Editor Sergio Salinas Cañas
Pablo Franco
Manuel Martínez
Sebastián Schneider
Con el aporte de Iván Borcoski
Buscando su destino: Entre tendencias, barones y príncipes
Desde su fundación, el 19 de abril de 1933, el Partido Socialista de Chile (PS) ha mostrado hasta la actualidad algunas características que lo diferencian del resto de sus congéneres chilenos: una identidad sólida y diferenciada claramente de otros grupos de izquierda; un fraccionamiento común en su historia, pero con momentos de reunificación, caso atípico en el continente y en el mundo y, quizás su mayor característica, la existencia de tendencias, algunas veces francamente contradictorias, en su interior.
En diversos textos académicos se ha caracterizado que en la década de los sesenta el Partido Socialista era la agrupación “rupturista” y el Partido Comunista (PC) el “gradualista”. Sin embargo, en la práctica el PS no estaba tan cohesionado en sus ideas como el PC, partiendo del hecho que recién en 1957 se había realizado el Congreso de Unidad donde confluyeron el Partido Socialista Popular y el Partido Socialista de Chile. Lo cierto es que durante toda la historia del PS siempre han coexistido los partidarios de la vía rupturista y de la vía gradualista, lo que implicaba, además, diferentes puntos de vista en relación a la democracia.
En la actualidad el PS aún mantiene estas características de su niñez, madurez y adultez histórica, quizá mediatizadas por un fraccionamiento más común, con la salida de algunas emblemáticas figuras y una identidad opacada entre un debate histórico no superado: lo vivido durante la Unidad Popular y sus plataformas políticas levantadas luego del retorno a la democracia. De hecho, el golpe militar provocó uno de los momentos de mayor fraccionamiento de su historia, pero también una nueva reunificación un tiempo antes del retorno a la democracia.
Sin embargo, este libro no buscará analizar desde la academia, a través de las teorías de partidos políticos clásica, su historia, características y estructuras sino se abocará fundamentalmente al imaginario colectivo y que tenían sus propios militantes en, quizá el momento más complicado de su historia, la Unidad Popular, el golpe militar y el fraccionamiento. Es decir, desde fines de la década de los setenta a los ochenta.
Este libro “Memorias de militancia. Breve historia del Partido Socialista de Chile” mostrará claramente, a través de entrevistas, revisión de documentos y discusiones internas, visiones diferentes de sus militantes, en algunos casos contradictorias sobre el pasado, el presente y el futuro. Sin embargo, sostendrá que pese a las diferencias internas hay un núcleo, incluso corazón común podríamos sostener, que provocó la supervivencia de este partido después del golpe militar con un compromiso de sus militantes, en algunos casos heroico. Este mismo núcleo le ha otorgado una consistencia identitaria que lo hace ser uno de los partidos políticos chilenos más sólidos en la actualidad en un escenario de crisis de la “política” con “mayúsculas” y del sistema y los propios partidos. De cierta manera, se puede hipotetizar que la dinámica de la existencia de debate constante producto de las tendencias internas es el motor, el pulmón, que entrega el aire de vida a este partido, uno de los más antiguos de la historia política chilena.
Este libro intentará demostrar, además, que existió desde los sesenta hasta fines de los ochenta una identidad socialista, basada en América Latina y un hacha, que era coherente con su historia e incluso con su himno, “Marsellesa Socialista”, pese a lo lejano que en la actualidad pueden parecer algunas de sus frases: “Socialistas a luchar, resueltos a vencer, fervor, acción, hasta triunfar nuestra revolución”.
Y es que transcurridos más de 50 años desde el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, aún existen diversas visiones en la sociedad chilena sobre lo ocurrido y que se replica telúricamente en las nuevas generaciones y antiguos militantes del Partido Socialista. Llegar a una verdad única parece aún un camino pedregoso.
En este sentido, el impulso final para escribir este libro se produjo luego de las declaraciones del presidente de la Juventud de la UDI, Felipe Cuevas:
«Mi familia fue víctima de violaciones a los derechos humanos en el gobierno de Allende. Mi abuelo se tuvo que ir del país porque lo perseguía el GAP solamente porque era el presidente del gremio de los carniceros de San Felipe. Estaba en la lista negra, el Plan Z.»
