al poema del obrero ausente.
Por Mauro Salazar J.
El 2023 será recordado como un año de incestos innombrables. Luego de las multitudes del 2019, con su verdor y delirio, hemos visto un reverberar de tecnólogos y jurisconsultos en contratos de lenguaje. Más aún, si consideramos el documento contractualista de Daniel Mansuy (Taurus, 2023) que ha cuestionado el mito personalista[1] (suicidio del Presidente Allende) y ha sido erigido como «voz monumental» de los 50 años.
Desde una escritura normalizadora -unicidad- el autor se ha encargado de retratar en un cuadro civilizatorio al líder de la UP, tanto así, que termina casi marginando la intervención norteamericana y la geopolítica de turno. Todo el peritaje sugiere un trasnoche de las izquierdas del “Consenso de Washington”. De indudable elocuencia documental para volver sobre el ancestral eje «derrota/fracaso», el académico del IES, nos recuerda -cual biógrafo de la sistematización- no sólo la intriga histórica de la derecha golpista, hoy develada al infinito, sino la ubicuidad del progresismo que, finalmente, ha dejado en vilo el «lugar vacante» que ocupan los Golpes de Estado.
La canonización de Allende como nombre de lo sublime, y forma de resolver el diferendo político por la vía moralizante en el texto de las “Grandes Alamedas” (día 11), sería un exceso de humanidad, goce y pecado. Tal estocada, al narcisismo mesiánico, introduce un virus, que homologa el nombre de Allende con la tragedia histórica del 11 de septiembre. Mansuy somatiza una fijación elitaria por los “efectos de veridicción” de los mitos en la política. Un documento logrado que, a modo de Rectorado, susurra que sólo es posible pensar la política con conceptos, porque las metáforas quedan anuladas, desgarbadas por su déficit normativo.
Tal lenguaje normalizador abraza un discurso histórico-técnico que le permite obtener credenciales de experto, ante sus primus inter pares, pues logra higienizar, e inhabilitar la dimensión dramatúrgica-expresiva de las subjetividades. Y así el campo popular es aislado de toda «cuestión social» desde una «estética anestésica». Todo ello sin dejar de mencionar el colosal “corporativismo mediático” que ha ubicado a este best seller -bien logrado- como el texto curatorial de los 50 años. Un documento, con vocación de pacto, que nos asedia todos los días, mediante la promiscuidad de la contingencia, los gerentes salvajes (guionistas) y el sistema de medios. Un verdadero monopolio cognitivo en un Chile donde Mansuy avanza con ventaja de pacto y consenso para el nuevo contrato social . Todo sucede en el marco de la restauración conservadora. Una economía argumental (preventiva) que rechaza la pasión de las multitudes sexuadas y repone “normas de habla”. En este sentido, el oficio es un imperio de las políticas del conocimiento que se deben a una letra académico-institucional.
La somatización de su firma repone un “dispositivo editorial” que exilia lo discontinuo y lo plural-discordante. El mensaje es «Nada de errancias, lapsus o desvíos en prosa», sino un monumental aparato categorial -citológico- que devuelva al mainstream (luego de 2006, 2011 y 2019) la posibilidad de administrar el presente con una hegemonía barítona. La ley de gravedad (bronce) dota al contenido como un saber racionalizado que desprecia la metáfora expansiva en nombre de la pulcritud y la exactitud referencial. Un “vocabulario Tecnópolis” que consiste en reponer no sólo un pacto contiguo, sino una métrica de conocimiento para salvaguardar la letra certera del “capitalismo académico”. Contra los entramados de memoria, discontinuidad, singularidad, deseo, decolonialidad, temporalidad y cuerpos que tiemblan, 2011 y 2019, el autor cultiva “epistemes normativas” –texto inexperiencial– que se permite invocar cotidianamente la sociología de Tomas Moulian y Manuel Antonio Garretón.
En tal homogeneidad no hay recibo de las crisis socio-epistémicas, todo está encubierto por la “cita politológica”. La UP, en tanto experiencia ontológica, jamás podrá ser concebida desde la apropiación de potencias de los pueblos -en plural- donde la singularidad (cuerpos políticos).
Un biógrafo legitimado porta una solvencia en el acceso cognitivo, luego una ideología de la asepsia qua “ciencia inescrutable”, dura y objetiva. Un peritaje que ha terminado de vetar el movimiento imaginal mediante la sumisión al «paradigma del accountability». Y así, el progresismo chileno enmudece a sus ruidosas ideologías, y expulsa sus procesiones populares y discursos glotones. Tal ideologema impera bajo las nuevas economías del conocimiento.
Paradojalmente, el argumento de Mansuy descansa en el confesionario personalista que está en el inconsciente homicida. Pero en el caso del autor de marras, hay que admitirlo, nos dona la estrechez cognitiva de la izquierda para interrogar una gesta inescrutable, a saber, un suicidio.
Los “pecados nominativos o agenciales” prevalecen en la teología conservadora, pues el líder de la UP, no habría querido saber de gobernabilidad, pues solo aspiraba a ser “mármol”. Y sí, esa grieta existe, como también debería existir el noble arte de la metafísica. Un Presidente que habría devenido mito y que abjuró del realismo reflexivo que abrazó en toda una vida parlamentaria.
Qué tenemos entonces. Una relatoría infinitamente hegemónica, que ha estampado una comprensión modernizante sobre los incordios de la izquierda respecto a la Unidad Popular.
Pero hay que admitirlo. El quid no es Mansuy. No, nunca lo ha sido. Todo se debe al oprobio del progresismo que hace tiempo exilió la comunidad imaginal.
Mauro Salazar J.
Obcs.
[1] Salvador Allende, La Izquierda Chilena y la Unidad Popular. Taurus.
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