Prudente, aunque poco original, siempre es hablar de México, de la identidad nacional, de la cultura mexicana y sus correlatos en tiempos onomásticos de la independencia in-existente.
A pesar de ello, quiero dedicar un fugaz esfuerzo a la escritura de estas líneas sobre mexicanidad.
En una clase de posgrado sobre epistemología jurídica, reflexionaba con el alumnado sobre el quiénes somos.
Me pregunté, como ejemplo, quién soy…
Me auto-respondí en voz alta: Jorge…
(Sigo con el auto-diálogo en voz alta)
-No, no pregunté cómo te llamas, sino quién eres
-Mi nombre, ¿soy yo?… o mi nombre, en realidad, sólo es una enunciación fonética traducida en un significado lingüístico para la otredad (mis interlocutores, mis rodeadores sociales), siendo mi persona (mi subjetividad) la referencia. Y ¿qué subjetividad? ¿mi subjetividad corpórea, simbólica, cognitiva, moral o todas a la vez?
–Jorge –mi nombre-, ¿me describe o sólo me alude desde una consensualidad social?
-Y qué es, al final, mi nombre, sino un sonido arbitrario, inserto en un sistema lingüístico de referencia que me permite identificarme y, en el mejor de los casos, relacionarme.
(Termina mi auto-diálogo…)
Y la bandera nacional, ¿qué es? Un símbolo patrio identitario de la mexicanidad, arguye la mayoría.
¿Qué es, pues, la mexicanidad? ¿Comer picante? ¿que el tipo de tacos que se venden en las calles determinen la hora del día? ¿decirle güey a los amigos? ¿asumir como mantra que la ley está para quebrantarse? ¿saber que la selección mexicana de futbol es, competitivamente, mediocre? ¿adjudicarse, patriarcalmente, las narrativas bíblicas de la emocionalidad femenina y la racionalidad masculina en nuestro diario vivir, hacer y ver?
Y el himno nacional, ¿qué es?, además de un conjunto de letras bélico -para muchos-. ¿Qué representa?, además de un requisito aburrido y necesario que semanalmente debe cantar el estudiantado de primarias y secundarias.
Y el escudo, ¿qué significa?, sino un águila comiendo una serpiente encima de un nopal.
¿Somos la mexicanidad de Negrete cuando enunció “tengo patria antes que partido”, de frente a la pretensión ocupasionista de Francia en el siglo XIX?
¿Somos la mexicanidad de las águilas aztecas del escuadrón 201 en la bahía de manila en 1945?
El brillante Francisco Varela, criticando al cientificismo occidental sobre la concepción dicotómica entre mente y cuerpo, utiliza una metáfora social: habla del ser francés y la Francia como nación. Para él, la Francia es analógicamente como la mente y el ser francés es la corporalidad.
La Francia, así como el México, en tanto naciones, son lo que son en función del conjunto de acciones colectivas de los ser franceses y los ser mexicanos, catalizadas con relación a un sistema de significaciones culturales. De manera tal, que la mexicanidad, cualquiera que ésta sea en un sentido diferenciado y multicultural, es lo que somos y hacemos condicionados -más no determinados- cultural, histórica, económica y estructuralmente.
Esto me orilla a pensar en la pertenencia. Y ¿qué es eso de la pertenencia? ¿existe un sentido de pertenencia?
Yo, en muchas ocasiones, con una profunda misantropía he afirmado que me gusta México, pero no como actúan los mexicanos; en momentos de catarsis ha sido un sentimiento perfectamente congruente; a la luz de la frialdad, resulta incompatible. Entonces, ¿dónde encuentro la pertenencia en esta incoherencia sentimental?
Quizás eso me bautice como mexicano de situación y coyuntura, con una mexicanidad abrazada y envuelta en mis sesgos.
Felices fiestas patrias, donde la característica es el exceso de alcohol, la comida picante y la nula reflexión de nuestros contextos y realidades.
Reza un adagio muy mexicano, replicado críticamente por un admirado y admirable amigo, disertando una charla en el pretérito próximo: en la mesa no se debe hablar de futbol, religión y política.
Bebamos hablando de futbol -o mejor de béisbol-, religión y política, mucha política, de preferencia, esta última, no partidista.
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