La Concertación se cansó, pero cuando sus líderes tenían entre cincuenta y sesenta años, y luego de que la derecha y el mundo les propinara espectaculares golpes y derrotas. Un golpe de Estado, exilios, desapariciones, torturas y, como guinda de la torta: la caída del muro de Berlín y con ello la nueva fe en el falso augurio del «fin de la historia».
El Frente Amplio también se cansó, pero llegando a los cuarenta. Al revés, tuvieron dos veces a los movimientos sociales en la calle, y, ya en el gobierno, mayorías gigantes en alcaldes, gobernadores, y miembros en la Convención Constituyente. Tuvieron desde el comienzo y por al menos 3 lustros, sueldos, fondos y puestos. Pero ahí, justo en medio del éxito, se fatigaron. Hoy sus convicciones vagan entre las excusas y las reivindicaciones técnicas: ‘Es que no tuvimos nunca una mayoría’; ‘es que la verdadera revolución no era la justicia social, era que a la gente le saquen la basura’, ‘es que nos dimos cuenta de que la cosa era «+AFP», no menos’.
Las derrotas del Frente Amplio, no fueron políticas, fueron de gestión. Fueron por autogoles, por errores no forzados y las más tristes, por bocover. Por no presentarse a los partidos. Hoy, sin embargo, quieren ir más allá y llevar esas derrotas a una nueva dimensión; la de la renuncia. Porque ¿Qué otra cosa son sino, los murmullos que ahora parecen coros, que desde el Frente Amplio están promoviendo una nueva candidatura de la presidenta Bachelet?.
La historia puede resumirse como notas al pie entre el mito de Edipo y el de Ifigenia. Entre el mito del hijo que mata al padre y el del padre que mata al hijo. Es deber del hijo cometer ese asesinato simbólico para convertirse en adulto. Cuando Marco Enríquez-Ominami le dijo a Frei, en 2009, que era tan de derecha como Piñera, y se postuló con un 1% de apoyo en las encuestas, a la presidencia del país, en paralelo a la Concertación, estaba haciendo eso para él y para toda una generación. Hoy, en cambio, la generación del FA, que llegó al poder con la promesa de refundarlo todo, y ya convertidos en adultos, parecen decididos a buscar en la expresidenta, a esa madre benevolente que va detrás de sus hijos solucionando cuánta tendalada dejan a su paso.
Coros de niños y de rémoras, adultos y viejos ya, que esperan ansiosos un pronunciamiento de Bachelet, no para hacer las transformaciones, no para enarbolar sueños, sino que «para que los pongan donde haiga», pero lejos de procesos históricos, objetivos estratégicos o de cualquier cosa que suene a responsabilidad histórica. Peter Panes políticos a la sombra de un ‘carguito’.
Por Ignacio Bustos