Pero el tajante desmentido a este supuesto plan que llevó a cientos de hombres a la tortura, el asesinato y la desaparición había sido ya negado por el primer vocero de la junta militar, Federico Willoughby:
«Fue una gran maniobra de guerra sicológica. Yo no sabía de la existencia del Plan Z y era funcionario de la Junta de Gobierno y por lo tanto tendría que haber sabido. Cuando vi el Libro Blanco que contiene el Plan Z, no me interesó mirarlo porque reconocí que eran papeles y fotos que había visto con posterioridad al 11 de septiembre en el Ministerio de Defensa. Eran todos los documentos que se habían juntado en todos los allanamientos en las sedes de los partidos políticos en Santiago. Estaban en una pieza llena de fotos de actas de los partidos marxistas. De allí se debe haber seleccionado un material especial…Yo tengo la impresión que, la gente encargada de las operaciones de inteligencia, discernieron que era conveniente generar un elemento de justificación del pronunciamiento militar para convencer a la población civil que los habían salvado. Entonces se hizo este libro y se produjo incluso un efecto social. Había gente que decía con cierto orgullo: Ah, yo estaba en la lista de los que iban a matar y eso generaba cierto estatus… Este libro, le repito, es producto de una campaña de guerra sicológica.»
Es por eso las razones expuestas que quisimos analizar y realizar, junto con algunos colegas, entrevistas, fuentes escritas, documentos oficiales, que nos permitiera acercarnos un poco más a la verdad de lo sucedido, a esa esquiva historia socialista. Lo que no quita que en esta construcción sobre la historia del PS se honre a muchos nombres desconocidos para los chilenos comunes y quienes sin tener ni la preparación intentaran defender solo armados con sus ideales su gobierno, formado por el conglomerado llamado Unidad Popular y el recuerdo de su presidente, Salvador Allende.
Pese al tiempo transcurrido, el Partido Socialista de Chile sigue siendo el grupo más enigmático dentro de la izquierda chilena en lo referido a sus posturas internas. Las dificultades en conseguir entrevistas muestran que la discusión en torno a la radicalización y el gradualismo aún no está terminada pese a que “en los últimos años, en el mundo occidental, como señalan Marina Franco y Florencia Levín, el pasado cercano se ha constituido en objeto de gran presencia y centralidad, casi de culto”.
La razón que explica la importancia de la historia reciente, también llamado pasado cercano, estaría en que se trata de un pasado abierto, de algún modo inconcluso, cuyos efectos en los procesos individuales y colectivos se extienden hacia nosotros y se nos vuelven presentes. Las historiadoras argentinas Marina Franco y Florencia Levín señalan que “a diferencia de otros pasados, no está hecho sólo de representaciones y discursos socialmente construidos y transmitidos, sino que está además alimentado de vivencias y recuerdos personales, rememorados en primera persona. Se trata, en suma, de un pasado ‘actual’ o, más bien, de un pasado en permanente proceso de ‘actualización’ y que, por tanto, interviene en las proyecciones a futuro”.
Las historiadoras argentinas afirman que hoy en día, diversas prácticas sociales y culturales, así como un número creciente de disciplinas y campos de investigación, hacen del pasado cercano su objeto e incluso a veces su excusa y medio de legitimación. Sostienen que:
«La memoria, en primer término, como práctica colectiva de rememoración, intervención política y construcción de una narrativa impulsada por diversas agrupaciones e instituciones surgidas tanto de la sociedad civil como del Estado, parece tener la voz cantante en este vuelco hacia el pasado reciente. Asimismo, la tematización de aspectos de ese pasado en el cine (ficción y documental) y la literatura, la aparición de un sinnúmero de estudios periodísticos, la construcción de museos y memoriales, los encendidos debates públicos y sus repercusiones en las columnas de los diarios, así como el auge de los testimonios en primera persona de los protagonistas de ese pasado, dan cuenta de su creciente preponderancia en el espacio público”.
En el caso de Chile, la historiadora Cristina Moyano, en un artículo titulado Las memorias militantes y el uso testimonial en la historia política del tiempo presente en Chile: de lo estructural y lo subjetivo, afirma que la historia política del tiempo presente o del pasado reciente ha ido registrando avances significativos en el espacio historiográfico nacional. Agrega que:
“la recuperación del relato militante ha tenido distintas etapas en nuestro país, aunque todavía no tiene una significación importante y sistemática en el uso historiográfico chileno, ha ido revistiendo un proceso de validación como fuente historiográfica testimonial clave para acceder a distintos espacios del pasado reciente”.
