Miradas que matan

Los que estamos por sobre los 40 años y que ya somos padres o tíos, podemos influir en las nuevas generaciones a partir de nuestras malas experiencias y errores, sin enarbolar las banderas por falsas victorias pasadas

Miradas que matan

Autor: El Ciudadano

Por Patricio Mery Bell

Chile es machista, patriarcal, de doble estándar y conservador; por lo menos así era el país donde crecí en plena dictadura y transición. Las prácticas abusivas y discriminatorias en contra de las mujeres eran aceptadas y alentadas. Recuerdo bien cuando estudiaba en el Instituto Nacional y mis compañeros llegaban a contar sus historias “heroicas”, unos a otros nos aplaudíamos las “gracias”. Mirar a las chicas de los colegios femeninos por debajo de la escalera, rozarlas en las micros, intentar tener contacto físico con ellas en forma “casual”, incluso organizar tomas violentas de sus colegios, para que alguno pudiese lograr alguna “conquista”.   

En esa época nos enviábamos cartas entre un colegio y otro, el hombre que mantenía varias relaciones sexo afectivas era un macho alfa, un súper hombre que debía ser seguido por la manada, aunque mucho de ellos, buscaban a mi amigo “cuchi cuchi” para tener sexo con él en el baño del colegio, pero esa parte no la contaban. Extraña combinación entre homos y heteros curiosos, bisexuales y moralinas que les gustaba ufanarse de su confundida masculinidad. Si descubríamos que algunas de nuestras amigas hacían lo mismo que nosotros, las tachábamos de putas o maracas. 

Mi colegio tampoco ayudaba mucho, Belfor Aguayo profesor de matemáticas de tendencia nazi, nos enseñaba a ser “hombres”, nos cortaba las pulseras, collares y cualquier artefacto que el considerara de “maricones”. Por supuesto, el pelo largo y los calcetines blancos estaban prohibidos, mientras nos contaba historias ficticias de Hitler y bases militares escondidas en la Antártida.  

En esa cultura de la represión sexual, del micromachismo y de la violencia en contra de la mujer mirada como un objeto y no como un par, nos desarrollamos. Nada justifica las malas prácticas y personas inteligentes con acceso a la educación formal, no pueden justificarse en las circunstancias para no asumir su responsabilidad. Mis propios actos me llevan a concluir que necesito deconstruirme, analizarme y asumir la responsabilidad histórica de pertenecer a un grupo privilegiado y abusador.  

No debo opinar sobre el feminismo desde mi condición de privilegio social representante de un grupo dominante, pero si puedo invitar a mis amigos y compañeros a deconstruirnos. Los que estamos por sobre los 40 años y que ya somos padres o tíos, podemos influir en las nuevas generaciones a partir de nuestras malas experiencias y errores, sin enarbolar las banderas por falsas victorias pasadas.  

Llegó la hora de frenar las malas prácticas, mirar a una mujer en forma lasciva, tocarle su rodilla o acosarla de cualquier forma, es seguir perpetuando el modelo patriarcal. Debemos terminar con todo micromachismo y violencia. El hombre debe reeducar su masculinidad, reafirmarla, pero desde el respeto absoluto por toda forma de vida. Si una mujer es asesinada, vulnerada, acosada o violentada en cualquier forma, es culpa de un hombre que no cumplió con su deber de prevención y educación con otros hombres. Detrás de un maltratador existe un cómplice pasivo y activo, que por omisión o acción permitió que la violencia del patriarcado se expresara. Por cierto, este proceso traerá sin sabores, como algunas personas que mentirán o inventaran historias por su proceso de victimización, las cuales una vez descubiertas en sus mentiras, serán apuntadas como parte del error y no en su posición de víctimas, que de alguna mala manera querrán “justicia”, contra “inocentes”, o al menos en esos actos que jamás ocurrieron. Es un precio bajo, por siglos de sometimiento y violencia patriarcal.   

Estando en Barcelona una gran y querida amiga feminista me enseñó y explicó con un ejemplo muy sencillo porqué los hombres, todos, sin excepción somos partes de un grupo potencialmente agresor.  

-Si un hombre camina sólo por la calle y se cruza con una mujer, este jamás sentirá miedo o potencial riesgo, en cambio, pero, sí cualquier mujer va caminando sola en la noche o en una calle solitaria y se cruza con un hombre, si tiene muchos argumentos e historias de otras mujeres que fueron asesinadas, violadas o asaltadas en esas circunstancias para sentir un justificado miedo.   

Para decirlo más claro, en cualquier abuso siempre el culpable es un hombre que no actuó para evitar un acto de machismo. Casos como la manada en España demuestran que no hubo ni un sólo hombre que frenara al resto.  

O padres y suegros, que para justificar sus actos y mal llamadas “victorias”, promovieron el machismo en contra de sus propias hijas o nueras, fomentando el “castigo” físico, sicológico, social y económico de sus hijos y yernos.    


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