Tal vez por la magnitud de nuestra derrota, pareciéramos haber olvidado que alguna vez tuvimos poder, que fuimos un País y que nuestros bisabuelos nacieron en él. Quizás por ello nos conformamos con poco. Y otorgamos un valor casi reivindicatorio a puestas en escena que no pasan de ser humillantes recordatorios de lo que un día fuimos como sociedad.
Tal vez una de las principales lecciones que deja el reciente debate presidencial es que para Chile y su elite política, desde la izquierda hasta la derecha, los mapuches no constituimos más que simple escenografía. En claro lo dejó el set montado el pasado miércoles en Televisión Nacional de Chile (TVN), decorado con escogidos párrafos de “La Araucana” de Alonso de Ercilla, aquellos de “la gente que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida, ni a extranjero dominio sometida”. ¿Sentido homenaje al Pueblo Mapuche? No nos engañemos. Mera escenografía. Cartón piedra, luces reflectantes y mucho andamio. Ilusionismo televisivo en un foro de 90 minutos donde la situación mapuche brilló absolutamente por su ausencia.
Pero no es hora de sorprenderse. Escenografía hemos sido los mapuches en cada acto público donde se requiera – ellos requieran, corrijo – dar cuenta de lo respetuosa que es la democracia chilena de su “diversidad cultural y étnica”. Escenografia fuimos en los 90′ para la administración de Patricio Aylwin. Lo fuimos más tarde para Frei, luego para Lagos y, ¡vaya si no lo hemos sido para Bachelet!, quien ha transformado en verdadero arte esto de gobernar a través de puestas en escena. Pero ello no se restringe al ámbito de lo público. En el mundo privado, empresarial, las cosas no son mejores. Y es que desde la antigua Roma a nuestros días, el poder tiene mucho que ver con símbolos, ceremonias y ritos. Con cierto teatro en definitiva, más aun hoy, en tiempos de rating y dictadura de los medios.
En el teatro del poder, se puede ser actor principal, actor secundario y en el peor de los casos, mera escenografía. Vale la pena recordar que hasta fines del siglo XIX, los mapuches fuimos actores principales de una obra escrita, dirigida y protagonizada por nosotros mismos. ¿Qué fueron sino aquellos grandes Parlamentos consignados en la historia? Teatro, por cierto, imponentes puestas en escena donde gobernadores españoles y mandatarios chilenos más tarde, no pasaron de ser muchas veces simples actores de reparto. Y sus pomposas comitivas, repletas de soldaditos, caballos y curas, no más que tricolor escenografía ambiente. Un detalle pintoresco, exótico, un deleite visual para lonkos anfitriones y la muchedumbre curiosa. Es lo que suele suceder cuando es uno y no el oponente quien tiene el sartén por el mango. Los mapuches lo tuvimos por más de tres siglos. Único caso en el continente, gustamos de recordar. Pero lo perdimos. Y grande ha sido el costo que hemos debido pagar.
Tal vez por la magnitud de nuestra derrota, pareciéramos haber olvidado que alguna vez tuvimos poder, que fuimos un País y que nuestros bisabuelos nacieron en él. Quizás por ello nos conformamos con poco. Y otorgamos un valor casi reivindicatorio a puestas en escena que no pasan de ser humillantes recordatorios de lo que un día fuimos como sociedad. Sucede en cada inauguración de una sede social, en cada entrega de un subsidio de tierras, en cada visita de una autoridad a nuestro maltratado territorio, sea este el ministro José Antonio Viera-Gallo o el concejal Juanito Pérez. A menos que cambiemos el chip, seguiremos viendo mapuches acudir prestos con canelos y trutrukas a coronar cuanta efeméride consigne el calendario chileno. Desde el 21 de Mayo a la Parada Militar. Desde la entrega de un bono social a la inauguración de una alcantarilla en la Población El Esfuerzo. Si no cambiamos el chip, no nos sonrojemos cuando aquello suceda.
Ausentes de manera absoluta del debate presidencial y de los “temas país”, llegará en un par de meses una reñida elección presidencial y parlamentaria que nos pondrá nuevamente en escena. La democracia, amenazada por la derecha mercantil, se nos dirá, requiere de nuestro auxilio electoral. Y nuevamente, como en cada elección en los últimos 20 años, acudiremos a las urnas para evitar que aquella terrible tragedia suceda. Y a cambio se nos ofrecerán nuevos subsidios, convenios “oites”, ministerios indígenas y reconocimientos varios. Y votaremos una vez más por candidatos de apellido europeo y partidos políticos ajenos. Hasta puede que alguno nos ofrezca un cupo en su plantilla y agradeceremos el gesto, casi conmovidos. Parecerá incluso que importamos, que dejamos de ser escenografía y nos transformamos nuevamente en actores. Bendito acto de ilusionismo. No nos engañemos. Seguiremos siendo comparsa. Mera escenografía que se desmonta al finalizar el show.
No hace mucho, Francisco Huenchumilla, ex diputado, ministro y alcalde, graficaba nuestra situación colonial ante decena de lonkos en Imperial. “Los mapuches no tenemos poder. Ningún poder, cero, nada en absoluto. Y sin poder, queridos hermanos, no existimos para las autoridades ni para el Estado”. Huenchumilla, claro está, se refería al poder político, ya que del económico ni hablar y del espiritual que se pronuncien los creyentes. Tiene razón. No tenemos poder y asumir aquello sea tal vez el primer paso a la hora de intentar recomponer el rompecabezas de lo que somos y aspiramos a ser. El primer paso para dejar de ser comparsa. Y desde allí, construir, construir y construir. Los caminos políticos pueden ser diversos. Las trincheras también. Habrá quien opte por conquistar poder institucional. Excelente. Otro por el repliegue organizacional en “lo propio”. Buenísimo también. Si alguien llega a siete sumando cinco más dos y otro lo logra sumando el seis con el uno, son aliados. Entender esto último es vital. Vocación de poder, le llaman.
Por Pedro Cayuqueo
LINK: http://www.azkintuwe.org/sept291.htm