De manera similar opina Cecilia Llanos Guajardo, quien señala que es una buena noticia lo que se ha denominado, “el retorno de la historia política”:
La cual ha vuelto su mirada sobre el desarrollo de los actores, el rescate de sus memorias, identidades y subjetividades, las cuales no quedan necesariamente registradas en la documentación partidaria. Esto creemos viene a complementar los avances que la nueva historia social ha generado, en el conocimiento del campo y actores populares. Con ello, nos aproximamos a una historicidad que recoge la complejidad, sin disociar las dimensiones “social” y “política” de los procesos históricos.
En este libro, se intentará con la ayuda que brinda la sociología del militantismo, tal como lo señalan Anna M. Blasco Rovira y Vladimir Sierpe:
Entender cómo un grupo de jóvenes dotados de un buen capital social llevó su acción política hasta los confines de su propia existencia, situación aún más paradójica ya que se trataba de individuos racionales muy lejanos tanto en su retórica como en sus prácticas de personas fanatizadas, que tienden a una representación de la realidad jalonada de visiones mágicas o religiosas.
Entre la Guerra Fría y la Revolución Cubana
Al medio están los valles con sus verdores. Donde se multiplican los pobladores, Cada familia tiene muchos chiquillos. Con su miseria viven en conventillos. Al centro de la injusticia. Violeta Parra.
Chile en su historia ha sido extraordinariamente sensible al desarrollo de la política mundial. Su vida política reflejó simultaneidad con la evolución de los acontecimientos mundiales. Esto explica, señala Fermandois, que “en la polarización de los años sesenta y comienzos de los setenta, norteamericanos y soviéticos se multiplicaran en sus esfuerzos por promover en Chile políticas que estuvieran acordes con la lectura que hacían de sus propios intereses”.
Lo anterior se explica porque el escenario internacional había cambiado desde el triunfo de los guerrilleros cubanos en 1959. “Desde ese año en adelante, la Guerra Fría en las Américas cambió, tomando de ahí en adelante su forma definitiva a partir del choque entre La Habana y Washington como los polos opuestos de revolución y reacción en el continente”.
Como sostiene Iñaki Moulian, la estrategia de Estados Unidos para frenar la influencia cubana en nuestro país no se limitó al plan de la “Alianza para el Progreso” y todo su apoyo económico y social, “sino también contempló generación de influencias a través del “Pacto Ayuda Militar” (PAM) con Estados Unidos, el que fue firmado por Chile en 1952 y que tuvo un gran impacto durante el gobierno de Alessandri”.
Recordemos que la Guerra Fría –como sostiene Fermandois- se trataba de la gran confrontación de Estados y de creencias o ideologías, lo que sentó las bases de:
El destino de Chile, o de Taiwán, de Somalia, o de Granada, por más diversas que fueran sus historias y sus propios conflictos, tenían un peso específico en la lucha global. La elección de un “proyecto socialista”, es decir, marxista, ponía de relieve la superioridad de un sistema sobre el otro en la pugna de las imágenes. Era un poderoso mensaje para aquellas zonas de inestabilidad, es decir, la gran mayoría de los países en donde no se había consolidado ni el “modelo occidental” (democracia y economía tendencialmente de mercado), ni el sistema marxista o totalitario.
Dentro de este contexto, el proceso revolucionario chileno, la Vía chilena al socialismo, determinó la “evolución de esa guerra a muerte”. “Inmediatamente después de la elección de Allende, Fidel Castro se comprometió a proteger la vida del nuevo presidente y apoyar sus metas revolucionarias, mientras que Richard Nixon dio instrucciones para asegurarse que fracasara”.
Para algunos autores, como Armando Uribe, en este escenario de Guerra Fría, “el gobierno de Estados Unidos necesita destruir a Chile como nación y como Estado porque Chile representaba una indisciplina dentro del sistema”. Como agrega Uribe:
Lo que se juega en Chile concierne al mundo, Estados Unidos quiere probar que el caso de Chile (un Estado que decide ser independiente del sistema imperialista y lo intenta a través de formas democráticas), no es posible en Chile ni en ningún otro lugar del mundo.
