Polémica ha generado en el norte chileno, la publicación en la prensa local de supuestos vestigios de la cultura Maya en Camiña (región de Tarapacá). El sostenedor de esta conjetura sería Alejandro Novoa Sanhueza, Director de ANS Restauración de Arte Consultores, quien habría presentado recientemente a la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi) sus “descubrimientos”. Estos, según afirma “La estrella de Iquique” consistirían en muros y paneles de arte rupestre “idénticos” a los de la cultura maya (“civilización pérdida”, según el medio), entregando además una datación de carbono 14 realizada en su propia casa. Además la prensa planteó inicialmente que Novoa sería un asesor externo de la Conadi.
Así parte el debate que ha involucrado a arqueólogos, el Consejo de Monumentos Nacionales y a la misma Conadi. Los expertos y los funcionarios de gobierno han debido dar declaraciones en prensa respondiendo a diversas interrogantes, como por ejemplo: ¿Es verdad lo que el señor Novoa plantea? ¿Por qué la Conadi se asesora por investigadores aficionados y no por expertos en la materia? Preguntas que se podrían haber ahorrado los periodistas y respuestas que podrían no haber dado lo expertos, si tan sólo alguien hubiera cuestionado desde un primer momento algo tan básico como: ¿Hay evidencias fiables de la presencia maya en Chile? O ¿es posible realizar una datación plausible por carbono 14 en tu propia casa?
Porque no; ni hay hasta el momento evidencias reales de la cultura maya en Chile, ni es posible datar por carbono 14 en una versión “hecha en casa”. No porque yo lo diga o lo diga un experto en carbono 14. Simplemente, no es posible porque la datación por carbono requiere un equipamiento y profesionales altamente especializados, o sea de un laboratorio que, lamentablemente, aún no posee nuestro país. Algunas veces, incluso, se necesita un espectrógrafo acelerador de masas, sistema desarrollado gracias a la física nuclear. Difícilmente, por tanto, podría ser algo “hecho en casa”. En segundo lugar, la datación de carbono 14 requiere que el material analizado sea orgánico y una piedra no lo es. Si el señor Novoa dató algo de ese material, por tanto sólo pudo ser la pintura de los pictogramas que también supuestamente encontró. Si así fue, la pregunta evidente que surgiría, tanto en expertos como en periodistas científicos calificados, sería ¿por qué una persona que no posee los permisos necesarios habría intervenido material arqueológico altamente valioso para extraer muestras que serán además dudosamente analizadas?
El medio señala que el señor Novoa habría realizado la datación de C14 en su casa, pero a la luz de lo presentado, es cuestionable este hecho. Desde los estudios discursivos, la carencia de la interrogante inicial sobre el método de datación plantea dos caminos posibles: o es reflejo de una profunda ignorancia de los profesionales de la comunicación sobre los métodos y técnicas científicas transversales a campos de la arqueología y la paleontología; o bien es una propuesta intencionada de generar debate por generarlo. Nada vende más que una buena pelea, ya lo saben los periodistas de farándula. Además estamos en el 2012, el año de las profecías, los mayas y el supuesto fin del mundo. El morbo en su esplendor: polémica, expertos versus profanos, mayas y el marco contextual de nuestro lujurioso deseo de que se apague la luz de nuestra existencia.
Sea cual sea la razón del porqué surgen este tipo de noticias, ambas opciones cuestionan de algún modo el estado actual de nuestro periodismo científico local. Tal vez falta conocimiento basal de las materias que se están comunicando o hay una falencia ética en el reporteo y redacción de la información. Al mismo tiempo, ambos aspectos tocan el tema crucial de la formación de los profesionales de la comunicación. La ciencia no es una materia principalmente tratada en las escuelas de periodismo del país. Escasamente hay un tratamiento de su epistemología; la metodología científica está principalmente supeditada a las técnicas de investigación en ciencias sociales y los aspectos particulares de cada disciplina prácticamente no existen en ningún programa de pregrado en periodismo o comunicación social en Chile. Además, la posibilidad formativa extensiva (diplomados o cursos de postgrado y postítulo) es prácticamente inexistente en el país. Sin mencionar el hecho de que, de existir, muy pocos profesionales de la comunicación podrían costearlos, ya que ni el sueldo alcanza, ni las intensas jornadas laborales lo permiten (turnos nocturnos incluidos). Se suma a ello el escaso interés de los medios por entregar información de calidad en el ámbito científico, entre otros.
