diez millones ; en Santiago de Chile al año un 44,3% de los muertos y 8 millones en el mundo se debe a la polución de gases que incrementa el calentamiento atmosférico; incendios, sequias e inundaciones sin precedentes ya se registran como efecto del cambio climático; la migración hacia zonas más templadas que, si se supera el 1,5 grados será masiva, romperán la cadena de reproducción alimentaria; el mar sube por el deshielo de los glaciares ya inundando playas chilenas…
Por un mínimo de sensatez y humanismo ¿no está siendo hora de penalizar la amoralidad de los genocidas del futuro que ya están aquí exhibiendo con ostentación y prepotencia su negacionismo climático, que supera con creces su rabioso repertorio de discursos de odio contra las mujeres, la comunidad LGBTIQ+, migrantes y etnias, considerándoles inferiores a ellos y, por eso, condenándoles a no tener derechos?: su negacionismo climático es la coronación de sus discursos de odio porque atenta contra toda la humanidad.