En una entrevista realizada por Tanya Harmer a “Huerta”, el militante socialista rememora el fervor ideológico en Chile en la década de los sesenta:
En aquel entonces, si uno entraba a cualquier librería, había muchas publicaciones marxistas, y las noticias de las luchas guerrilleras latinoamericanas llegaban constantemente a Chile. Sobre todo, hacia el final de la década, las ideas del Che Guevara y los libros de Régis Debray se discutían infinitamente dentro de los distintos partidos de izquierda de Chile, y todos estaban metidos en lo que parecía un debate ideológico permanente.
Por otra parte, como sostiene Sergio Rojas, la emergencia triunfal de la Revolución Cubana y el auge del movimiento de masas en varios países, que asumía en algunos de ellos formas armadas, hacía ver que:
La “amenaza comunista” no provendría en el futuro ya tanto de una eventual “agresión extracontinental” como de los combates de clase librados en el seno mismo de los países dependientes. Esta formulación estratégica se apoyaría en una nueva estructura técnico-material de las FF.AA. de América Latina y en una nueva doctrina, reflejos del papel asignado a éstas en cuanto garantes de la Seguridad Nacional de los Estados Unidos.
El presidente Kennedy afirmó en la Academia Militar de West Point el año 1962: “(…) la subversión es otro tipo de guerra, nuevo en su intensidad, aunque de antiguo origen: es la guerra de guerrillas… Estaremos obligados a emplear una nueva estrategia, una fuerza militar diferente, lo que requiere una preparación y un adiestramiento nuevo y distinto”.
La guerrilla de Ñancahuazú
En noviembre de 1964, Tamara Bunker, “Tania”, llegó a La Paz, Bolivia, con el nombre de Laura Gutiérrez, de nacionalidad argentina y profesión etnóloga. La idea era asumir una apariencia de una persona de la alta sociedad, culta e inteligente. De esta manera comenzó a relacionarse con personalidades afines a la cúpula del gobierno. “Así, camuflada, se mantuvo por mucho tiempo sin que nadie sospechara de ella, ni siquiera los presidentes René Barrientos Ortuño y Alfredo Ovando Candia, junto a quienes emerge su imagen en una fotografía captada durante una concentración campesina”.
Como señala Víctor Montoya, “Tania” era ya un engranaje indispensable en el desarrollo del trabajo urbano de la guerrilla al iniciar la fase de preparación y organización de la lucha armada.
A mediados del año siguiente, unos jóvenes bolivianos, estudiantes en La Habana, solicitaron a los dirigentes del Partido Comunista de Bolivia (PCB), Mario Monje Molina y Jorge Kolle Cueto autorización para someterse a un intensivo entrenamiento guerrillero. Ambos dirigentes se comprometieron con Fidel Castro para iniciar en breve plazo la lucha armada en Bolivia.
El 12 de noviembre de 1966, Inti Peredo llegó a Cochabamba. Mientras tanto su hermano Coco, Rodolfo Saldaña y Jorge Vázquez Viaña adquirieron en el sector El Pincal, junto al río Ñancahuazú, una casona en una zona boscosa y accidentada. En diciembre de 1966, en vísperas de Año Nuevo, “Tania” y Mario Monje llegaron al campamento guerrillero, donde los esperaba el Che. “Su llegada fue un verdadero júbilo para todos, no sólo porque la conocían desde Cuba, sino también porque llevó consigo grabaciones de música latinoamericana”.
Cristian Pérez afirma que “el nombre de Ejército de Liberación Nacional de Bolivia (ELN-B) lo adopta el Comandante Ernesto Che Guevara en marzo de 1967 en la región de Ñancahuazú en la selva boliviana, para firmar el parte operativo del combate inaugural de la guerrilla”.
Como señala Víctor Montoya a fines de agosto de 1967, “la tropa guerrillera, comandada por Vilo Acuña Núñez (Joaquín), salió al Río Grande y, orillándolo, llegó al cabo de una jornada a la casa de Honorato Rojas, de quien, meses antes, dijo el Che: “El campesino está dentro del tipo; incapaz de ayudarnos, pero incapaz de prever los peligros que acarrea y por ello potencialmente peligroso”. Unos días después Rojas comenzaría a colaborar con el ejército boliviano.