Sin embargo el quehacer antiético no tendría excusa. Es deber de las escuelas de periodismo del país y del Colegio de Periodistas de Chile, imponer las normas de la contrastación de la fuente, el rigor en la entrega informativa y la investigación acuciosa. No es excusa para un periodista no hacerse preguntas básicas que van más allá del qué, por qué, cómo, cuándo, dónde y quién inicial. Es deber del periodista y sobretodo del periodista que comunica ciencia, también preguntarse sobre la autoridad de la fuente y la plausibilidad de la información que está entregando, sobre si es posible o no tal o cual resultado.
Se hace urgente, por tanto, que tanto las universidades que imparten la carrera de periodismo, como las instancias científicas (centros de investigación, universidades, colegios profesionales y sociedades científicas) atiendan esta carencia de la industria mediática nacional. Se hace urgente la autocrítica de los profesionales a cargo de reportear este tipo de noticias, determinando sus capacidades y limitancias, investigando en profundidad sobre el tema que están comunicando antes de convertirlo en noticia y asesorándose con expertos de ser necesario. Se hace urgente también que los medios de comunicación, editores incluidos, presten más atención a la “veracidad” de las noticias que crean.
Fuera de la industria comunicacional propiamente tal, ambas vías también plantean un escenario comunicacional conflictivo entre los medios y los expertos, puesto que noticias como la comentada, finalmente supeditan el rol del experto a ser una voz más entre una polifonía dispar. El experto, aquél que hoy en día se considera que puede acreditar haber estudiado lo suficiente y reunido lo méritos propios de una trayectoria científica (investigar y publicar), se ve reducido en prensa a tener que desacreditar y cuestionar las posturas y propuestas de los “aficionados”. Y el problema es que todos somos aficionados a algo. En este marco, el experto se dibuja retóricamente en prensa como el enemigo del pueblo, con muchos postgrados y etiquetas, con las cuales se limitan a desacreditar el conocimiento tildado de “profano”, de “popular”. Y eso es un constructo. Un personaje que ha creado el escenario mediático.
Si ciencia y prensa van a trabajar de la mano en la socialización del conocimiento, el experto no debe ser sólo consultado y citado para saber qué opina de lo que dijo este “otro profano” que ha creado la polémica, porque la verdad de fondo, es que la polémica no la ha construido ese otro, sino el mismo periodista o medio que ha construido un hecho noticioso en base a un hecho real, que no siempre reúne los méritos suficientes para convertirse en noticia, salvo el mérito de vender.
Noticias de este tipo, que han tenido tanta cobertura este año, dan la impresión que la ciencia en la prensa no importa más allá de su espectacularidad y polémica. Sin embargo, la producción científica en Chile existe y es cada vez más creciente. Según los datos entregados por Scimago, institución extranjera que analiza los indicadores científicos de los países desarrollados, Chile entre el 2000 y el 2010 ha triplicado su publicación de artículos científicos. Material para generar noticias científicas hay y de sobra. Por ello, un periodismo científico responsable y ético más que basarse en exposiciones de supuestos hallazgos, debería informar de ciencia basado, principalmente, en resultados de investigaciones científicas, publicadas en medios que posean un sistema de evaluación reconocido (en lo posible por evaluación de pares).
El periodismo debería acudir al experto autor de dichas investigaciones y otros expertos en la materia, para desde allí criticar, cuestionar y reflexionar los alcances e implicancias de esas investigaciones para la sociedad. Aquí el experto no sólo tendría un rol comunicativo más cercano a lo que es su quehacer habitual, sino que entraría a ser una voz activa en el proceso de comunicación pública de la ciencia, más que un actor reactivo y desacreditador dentro de una multiplicidad de voces. De este modo, el periodismo científico nacional estaría siendo un real aporte en la socialización de la ciencia y no una mera excusa de generar debate por vender unos cuantos diarios o espacios publicitarios más.
Por Lorena B. Valderrama
Becaria chilena, doctorado en Historia de la Ciencia y Comunicación Científica.
Universidad de Valencia