Por Amanda Durán

Toda heroína tiene su primera gran prueba. Para Sheinbaum, ocurrió antes de asumir la presidencia. Con ella México y toda Latinoamérica no se rinde ante su pasado colonial ni rinde pleitesía a quienes se niegan a reconocer su responsabilidad histórica, y es por eso que la amamos tanto.
Claudia Sheinbaum tomó su primera gran decisión de política exterior antes de asumir el cargo: excluir al rey Felipe VI de la lista de invitados. No fue un desliz ni una omisión protocolaria. Fue un mensaje claro y calculado.
España se ha negado sistemáticamente a ofrecer disculpas por los crímenes de la colonización en América Latina. Mientras en Europa el Holocausto es reconocido como un capítulo que no debe repetirse, en América Latina aún se habla de «descubrimiento» en lugar de genocidio. Sheinbaum rompió con esa narrativa. Su postura fue inequívoca: México no honraría con invitaciones a un monarca que encarna siglos de saqueo, violencia y dominación no confrontada con honestidad.
La reacción de España fue predecible: indignación. Pero la jugada ya estaba hecha. En un continente donde las relaciones con las potencias europeas siguen marcadas por la sumisión simbólica, Sheinbaum rompió el molde. No fue una omisión diplomática, fue un acto de soberanía. México no es una colonia, no es un reino, no es una nación que necesite la aprobación de Madrid para definir su política exterior.
El mensaje no solo fue para España, sino para América Latina. La historia no puede seguir legitimándose por la inercia del presente. La verdad histórica es irrefutable: lo que ocurrió en este continente no fue un intercambio cultural, fue un exterminio. Un holocausto cuyas consecuencias aún se sienten.
Sheinbaum dejó claro que la historia no se reescribe con silencios diplomáticos. Desde su primer día de gobierno, dejó establecida una regla innegociable: México no se arrodilla ante nadie.
Cuando Donald Trump anunció aranceles del 25% contra México, parecía una jugada más de su manual de chantaje económico: presionar al país para obtener concesiones. Pero Sheinbaum no cedió. No negoció desde la sumisión ni recurrió a discursos tibios. Aplicó una estrategia de resistencia activa que desmontó la amenaza y obligó a Trump a retroceder.
Primero, movilizó a la ciudadanía. Convocó marchas y pronunció un mensaje claro: México no aceptaría presiones. Luego, anunció medidas de represalia comercial. Si Trump imponía aranceles, México respondería con la misma fuerza.
Pero el golpe más certero lo dio con datos. Sheinbaum expuso la fragilidad de la estrategia de Trump: Estados Unidos perdería más que México si cumplía su amenaza. Los aranceles impactarían directamente en la industria automotriz estadounidense, disparando los costos de producción y golpeando empleos en estados clave como Michigan, Ohio y Texas. México es el principal socio comercial de Estados Unidos y una guerra arancelaria desestabilizaría sectores enteros de su economía.
El resultado fue inmediato: Trump dio marcha atrás. En cuestión de semanas, la amenaza quedó sin efecto. México no solo resistió la presión, sino que evidenció las debilidades de la estrategia estadounidense.
Sheinbaum dejó claro que México no es un actor pasivo en la geopolítica. No acata órdenes ni acepta chantajes. Si Estados Unidos decide jugar sucio, México está listo para responder.
Pero la verdadera batalla no está en el exterior, sino dentro del país. Su mayor reto no es Trump ni la derecha local, sino la estructura que ha mantenido a México en el inmovilismo durante décadas.
Su transformación se basa en tres pilares fundamentales:
Reforma judicial:
Sheinbaum ha lanzado la reforma judicial más profunda en la historia de México. No es un ajuste menor, es una reconfiguración total del sistema de justicia. Con más de 34.000 aspirantes registrados, la elección popular de jueces, magistrados y ministros busca eliminar la corrupción y la impunidad judicial. La reforma incluye la reducción de ministros de la Suprema Corte de 11 a nueve, la eliminación del Consejo de la Judicatura Federal y su sustitución por el Tribunal de Disciplina Judicial, con capacidad para sancionar y destituir a jueces corruptos. Se eliminan las pensiones vitalicias y los sueldos excesivos. Aunque enfrenta una feroz resistencia de las élites judiciales, el proyecto sigue en marcha con el objetivo de hacer la justicia accesible y transparente para la ciudadanía.
Autonomía energética y alimentaria:
Sheinbaum ha apostado por la soberanía energética y alimentaria como pilares estratégicos de su gobierno. Reafirmó la prohibición del maíz transgénico importado de EE.UU., protegiendo las variedades nativas y la seguridad alimentaria del país, lo que ha provocado tensiones con Washington. En el sector energético, fortaleció Pemex y la CFE [Comisión Federal de Electricidad], reduciendo la dependencia de importaciones de gas y gasolina, y priorizando la inversión en energías renovables con la meta de alcanzar un 50% de generación limpia para 2030. Estas medidas no son simples ajustes, sino pasos decisivos para consolidar la independencia económica de México frente a las presiones extranjeras.
Feminismo estructural:
Sheinbaum no solo ha incorporado la perspectiva de género en su gabinete, sino que ha impulsado medidas concretas para transformar la vida de las mujeres en México. Desde pensiones para mujeres mayores de 60 años que trabajaron en labores de cuidado sin reconocimiento económico, hasta la paridad total en la toma de decisiones gubernamentales, su administración ha convertido el feminismo en una política de Estado. El avance más significativo es la consolidación de una Constitución que reconoce la igualdad sustantiva y que establece mecanismos legales para erradicar la violencia de género y la brecha salarial.
La política está llena de líderes que han construido su imagen en discursos, carisma o promesas. Sheinbaum rompe ese molde. Su liderazgo radica en la acción.
Enfrentó a España con soberanía diplomática, desarmó la amenaza de Trump con números y evidencia, y está desmantelando un sistema judicial que desampara a los vulnerables. Su estrategia es clara: busca resultados concretos.
Su arma es el conocimiento. Su poder, la certeza de que el cambio es un proceso en marcha, y una certeza no se puede detener con nada. Por eso y por mucho más, la amamos.
Por Amanda Durán
Fotografía: Imagen creada con IA.
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