Víctor Montoya señala que el 10 de abril de 1967, los guerrilleros libraron dos combates en un día. “Uno después de desdibujarse los primeros matices del alba y, otro, antes de palidecer los últimos rayos del ocaso; dos enfrentamientos en los cuales desarmaron al ejército, y ocasión en la que fue hecho prisionero el mayor Rubén Sánchez, quien, según relata el Inti, se comportó con ‘altura y dignidad’. Cumplió con admirable decisión el compromiso que contrajo con la guerrilla y salvó la vida de Régis Debray”.
Los enfrentamientos y emboscadas continuaron en los meses siguientes. En la mañana del 8 de octubre, los 17 guerrilleros, detectaron la presencia de Boinas Verdes en el cañadón del Churo. “Organizaron de inmediato la toma de posiciones en un pequeño cañón lateral. El Che puso a Urbano y Pombo en la parte superior de la quebrada; a Benigno, Aniceto y Willy, en el extremo inferior; y mandó a Pachunga al flanco izquierdo como observador. Luego dio las instrucciones de que no se comenzara el combate sino hasta que él diera la orden”.
El enfrentamiento con los Rangers culminó con la detención del Che. Herido en la pierna y sin arma, fue conducido a empujones hacia la escuelita de La Higuera. La captura del guerrillero fue comunicada de inmediato al presidente de la república, René Barrientos “quien, malhumorado por la publicidad que generó el proceso de Régis Debray, pidió que los generales de las tres fuerzas decidieran el futuro del guerrillero. Según se supo después, la votación de los generales fue unánime a favor de la ejecución”.
Víctor Montoya cuenta que en la madruga del día siguiente un helicóptero atestado de militares de alta graduación aterrizó en La Higuera. “Pasado el mediodía, los asesinos cumplieron las órdenes. Un cabo y un teniente entraron en el aula, donde estaban el “Chino” y Willy. Se plantaron cerca de la puerta y apuntaron sus M-1 respectivamente. ‘¡De cara a la pared!’, ordenó el teniente. ‘Si usted me va a matar, quiero verlo’, replicó Willy. A los contados segundos, una descarga de fuego desplomó a los guerrilleros”.
Dos años más tarde, Guido Peredo Leigue, “Inti”, líder de los sobrevivientes del enfrentamiento, es detectado en una casa de seguridad. Las órdenes del Servicio de Inteligencia Militar son claras acabar con el Ejército de Liberación Nacional (ELN):
En la madrugada del 9 de septiembre de 1969, un grupo de fuerzas combinadas rodeó la casa de seguridad donde se refugiaba el prófugo. Acto seguido, los asaltantes abrieron fuego desde todos los ángulos. En el interior de la habitación, el Inti intentó defenderse con un revólver que se le encasquilló. Entonces quiso lanzar una granada, pero el vértigo de una bala hizo impactó en su brazo. El explosivo chocó contra el umbral de la puerta y estalló en el cuarto. Una vez arrinconado entre los vidrios que volaron por doquier, el Inti cayó gravemente herido en manos de sus verdugos, quienes, sin dejar transcurrir mucho tiempo, lo trasladaron a las dependencias del Ministerio del Interior, donde le partieron el cráneo a culatazos.
La doctrina Schneider y la intervención norteamericana
Sergio Rojas sostiene que la Doctrina de la Seguridad Nacional (DNS) se encontraba presente -con distintos niveles de elaboración y asimilación- “en las FF.AA. de todos los países de América Latina, excepto Cuba, a fines de los años 60. Es decir, en un momento de auge de las luchas de clase en la América Meridional”.
Entre los planes desarrollados por nuestro ejército para el control de los grupos de izquierda y ultra izquierda encontramos –sostiene Iñaki Moulian- el plan Ariete y el plan Lanceta, ambos estructurados por la Fuerza Aérea para frenar a “colectividades políticas que se han declarado abiertamente partidarias de la lucha armada, colocándose voluntariamente en la clandestinidad o acentuando su marco de ilegalidad”.
