Mi tercio

En Estados Unidos, en los años 80, un rockero famoso dijo: “en el mundo del rock lo único honesto son los jóvenes que nos vienen a escuchar y compran los discos”


Autor: Director

En Estados Unidos, en los años 80, un rockero famoso dijo: “en el mundo del rock lo único honesto son los jóvenes que nos vienen a escuchar y compran los discos”. Se puede decir exactamente lo mismo del millón y medio de votantes de Marco Enríquez-Ominami, y por qué no, de casi toda la política, gracias a los sabelotodo que inundan todos los comandos.

Es difícil ser parte de un comando pues ellos están por todos lados. Son parecidos, tienen códigos gestuales, se conocen entre sí, son íntimos de todo el mundo, y están llenos de anécdotas y datos exclusivos que denotan su condición “top”. Sonríen cuando algún jovenzuelo propone una idea nueva y le informan con aire paternal que ya la tenían contemplada desde hace tiempo; cuando otro sugiere alguna cosa que parece descabellada le dicen que es ingenuo, o que es imposible, o que hay que discutir más profundamente “en el equipo político”.

Cuando entrevistan a su candidato por TV, ellos están inevitablemente parados atrás, o paseándose con un celular en la oreja, con aire concentrado, pero siempre dentro del cuadro de cámara. Algunos son además incansables, asisten a todas las reuniones y a todas las fiestas, se paran temprano y se acuestan tarde, reparten tarjetas, chismosean con los periodistas y hacen grupitos aparte porque siempre hay algún tema estratégico que deben comentar con su grupo, el de los que saben.

Como tienen todas las respuestas y siempre saben lo que hay que hacer, uno se siente como un advenedizo, un amateur metido en un club de tahúres de La Habana batistera. Así se van de los comandos los ingenuos y aficionados, y se quedan ellos, los profesionales.

Así, con estos comandantes (de los comandos) es difícil imaginar un escenario revolucionario para Chile. Revolucionario no en el sentido de una revuelta armada, sino de la rebelión civil, popular, masiva, que es el único camino posible para derribar el tinglado jurídico y político dictatorial e inventar un futuro democrático, participativo, en que el pueblo sea soberano y protagonista.

¿Quién querría tal cosa en Chile? En La Nación leo el domingo al presidente del Partido Comunista, Guillermo Tellier, por ejemplo, calculando cómo el actual sistema le será útil a la oposición para bloquear cualquier cosa si gana Sebastián Piñera. O sea, lo mismo que hace la derecha ahora, lo que obliga a los “consensos” ¿Teillier no sabe acaso que el sistema está diseñado para eso? ¿Que él ya es parte del juego?

No sé por qué, me sorprendí de saber que no fue el jefe del PS, Camilo Escalona  -villano oficial de la derrota de la Concertación- el que se auto invitó al Pleno del PC el fin de semana, sino que fue convocado por los dirigentes de la vanguardia proletaria para hablar de la unidad socialista-comunista, de la integración plena del PC a la gran plataforma progresista que encabeza Frei.

Y precisamente por lo que dice Teillier -que la Concertación (incluido el PC) podría bloquear todo lo que no le guste- no resulta tan trágico que gane Piñera.

No da lo mismo, es cierto, Piñera que Frei: los Legionarios de Cristo decidirían los concursos del Fondart y los ex CNI ingresarían en majestad a la Oficina. Pero aparte de eso, todo seguiría más o menos igual: la Oficina seguirá pinchando nuestros teléfonos, no se podrá privatizar el BancoEstado más de lo que ya lo está, ni tampoco se podrá apropiar de Codelco, a menos que se consiga un “consenso” con la Concertación.

Trágico sería Piñera, en cambio, para el resto de América Latina, porque todo el ethos reaccionario mal disimulado de Eduardo Frei se vería totalmente realizado, en abierta alianza con Uribe y Estados Unidos, a favor de bases militares, golpes de Estado y cualquier cosa que frene el proceso integrador y progresista actual en la región.

Es difícil entonces, decía, imaginar un escenario revolucionario en Chile, pero más difícil resulta intentar ser parte del juego de los sabelotodo, los monos porfiados, los que nunca jamás se hunden, los reyes de la supervivencia. Ellos no quieren hacer lo que hay que hacer: ensuciarse los zapatos, federar pacientemente a millones de personas que viven mal creyendo que están bien, como mi amigo Juan Ramírez, mecánico de bicicletas de la calle Bulnes. Ramírez es un buen hombre y un buen mecánico, que trabaja todos los días del año, nunca toma vacaciones, nunca sale de Santiago y sus ahorros le alcanzan para comprarse una moto china. Él dice que está contra el presidente Hugo Chávez porque es “un comunista culiao ladrón”, y vota por la Concertación.

El antiguo pueblo comunista y socialista ahora vota por la UDI y por Piñera, mientras la clase media ilustrada lo hace por Arrate y MEO. Estamos, pues, en ese tercio poco popular, sin saber todavía si este pueblo merece lo que vota.

Los italianos saben perfectamente quien es Silvio Berlusconi, aquel asqueroso personaje a cuyo lado Benito Mussolini parece una luminaria. Pero lo votan por lo que es, no por engaño. Como dice Rossana Rossanda, eso habla muy mal del pueblo italiano. En Chile, por ahora, aunque Piñera llegue a perder por diez o veinte mil votos, el consistente 45 por ciento del pinochetismo a lo largo de 20 años habla muy mal de pueblo chileno: hay que asumirlo.

Por Alejandro Kirk


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