La pandemia de covid-19 transformó la vida. Iniciamos el tercer año de olas epidémicas de diversa intensidad. En México, transitamos la cuarta, en otros países van en la quinta o la sexta. El avance en la vacunación, la inmunidad de rebaño y por fin, el lanzamiento de medicamentos, poco a poco permiten mayores recursos para enfrentarla. Todos hemos padecido, pero los niños y adolescentes son los más afectados.
Aún son inciertas las consecuencias que tendrán dos años de distanciamiento social y encierro en adolescentes e infantes. Supongamos que este año vuelven las clases presenciales. Los estudiantes de primaria habrían pasado un tercio de este periodo educativo en casa, lejos de compañeros y profesores. Los estudiantes de secundaria y bachillerato, dos tercios; mientras que los estudiantes de licenciatura casi la mitad de su carrera. Serán los profesionistas de la pandemia.
Recuérdese que antes del covid-19, México padecía una pandemia de obesidad y sobrepeso, que también afecta a los infantes y adolescentes. La mala alimentación se encuentra en el centro de esta problemática, pero las causas son varias, una de ellas, la vida sedentaria de los infantes, los cuales pasan varias horas del día frente al televisor, en videojuegos o encerrados en sus casas. Son pocos los afortunados que en su vivienda cuentan con jardín, terraza o por lo menos un parque o área verde cercana, en la cual tener actividad física o ejercitarse con supervisión de un adulto.
En el país, pero particularmente en las colonias populares de las ciudades mexicanas y estoy seguro de que en todo el continente, las calles eran espacios naturales de convivencia y socialización. Pertenezco a esas generaciones que la calle fue la extensión de la escuela y de la casa. Allí, después de hacer la tarea, con zapatos desgastados y pantalones rotos disputaba las históricas “cascaritas” de fútbol, jugaba canicas, trompo, tacón y montaba en bicicleta, hasta que el sol se ocultaba. Aprendí a raspones y caídas a valerme y a moverme solo. Ahora, las calles son inseguras; las ganaron los autos, la contaminación y la delincuencia.
Si las viviendas son reducidas, si sólo algunos cuantos pueden ir a parques, si la calle está prohibida, las escuelas son los únicos espacios seguros en donde los infantes pueden jugar y hacer ejercicio, como parte de una política pública para mejorar la salud. De qué sirven que tomen clase de una hora o más, la prioridad es que socialicen y dejen a un lado la vida sedentaria. Propongo que la mitad del tiempo en la escuela, las niñas, niños y adolescentes deben estar en las aulas recibiendo clases y la otra mitad, jugando o haciendo ejercicio. Al mismo tiempo, promocionar la buena alimentación, particularmente la que se ajusta a las necesidades y posibilidades económicas de cada Estado.
La política es de bronce.
@onelortiz