Además del contacto y la influencia sobre la mayoría de los ejércitos latinoamericanos, el gobierno norteamericano mantuvo “relaciones estrechas con partidos y grupos políticos nacionales, entre estos se menciona el Partido Nacional, la Democracia Cristiana, partidos de izquierda (para debilitar directamente a la UP) y movimientos o grupos fuera de los márgenes de la política tradicional como lo fue Patria y Libertad”.
Este último se enmarca como una de las pocas experiencias nacionalistas en la historia del país, y se manifiesta como un actor de potencial comprobable en la construcción de un escenario político polarizado como el de Chile en los años 70.
Para evitar la llegada de Allende a la presidencia, Roberto Viaux, junto a miembros de Patria y Libertad planearon el secuestro del comandante en jefe del Ejército, René Schneider Chereau (Concepción, 31 de diciembre de 1913-Santiago, 25 de octubre de 1970), con el fin de provocar la intervención de las fuerzas armadas y evitar la sesión del Congreso. El tercer intento de secuestro se realizó a las 08:00 del 22 de octubre de 1970, cuando el automóvil oficial de Schneider fue bloqueado en la esquina de la avenida Américo Vespucio con Martín de Zamora por cuatro vehículos y un grupo de jóvenes rodeó el automóvil del General, destrozando con martillos los cristales traseros y la puerta lateral trasera.
Los secuestradores, al percatarse de que Schneider tomaba su arma para repeler la acción, dispararon sobre él impactándolo con tres balas, y luego huyeron. El cabo-chófer, Leopoldo Mauna Morales, al ver desangrándose al comandante en jefe, lo llevó al Hospital Militar donde en definitiva falleció.
La justicia militar concluyó como autores materiales de los disparos a:
Julio Bouchón y José Melgoza Garay. Además, que el asesinato de Schneider estaba planeado por dos grupos militares, uno conducido por Roberto Viaux y el otro por el general Camilo Valenzuela. Viaux y Valenzuela fueron condenados por su eventual conspiración para causar un golpe de Estado, y Viaux fue condenado además por el secuestro.
En la acción también participó Diego Izquierdo Menéndez.
Según el libro “El caso Schneider” de Editorial Quimantú (1972) -que recoge los alegatos del proceso judicial de los abogados Jorge Mera y Sergio Politoff, representantes del gobierno y la familia del general respectivamente-, un día después del hecho y con todo Chile buscando a los responsables, Izquierdo salió del país hacia Argentina por el paso Caracoles. Fue declarado prófugo y encargado por radiograma a la Interpol de Buenos Aires recién el 29 de octubre de 1970, casi una semana después que cruzó la frontera. Nunca lo encontraron.
Diversas informaciones aparecidas en los documentos desclasificados del Departamento de Estado norteamericano apuntaron a que: “Dos grupos chilenos, ambos con vínculos a la CIA, llevaron a cabo tres intentos de asesinar al general y en el tercero intento le acribillaron. Padeció por tres días (no tres semanas) antes de morir el 25 de octubre de 1970”. El plan de Nixon sin embargo fue en rotundo fracaso; Allende asume el poder y los complotistas son arrestados.
Todo lo que podemos decir es que el atentado contra Schneider está dando a las fuerzas armadas una última oportunidad de impedir la elección de Allende, si están dispuestos a atenerse al guion (escenario) de Valenzuela.
En otro documento desclasificado de 1971 se puede ver una conversación entre el Presidente Richard M. Nixon y su consejero de Seguridad Nacional, Henry A. Kissinger en la que bromean con que la CIA fue “demasiado incompetente”. En la charla, a raíz que la prensa chilena culpaba a la CIA por el asesinato de Pérez Zujovic, se señaló:
Kissinger: Están echando la culpa a la CIA.
Nixon: ¿Por qué carajo lo asesinaríamos?
Kissinger: Pues, a) no podríamos. Somos…
Nixon: Sí.
Kissinger: …La CIA es demasiado incompetente para hacerlo. Te acuerdas…
Nixon: Sí, pero lo mejor es [palabras no claras].
Kissinger: … cuando sí intentaron asesinar a alguien, necesitaron tres intentos…
Nixon: Sí.
Kissinger: …y [el hombre] vivió tres semanas después.
