Mientras que la mayoría de los medios y las agencias de prensa occidentales se han concentrado en la guerra civil en Libia debido al factor geopolítico, a su potencial destructivo y a la faceta espectacular (enfrentamientos armados telegénicos, envío de tropas de EE.UU. a países fronterizos, puerta controladora de la inmigración norafricana hacia Europa y gran productor de petróleo), muy pocos se preocupan de informar en profundidad acerca de la radicalización del proceso revolucionario tunecino.
En Túnez, manifestaciones populares y juveniles masivas, junto con duros enfrentamientos con las fuerzas policiales durante el viernes 25 y el sábado 26, en los cuales murieron 5 manifestantes, lograron la renuncia del Primer Ministro Mohammed Ghannouchi y, de carambola, al día siguiente, la del ministro de Planificación y de Cooperación International, Mohamed Nouri Jouini.
Ambos formaban parte del Gobierno provisorio de Túnez que reemplazó al régimen del derrocado Zine El-Abidine Ben Ali (Nouri Jouni también fue ministro del ex dictador).
Mohammed Ghannouchi, declaró al renunciar que no quería hacerse responsable de la represión. Su reemplazante, Béji Caïd Essebsi, nominado el pasado domingo 27 de febrero, es un ex ministro del gobierno del líder de la independencia Habib Bourguiba (marzo de 1956) y, supuestamente, es quien debe conducir a Túnez a las elecciones del 15 de julio.
Cabe señalar que las jóvenes generaciones tampoco van a identificarse con un político anciano de 84 años que simboliza el desfase de las elites políticas dominantes con un país en ebullición social, que mantuvo estrechos vínculos con el régimen anterior y que además no tomó posición ni participó en las protestas que desalojaron al dictador.
El déficit de legitimidad popular del actual gobierno de transición, compuesto en su mayoría por tecnócratas ligados al poder económico y a miembros de la oposición oficial a la antigua dictadura ha quedado de manifiesto. La presión popular es fuerte y la represión que el Gobierno actual utiliza para mantenerse en el poder lo debilita.
Ansiosos de cambio profundos y de libertades, los jóvenes tunecinos militantes afirman: “no queremos que nos roben nuestra Revolución”.
En propósitos vertidos por el investigador francés Eric Gobe del lnstitut de recherches et d’études sur le monde arabe et musulman a la periodista de Le Monde, Flora Genoux, en un artículo del 28 de febrero del 2011, se desprende que las renuncias ministeriales deben comprenderse como la voluntad política de la calle en un escenario donde hay dos fuerzas políticas en pugna.
Por un lado se encuentran los partidarios del “gobierno de transición”, compuesto por tecnócratas nerviosos porque esconden sus lazos con el antiguo régimen, junto con los políticos de la ex oposición oficial que no gozan de credibilidad en amplios sectores ciudadanos. Estos últimos se inscriben en una lógica de compromiso y pacto con los primeros, afirma el investigador galo. Piden elecciones legislativas y presidenciales anticipadas, organizadas en el marco de una constitución y de una ley electoral enmendadas. Este sector no tiene anclaje social ni popular ya que el ex dictador eliminó toda oposición realmente independiente y creíble.
Para Gobe, el otro actor político clave, o la fuerza que representa a la corriente democrática, consecuente y revolucionaria, es el Consejo Nacional de Defensa de la Revolución”. El politólogo afirma que sus miembros cuentan con el apoyo de los manifestantes que obligaron a renunciar a los ministros y forman parte del Frente 14-Enero, fundado el 2 de febrero del 2001. De ahí salió el Consejo Nacional de Defensa de la Revolución. El Consejo reúne a 24 partidos políticos y asociaciones civiles y populares. Forman parte la UGTT (la Central General unitaria Tunecina), partidos de izquierda y el Ennahda (partido islamista tunecino).
Las organizaciones que integran el Consejo exigen una ruptura total con el pasado. Exigen depurar el aparato del Estado de todos los funcionarios del régimen derrocado y lo que es muy importante, reclaman lo más pronto posible la elección de una Asamblea Constituyente para hacer tabla rasa del pasado institucional de Túnez. Están proponiendo modificar completamente el sistema político, luchan por una nueva Constitución que garantice derechos individuales y colectivos donde se estipule un régimen parlamentario.
En las semanas transcurridas desde el 14 de enero (día de la huída del dictador Ben Alí) el Consejo y uno de sus líderes más escuchados, Hamma Hammami, se han transformado en portavoces de las demandas sociales y de los ciudadanos activos.
Por lo tanto, todo indica que la presión popular y la vigilancia del Consejo sobre los políticos que integran el Gobierno de Transición no va a disminuir, sino más bien aumentar. Lo más probable es que estas fuerzas políticas y sociales reivindiquen la renuncia del nuevo Primer ministro nombrado por el Presidente y que nuevas manifestaciones y más enfrentamientos con las fuerzas del orden se produzcan. Todo indica que por el momento la correlación de fuerzas se mantiene favorable a los sectores democráticos y revolucionarios.
Por Leopoldo Lavín Mujica