Como sostiene Iñaki Moulian, el hecho de “la intervención de EEUU en la caída de Allende hoy es tan evidente que es reconocido abiertamente incluso por Manuel Fuentes, importante dirigente del movimiento de extrema derecha ‘Patria y Libertad’”:
El país viene siendo influido por Estados Unidos a partir de los años sesenta. Se financia la campaña del padre del actual presidente de la república con ocho millones de dolores de la CIA (…) Se financian los partidos durante el gobierno de Allende; la Democracia Cristiana, el Partido Nacional. La derecha recibe plata de la CIA, el país está siendo financiado en sus campañas políticas por la CIA (…) sino habría que preguntar con qué se financió la compra del diario “La Prensa” el año setenta, con qué se financió la radio “Cooperativa”, con qué se financió la radio “Agricultura”, estoy dando algunos nombres, ¿Son aportes de obreros y pobladores?… no.
Camilo Escalona señala que después del 21 de octubre de 1969 en que sucedió la asonada militar ejecutada por el general Roberto Viaux, conocida como el “tacnazo”, era notorio y evidente que una conspiración de la ultraderecha rondaba en torno a nuestra democracia. “Aspirantes a dictadores prestaban oído a los conspiradores, oficiales de grandes ambiciones y escasos escrúpulos se regodeaban en citas secretas y conciliábulos delirantes a la espera de circunstancias propicias al despliegue de sus propósitos. Unos cuantos de esos degenerarían, después de setiembre de 1973, en crueles violadores de los Derechos Humanos”.
Ese fue el sórdido clima que, desde octubre de 1969, hubo de sofocar al asumir su investidura el nuevo Comandante en Jefe, para frenar los afanes golpistas, alimentados por la codicia de algunos de abalanzarse sobre el aparato estatal y exprimirlo para saciar apetitos inconfesables. El general Schneider se instaló en una sólida e imperturbable posición institucional, de irrestricto profesionalismo, respeto a la autoridad civil y no deliberación.
Tal férreo compromiso con la institucionalidad democrática quedó plasmado en “la Doctrina Schneider”, es decir, un concepto y un conjunto de criterios destinados a guiar el actuar de su institución castrense sin apartarse de su función constitucional y legal, manteniéndose apartada de la contingencia política.
Así lo señaló, en el mes de agosto de 1970, escasas semanas antes de las cruciales elecciones del 4 de septiembre de ese año. Su línea de conducta no admitía ninguna duda: “El Ejército es garantía de una elección normal, de que asuma la Presidencia quien sea elegido por el pueblo, en mayoría absoluta, o por el Congreso Pleno (entonces no había segunda vuelta), en caso de que ninguno de los candidatos obtenga más del 50% de los votos. Nuestra doctrina y misión es de respaldo y respeto a la Constitución Política del Estado”.
Esta irreductible convicción democrática lo transformó en el blanco de la acción terrorista de un grupo de ultraderecha, armado por la CIA, como demostró la investigación criminal del juez militar Fernando Lyon, cuyos miembros pertenecían a tradicionales familias de la plutocracia y sus ramificaciones se extendían hacia encumbrados jerarcas castrenses, que rompían y violaban la tradición de profesionalismo militar.
Para tales “operadores” era intolerable un Comandante en Jefe como René Schneider. La conspiración de ese grupo extremista de ultraderecha no iba a tolerar convicciones democráticas de ninguna naturaleza, reclamaba adhesión incondicional hacia la aventura golpista. El comando asesino lo acribilló el 22 de octubre y falleció el día 25 del mismo mes. La patria chilena perdió un soldado ejemplar.
Alguien podría decir que a la postre el general Schneider no logró evitar que sus camaradas de armas se hicieran parte del golpe y del terrorismo de Estado que lo sucedió. Son muchos los que como él, hombres de convicciones republicanas, que no lograron impedir la tragedia. Pero su ejemplo germina y germinará en las nuevas generaciones que hacen suya su rectitud, su legado moral y conceptual, de un profesionalismo militar irrestricto, sin concesiones de ninguna naturaleza al autoritarismo, que, orientado desde sectores civiles, ronda en torno a los hombres de armas.
Así como, se rememorará su conducta de un coraje y de una entereza sin fisuras para permanecer indoblegable incluso en las más difíciles circunstancias. Su memoria es un patrimonio de toda la nación chilena.
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